20 mayo 2006

La muñeca hinchable


Me presentaron a Judit una tarde lluviosa de sábado. Tenía una mirada burlona y lasciva y unos pechos retadores. Su cálido tacto me recordó a otras manos sedosas; sus dedos estaban acostumbrados a asirse como lapas y jugaba de continuo con su mirada furtiva. Esperé unos segundos, con la ansiedad propia de escuchar el eco de su voz. Me pareció adivinar el propósito de articular un saludo. Sorprendentemente permaneció en silencio tras el intento que se reveló inútil. Aproveché para dar un par de sorbos a mi cóctel de ginebra y naranja y me quedé mirándola con curiosidad no exenta de atracción morbosa.

De pronto, atrajo mi mano hacia sus ojos en un intento de buscar la línea de la vida escrita en la palma. Dicen algunas mujeres muy diestras en la materia que en esa línea, que nace entre los dedos pulgar e índice y se dirige en óvalo hasta la muñeca, se puede leer la actividad sexual de su dueño. Sonrió tras el análisis y se sentó en el taburete. Sus piernas cruzadas conferían a su silueta ese encanto típico de mujer de barra americana que la hace tan atractiva para un individuo merodeador de la noche como era yo. Sus hombros algo inclinados y su vestido caído descubrían sus pechos hasta donde el deseo amenaza rendición incondicional.

Al poco rato, Judit, jugueteaba con un vaso medio lleno de un líquido lechoso, algo así como Bailys o crema americana que enmascara la fuerza del alcohol en una mixtura dulce y adormecedora. De tal modo se dedicaba al vicio solitario de su bebida favorita que me acerqué a ella y la encaré hacia mí. En su rostro permanecía la misma sonrisa burlona de antes, pero ya no se entretenía con el juego peligroso de mirarme alternativamente a un ojo y otro; su mirada yacía en algún punto impreciso de mi entrecejo. Cuando una mujer mira así está dejando el camino expedito hacia su cuerpo, que es el señuelo para hacerte creer que llegarás a su alma toda.

Come here, susurró en un mal articulado inglés, a la par que hacía un gesto con su mano invitándome a seguirla. Mal vamos, pensé, mientras me dejaba querer.

Por entre las volutas configuradas por la música y el humo; el ruido de los vasos y el humo; las risas y el murmullo de la gente y el humo, pude escuchar una voz que me llamaba: -

Juan! – Era mi amigo Miguel que emergío de la penumbra y me preguntó:

-¿Qué tal te fue con Judit?
- No sé, creo que quiere que me la coma o algo así. Miguel se carcajeó:
-Quiere que te vayas con ella, pero yo no lo haría.
-¿Y eso?
-¿Sabes el nombre de guerra de Judit?
- Ni idea, contesté.
- La llaman la muñeca hinchable.

Me alejé de Miguel con una palmada en el hombro.
Alcancé a Judit mientras sorteaba los últimos peldaños de la escalera en dirección a la calle.

-Sabía que vendrías, musitó altiva.

-Es usted fascinante como un pozo, le dije, mientras un taxi nos sepultó en la densa negrura de la noche…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

La fascinación de un pozo, la atracción del vacío, como vasos comunicantes que equilibran la nada de su interior.

Sólo la desesperación o el hastío tienen esa sensación de vértigo, que nos impulsa a dejarnos caer en la nada... en la mentira de unos besos de plástico, más tristes aún cuando podrían haberse cambiado por uno sincero.

Prometeo dijo...

Bueno, bueno: era un simple ejercicio de redacción...

Anónimo dijo...

Una redacción que presentaste para la evaluación de ¿diciembre?

Chico malo, chico malo, ya no haces los deberes.

Prometeo dijo...

Ya no hay evaluaciones, sólo vida que vivir...

Anónimo dijo...

Juan Martinez tendiendo los hilos de la trama de su tela de araña, esperando convencen y encontrar seguidores.

¿Luego haces como la viuda negra? Mueren en el intento de alcanzar tu amistad, pagan su aislamiento del resto y luego los dejas morir para no recordarlos más.

Eterno buscador de fidelidades.

¿Para qué utilizas sus confesiones, su confianza?