30 junio 2008

Lenguas de fuego


Si amanece lluviosa la mañana
y el sol se esconde tras de aquella nube,
el poeta dirá que es un día triste,
el sabio añadirá: como la vida misma,
el científico: he aquí una variable inesperada.

Si llueve más y la tierra se abre
y Prometeo emerge de la roca
el poeta dirá: fuego apocalíptico,
el filósofo, no es la primera vez,
y el científico, era algo previsible.

Lo cierto es que
el tiempo es una caña rota,
la vida un corto paseo,
y estar contigo, un suspiro.

Y lo cierto es que
mientras llueve o no llueve
yo amanezco cual venus cada día
y florezco esplendente en cada flor.

No queda tiempo. No.

29 junio 2008

Amanecer


Cuando era niño me gustaban los amaneceres. Pensaba entonces que siempre serían felices, pero el despuntar del día segundo de noviembre se presentó aciago y me dejó la marca imborrable que produce el sabor amargo de la decepción, como el poso que el vino deposita en el fondo de la botella.

El viejo tren serpenteaba a lo lejos y yo lo veía acercarse plomizo desde la estación donde esperaba a Rocío. En unos minutos estaríamos frente a frente, escudriñándonos con fruición las mejillas y evaluando con indisimulado pesar los estragos que ocasiona el tiempo, ese actor principal que se contonea entre surcos y se recrea en los ojos marcados a fuego con un mueca de congoja. ¿Cuándo fue la última vez que nos miramos?

Mientras Rocío llegaba recordé otra mañana de otoño. Ella lucía un rostro insolentemente juvenil y escarchado y la sonrisa afloraba fácil en cada gesto como la uva pisada que regala con fruición su néctar. Llegó hasta mí y la tomé de la mano, cálido roce en un mar de frialdades, conspiraciones y amenazas. Aquel día nos prometimos amor eterno. Eran otros tiempos.

Ya está aquí. Mientras desciende del tren busca mis ojos. Hoy su andar es más lento y su rostro no rezuma sonrisas. Sin embargo su fuerte personalidad se refleja en cada gesto incluso los más simples e involuntarios. Cansada; está cansada. Me besa y sonríe como quien entrega un regalo: "hola Juan. ¡Cómo pasa el tiempo! Tú estás igual pero yo… El tiempo es un verdugo impasible", comenta por lo bajo mientras nos dirigimos a la cafetería.

"Me gustaría vivir otra vez contigo", me confiesa al primer sorbo de café, ese sabor que odio… Guardo silencio. El bullicio de la estación y los ecos traviesos del corretear de unos niños por las escalinatas, rebotan en las paredes del andén. Me gustaría vivir otra vez contigo, Juan, escuché dentro de mi cabeza, con una resonancia sorda.

"A mi también me gustaría", me oí decir sin convicción mientras caminábamos hacia el convento cómplice de nuestros primeros encuentros de juventud.

Rocío quedó extasiada de admirar el claustro del monasterio cuando lo visitamos por primera vez. Mirada plácida, andar resuelto. El mundo entero estaba comprimido en ese espacio y todo le sonreía. En el aire el eco monótono y relajante de unos monjes que entonaban sus gregorianos rezos como incienso reparador. Efluvios de un ayer que golpean la cara de Rocío abrumada hoy por los estragos del devenir del tiempo.

Poco a poco la estación quedó atrás como migran las golondrinas en otoño. Rocío volvió a sonreír y yo recuperé el entusiasmo de otros tiempos. Me reconcilié con algunas ilusiones perdidas y descubrí que estaba cómodo en mi pueblo que era ahora mi hogar. Anduvimos a través de sus laberínticas callejas hasta caer rendidos.

"Juan", musitó Rocío al desvanecerse la tarde, "me gustaría vivir contigo". Tragó saliva y prosiguió, "pero me consume la nostalgia. Ya no somos los mismos de ayer".

Así era, ya no teníamos nada en común, salvo un ramillete de recuerdos. El cañamazo de pequeños detalles con el que tejimos nuestro amor yacía inservible en algún rincón.

"Me vuelvo a Madrid. Te escribiré. Cuídate, Juan".

El tren desapareció entre arreboles y con él se fue mi dicha que me dejó un sedimento de melancolía.

Desperté y eché de menos a Rocío. La felicidad dura lo que un vaso de vino que se bebe en compañía, sorbo a sorbo hasta el fin, pensé mientras me dirigía al cementerio.

27 junio 2008

Redundancias

Gentileza web de Sebúlcor

Siempre había soñado con grandes mansiones. Casas inmensas, abandonadas a las afueras de algún pueblo olvidado, perdido y solitario. Casas medio derruidas, tristes y entristecedoras.

Eran siempre las mismas imágenes, el mismo deambular de una habitación a otra, de un piso a otro sin encontrar jamás su centro o la salida, para despertarme después con una sensación amarga y misteriosa.

Y ahora me encontraba allí, frente a una vieja casona que parecía surgida de la peor de mis pesadillas. El silencio reinante era roto por la percusión monótona de unos golpes lejanos producidos por algún campesino en su labor cotidiana allá abajo. Desde la colina que servía de asiento a la casa, se divisaba una llanura que moría en su abrazo con el cielo.

