13 abril 2008

Diario de un náufrago I




Les contaré cómo me volví náufrago. Sí, de la misma manera que otros se vuelven locos a fuerza de dar vueltas sobre acontecimientos desgraciados yo me volví náufrago después de navegar días y días por el pacífico sur sin rumbo cierto debido a unas cartas de navegación de trazo no muy preciso y a la espesa bruma que nos salió al paso. Fui cegado por la estela del barco y anduve, insensato de mi, con la mirada puesta en regresar al punto de partida a la manera de los perrillos que giran sobre sí mismos para morderse el rabo que les huye. Los marineros llaman a eso virar en redondo. De manera que me embarqué junto a una partida de aventureros, piratas de aguas frías en un barco que zarpó con el único objetivo de naufragar.




Pues bien, el barco para naufragar medía alrededor de 25 metros de eslora y en sus amplias bodegas guardábamos provisiones para muchas jornadas por si las lluvias y los vientos demoraban nuestro propósito más allá de lo esperado. El objetivo era llegar a las islas Chesterfield donde yo me perdería en un naufragio calculadamente provocado, mientras el resto de la tripulación atravesaría el Mar del Coral y recalaría en las costas de Nueva Caledonia. Ese fue el primer propósito, pero nos extraviamos y tampoco sospechábamos qué aventuras nos tenía reservado el destino.








Aunque la imaginación de la gente de tierra adentro supone que un barco en alta mar es algo simple, en realidad es un microcosmos y cada objeto o artilugio tiene un nombre inventado por los marineros, cuyo sentido cabal no coincide con los nombres de tierra firme. Ese particular vocabulario hace de un navío, una ciudad flotante. ¿Qué cosa hubiera pensado antes llevar a una isla desierta? En primer lugar un buen diccionario porque para llegar a una isla primero hay que naufragar. Por ejemplo, en un barco, repicar no es lo mismo que en tierra. Repicar es poner tirante un cabo. Y resaca se refiere al movimiento del mar al retirarse… Todo allí es un trastoque de sentidos, un juego de espejos metafóricos que hay que saber reconocer por lo que pueda pasar…




Navegábamos plácidamente, pues, por las frías aguas del pacífico en el trayecto que va del archipiélago de las islas Salomón, Mar del Coral mediante, con destino a Nueva Caledonia, en la zona denominada Anillo de fuego. Tras enfilar hacia un lugar impreciso cercano a las costas de una pequeña isla, en lo que creíamos era el archipiélago de las Chesterfield nos dedicamos, todos a una, a la tarea de llevar el navío a encallar entre dos pequeños escollos o islotes que encontramos frente a nosotros. El barco embistió e impactó entrambas rocas y soportó bien un golpe seco mientras los objetos más voluminosos del barco se desplazaban violentamente por la borda de proa a popa; el barco dio un bandazo, cabeceó varias veces, giró sobre sí mismo, se escoró a estribor y empezó a doblegarse a popa quedando primero al garete para terminar finalmente varado en el reino del silencio.


Según nuestros cálculos no disponíamos de mucho tiempo, así que no teniendo otra fortuna que acometer me dispuse a saltar raudo por la proa del barco. Y en esos manejos estaba cuando ocurrió lo más impensable. El mar desapareció frente a mi como impelido por una fuerza invisible para regresar después en unos segundos que se me antojaron infinitos, con furia inusitada en forma de ola gigantesca que alzó al navío por el aire, lo desarboló y lo rompió en mil pedazos mientras yo salí despedido por una fuerza descomunal hacia lo que sospechaba era mi último viaje. Sólo recuerdo que fui empujado por un interminable trecho y que cuando pude ordenar mis pensamientos bregaba agotado pero sin descanso para sortear a nado la distancia hasta la playa más cercana. Del resto de la tripulación nunca más supe, pero según todos los indicios el mar, en pago de nuestra osadía, sepultó sus vidas para siempre en sus arrecifes inmaculados de aguas turquesa.


Con un esfuerzo agónico llegué a nado a la playa de lo que después supe que se llamaba la isla de Maré, perteneciente al archipiélago de la Lealtad, muy cerca del acantilado llamado El Salto del Guerrero. Las aguas frías y cristalinas golpeadas por los fríos vientos alisios mostraban un océano verde esmeralda que sobrecogía.



Y así llegué a mi refugio donde quedé solo, los pies desnudos sobre la arena de la isla que sería mi hogar, Dios sabe por cuánto tiempo, mientras esparcidos por todas partes se veían los restos del navío que me catapultó a semejante aventura…






































Resumen de noticias de agencias de los días 2 de abril de 2007 y siguientes…

Un tsunami arrasa varias islas del archipiélago de Salomón.

Varias islas fueron arrasadas por la ola gigante que formó el maremoto ocurrido a las 6.40 hora local (20.40 GMT) del domingo, día 01 de abril de 2007.

Al menos 20 personas murieron y cientos han desaparecido como consecuencia de un fuerte terremoto de 8,1 grados en la escala de Richter y una posterior ola gigante, que arrasó varias islas y provocó un alerta de tsunami en todo el Pacífico Sur.

Las autoridades de Nueva Caledonia decidieron evacuar las poblaciones expuestas de las islas de la Lealtad.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me fascina tu relato. Promete mucho y estaré pendiente para ver cómo avanza la historia.

Una paisana desde México.

Saludos

Indian

Prometeo dijo...

La lucha por la vida, el camino del corazón, la búsqueda de la verdad, el aire y el agua...

Saludos

mcarmenjerez dijo...

Sí que es fascinante. Engancha desde el primer renglón. Podría ser un buen principio para una novela.
Saludos.

Prometeo dijo...

Muchas gracias. Es una metáfora de la vida misma. Y podría ser el principio de una novela o de un relato corto. Mucho trabajo para poco tiempo.


Saludos.