13 noviembre 2005

En el principio...



Sucedió un día al principio de todo. El mundo era un espacio entrelazado de luces y sombras que aleteaban sobre las aguas. Javier, que así se llama el protagonista de esta historia, queriendo poner un poco de orden en todo aquel caos, se dio en fabricar con sus propias manos un habitáculo. Empezó, como es natural, construyendo un buen basamento engarzado al cual alzó primero una pared, luego otra hasta completar una edificación de medidas precisas y estética perfecta. Pero tenía que andar a tientas porque en el interior de su habitáculo todo estaba revuelto y destartalado. Y entonces inventó en primer lugar una luz que estorbara las sombras. Aquella pequeña luz prendió en seguida y le daba seguridad. Y dijo Javier: esto de aquí adentro es el mundo, y al exterior lo llamó la negrura inconsistente.

Y pasó una mañana y pasó una tarde: el día primero.

Al despuntar el día segundo pensó Javier: "esto es muy grande, pero está desorganizado, voy a clasificarlo". Dicho y hecho. Siguiendo un sistema lógico separó lo de arriba de lo de abajo y a lo de arriba lo expulsó sin contemplaciones al mundo de las sombras pues no encontró palabras que lo definieran. Y a lo de abajo lo fue catalogando según su sistema le daba a entender: animados, inanimados, clase, subclase, género, subgénero, especie, raza, tribu, individuo. Y vio Javier, con entusiasmo creciente, que todo iba bien.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día segundo.

El día tercero amaneció con los primeros frutos del trabajo de Javier. De las vasijas correctamente registradas emergía un verdor que llamó hierba y donde brotaba la hierba lo llamó tierra; un poco más allá crepitaba la leña en el fuego mientras a la derecha el agua mecía unos nenúfares suavemente.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día tercero.

El día cuarto hizo brillar unas potentes luminarias. Una, de luz indirecta servía para ilustrar a la multitud; la otra más potente que no dejaba lugar a ninguna sombra, para él.
Así estuvo todo el día preparando las fogatas que no se consumen nunca.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día cuarto.

El quinto día le sorprendió observando algunos pájaros que tras revolotear sobre los árboles picoteaban la hierba y a peces juguetones que hacían bullir el agua del estanque que se desparramaba en burbujas.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día quinto.

Al sexto día dijo Javier dirigiéndose a un animalito peludo: éste de aquí será el mejor amigo del hombre y así fue porque es el único que responde a sus excentricidades con lealtad.

Y dijo Javier: Hagamos algo a nuestra imagen y semejanza. Y surgieron los escribidores orgánicos y los llamó "intelectuales", es decir: aquellos que pugnaban entre ellos para ver quien era más descreído; aquellos que se ponían nerviosos cuando descubrían una minúscula sombra, incluso la sombra de sus narices contra el pavimento, a la cual llamaban efectos ópticos o fallas mínimamente perceptibles de la luz. Y dijo Javier: a estos les encomendaremos una sublime misión en adelante; estos tendrán la potestad de dar nombre a las cosas para el Gran Inventario.

Mientras que a otros seres porosos, los escribidores de agua, o a aquellos más inofensivos escribidores de tinto con sifón, los expulsaremos a la negrura inconsistente, pues van por un sendero equivocado.

Y a los intelectuales les dijo: Creced y multiplicaos y llenad la tierra y sometedla. Os entrego mi sistema de clasificación.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día sexto.

Al romper el séptimo día, Javier se hallaba feliz en su heredad. De vez en cuando alguna oscuridad se precipitaba en su habitáculo pero él, solícito, instalaba grandes luces en las cuatro atalayas de su estancia y las sombras desaparecían como llevadas por los pelos. Cuando esto ocurría, Javier saltaba de gozo al comprobar que todo en ese claustro quedaba bajo su dominio.

Y todo lo de fuera lo llamó espejismos, locuras, irrealidades y memeces de ignorantes.

Al séptimo día Javier se vio perfectamente acomodado dentro de su mundo; mientras fuera, en la inmensidad libre, la vida aleteaba sobre las aguas.

Y después de cerrar por dentro la puerta no sin antes echar una ojeada temerosa a la "negrura inconsistente", Javier se tumbó en el suelo y por fin, satisfecho, descansó.

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