Franqueé el umbral de la puerta principal de doble hoja y una vez hube atravesado un ancho pasillo, accedí al patio interior. Troncos de palmeras abiertos por la mitad eran utilizados como bancos para sentarse, bajo unos árboles de hojas muy anchas que lo circundaban. En el centro, una gran mesa ovalada.

Desde el patio pude ver grandes ventanales en la fachada interior que semejaban ojos curiosos, abiertos unos y movidos por el viento; cerrados otros, embotados por la herrumbre del tiempo.

A través del orificio producido por un impacto en el cristal de una de las ventanas acerté a ver cruzar una fugaz sombra como el contorno de una silueta humana. Con paso decidido e inquietud creciente me encaminé hacia la escalera interior que me condujo a la primera planta.

Recorrí una a una las estancias y encontré todo desordenado, sucio y en completo abandono; no hallé ningún indicio de vida en aquél lugar. El crujir de la madera en el piso de arriba hizo que volviera sobre mis pasos para dirigirme raudo a la planta segunda de la casa.

Sigiloso me deslicé de una habitación a otra, atento al menor ruido. De pronto me sobresalté al oír a mi espalda un fuerte golpe como el de un cuerpo al caer. Volví la cabeza bruscamente y lo que allí me encontré me llenó de asombro. Al fondo, junto a la escalera y en su intento alocado por alcanzarla, yacía un hombre tendido boca arriba. Me acerqué a él justo en el momento en que pugnaba por incorporarse.

Tenía frente a mi a un hombre desaliñado de aspecto sombrío. Sus ojos, pequeños y apagados, conferían a su rostro un hálito de tristeza que me recordó a un pobre vagabundo que conocí años atrás.

Quedamos ambos perplejos y confusos. El pordiosero extrajo algo de un bolsillo y me lo acercó. Era un medallón que tenía dibujada en su centro una figura angélica alrededor de la cual aparecían grabadas las siguientes palabras: Omne ignotum pro magnífico est*. Sin mediar palabra y mostrando una destreza inusitada se incorporó y desapareció escaleras abajo. ¿Estaría encerrada en esa frase de Tácito la solución al enigma de mis sueños?

* Toda cosa desconocida se ve espléndida.


26 junio 2008

Adhesión al Manifiesto por la lengua común



Desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en nuestro país por la situación institucional de la lengua castellana, la única lengua juntamente oficial y común de todos los ciudadanos españoles. Desde luego, no se trata de una desazón meramente cultural –nuestro idioma goza de una pujanza envidiable y creciente en el mundo entero, sólo superada por el chino y el inglés- sino de una inquietud estrictamente política: se refiere a su papel como lengua principal de comunicación democrática en España, así como de los derechos educativos y cívicos de quienes la tienen como lengua materna o la eligen con todo derecho como vehículo preferente de expresión, comprensión y comunicación.


Como punto de partida, establezcamos una serie de premisas:


1) Todas las lenguas oficiales en el Estado son igualmente españolas y merecedoras de protección institucional como patrimonio compartido, pero sólo una de ellas es común a todos, oficial en todo el territorio nacional y por tanto sólo una de ellas –el castellano- goza del deber constitucional de ser conocida y de la presunción consecuente de que todos la conocen. Es decir, hay una asimetría entre las lenguas españolas oficiales, lo cual no implica injusticia de ningún tipo porque en España hay diversas realidades culturales pero sólo una de ellas es universalmente oficial en nuestro Estado democrático. Y contar con una lengua política común es una enorme riqueza para la democracia, aún más si se trata de una lengua de tanto arraigo histórico en todo el país y de tanta vigencia en el mundo entero como el castellano.


2) Son los ciudadanos quienes tienen derechos lingüísticos, no los territorios ni mucho menos las lenguas mismas. O sea: los ciudadanos que hablan cualquiera de las lenguas co-oficiales tienen derecho a recibir educación y ser atendidos por la administración en ella, pero las lenguas no tienen el derecho de conseguir coactivamente hablantes ni a imponerse como prioritarias en educación, información, rotulación, instituciones, etc… en detrimento del castellano (y mucho menos se puede llamar a semejante atropello “normalización lingüística”).


3) En las comunidades bilingües es un deseo encomiable aspirar a que todos los ciudadanos lleguen a conocer bien la lengua co-oficial, junto a la obligación de conocer la común del país (que también es la común dentro de esa comunidad, no lo olvidemos). Pero tal aspiración puede ser solamente estimulada, no impuesta. Es lógico suponer que siempre habrá muchos ciudadanos que prefieran desarrollar su vida cotidiana y profesional en castellano, conociendo sólo de la lengua autonómica lo suficiente para convivir cortésmente con los demás y disfrutar en lo posible de las manifestaciones culturales en ella. Que ciertas autoridades autonómicas anhelen como ideal lograr un máximo techo competencial bilingüe no justifica decretar la lengua autonómica como vehículo exclusivo ni primordial de educación o de relaciones con la administración pública. Conviene recordar que este tipo de imposiciones abusivas daña especialmente las posibilidades laborales o sociales de los más desfavorecidos, recortando sus alternativas y su movilidad.


