¿De qué va uno a hablar con más precisión que de las propias anécdotas?
Tenía Juanito, a la sazón, 19 años. Un día, por accidente, acudí a una cita con unos conocidos. Cuando llegué estaban enfrascados en una partida de póquer. Pidieron que me sentara a la mesa con ellos. Nunca antes (y jamás después) me apliqué a semejante juego en serio… Por esas cosas de la vida y tras una ligera explicación sobre los rudimentos del citado juego, accedí. El compañero de al lado, a quien no conocía me saludó furtivamente con una media sonrisa, de la cual, como una excrecencia, brotaba un pensamiento: ¡ya sé quién va a pagar los cubatas hoy!
Gané las tres primeras manos, perdí la siguiente y volví a ganar las tres posteriores. Cuando amontoné junto a mi unas diez mil pesetas, mis compañeros de juego se movían nerviosos; unos pensaban que me estaba quedando con ellos, que sabía jugar y simulaba ignorancia; otros, que era mi día de suerte; uno me preguntó qué sistema de juego seguía; y otro, me quería tocar la cabeza porque eso, decía, daba suerte. ¿Y yo, qué pensaba al respecto? Pues me lo llegué a creer; incluso hubo un amago de cita para la misma noche en una sala de juego, porque todo indicaba que estaba en racha. La suerte me había visitado y había que aprovecharla ¿Seré un genio para el juego? Pensé entonces.
Lo cierto es que jugaba de farol y que me aproveché de lo que llaman la suerte del novato.
Desde hace meses recuerdo la anécdota casi a diario. Tal que así es la historia política de ahora mismo…
Hasta el protagonista está sorprendido y dicen que cada mañana cuando se mira al espejo piensa: ¿a que va a ser verdad que soy un genio?
Hasta el protagonista está sorprendido y dicen que cada mañana cuando se mira al espejo piensa: ¿a que va a ser verdad que soy un genio?
De farol, y con la suerte del novato.
1 comentario:
Muchas gracias a edencabo por su ánimo.
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