4) Ciertamente, el artículo tercero, apartado 3, de la Constitución establece que “las distintas modalidades lingüísticas de España son un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”. Nada cabe objetar a esta disposición tan generosa como justa, proclamada para acabar con las prohibiciones y restricciones que padecían esas lenguas. Cumplido sobradamente hoy tal objetivo, sería un fraude constitucional y una auténtica felonía utilizar tal artículo para justificar la discriminación, marginación o minusvaloración de los ciudadanos monolingües en castellano en alguna de las formas antes indicadas.


Por consiguiente los abajo firmantes solicitamos del Parlamento español una normativa legal del rango adecuado (que en su caso puede exigir una modificación constitucional y de algunos estatutos autonómicos) para fijar inequívocamente los siguientes puntos:


1) La lengua castellana es común y oficial a todo el territorio nacional, siendo la única cuya comprensión puede serle supuesta a cualquier efecto a todos los ciudadanos españoles.


2) Todos los ciudadanos que lo deseen tienen derecho a ser educados en lengua castellana, sea cual fuere su lengua materna. Las lenguas cooficiales autonómicas deben figurar en los planes de estudio de sus respectivas comunidades en diversos grados de oferta, pero nunca como lengua vehicular exclusiva. En cualquier caso, siempre debe quedar garantizado a todos los alumnos el conocimiento final de la lengua común.


3) En las autonomías bilingües, cualquier ciudadano español tiene derecho a ser atendido institucionalmente en las dos lenguas oficiales. Lo cual implica que en los centros oficiales habrá siempre personal capacitado para ello, no que todo funcionario deba tener tal capacitación. En locales y negocios públicos no oficiales, la relación con la clientela en una o ambas lenguas será discrecional.


4) La rotulación de los edificios oficiales y de las vías públicas, las comunicaciones administrativas, la información a la ciudadanía, etc…en dichas comunidades (o en sus zonas calificadas de bilingües) es recomendable que sean bilingües pero en todo caso nunca podrán expresarse únicamente en la lengua autonómica.


5) Los representantes políticos, tanto de la administración central como de las autonómicas, utilizarán habitualmente en sus funciones Institucionales de alcance estatal la lengua castellana lo mismo dentro de España que en el extranjero, salvo en determinadas ocasiones características. En los parlamentos autonómicos bilingües podrán emplear indistintamente, como es natural, cualquiera de las dos lenguas oficiales.


Firmado por Mario Vargas Llosa, José Antonio Marina, Aurelio Arteta, Félix de Azúa, Albert Boadella, Carlos Castilla del Pino, Luis Alberto de Cuenca, Arcadi Espada, Alberto González Troyano, Antonio Lastra, Carmen Iglesias, Carlos Martínez Gorriarán, José Luis Pardo, Alvaro Pombo, Ramón Rodríguez, José Mª Ruiz Soroa, Fernando Savater y Francisco Sosa Wagner.





A este manifiesto se han adheridos muchas otras personalidades y organizaciones. También se adhiere el blog Andanzas de un Náufrago.

25 junio 2008

Pinceladas


Escribir es una travesía en alta mar con un bote diminuto, un vuelo solitario a través del espacio. Herman Hesse

Cuando yo tenía 15 años jugaba con mis compañeros de clase a un juego muy peculiar. Cerrábamos los ojos e intentábamos pintar en el blanco lienzo que aparecía en nuestra mente, el objeto que habíamos mirado con atención un momento antes.

Contornos indefinidos surgían poco a poco y con desigual intensidad; matices y destellos. Y a veces conseguíamos retener el conjunto en una aparición espléndida.

Miro, intento captar la totalidad de algo, cierro los ojos y dibujo. Seguramente esta es una manera de definir la creación literaria.

Con el tiempo y la práctica asidua los objetos que imaginábamos se fueron haciendo más nítidos y la comparación con el original reflejaba cada vez más aciertos. Pero también, junto con las figuras simples como la del lápiz, el árbol y la montaña, otras imágenes brotaban de nuestra cabeza y se interponían entre la joven pizarra de nuestra mente.

Una mañana de abril alguien propuso introducir una variante en el juego: cerraríamos los ojos sin antes habernos fijado en ningún objeto. Los pensamientos se movieron a su antojo y nos presentaban, en breves trazos, figuras coloreadas con el impetuoso tinte de la adolescencia. Por aquél entonces estudiábamos a Aristóteles (entre otras cosas) que decía aquello de que nada hay en la mente que no haya pasado antes por los sentidos; de manera que en esta nueva modalidad de juego lo que hacíamos era imaginar objetos almacenados en nuestra memoria más o menos lejana. Cerca de donde escribo se halla la cuna de Azorín quien escribió: vivir es ver pasar. Vivir es ver volver (las nubes). Es posible también que esta sea otra forma de entender el arte de escribir.

¿Por qué escribo hoy yo que no soy un escritor reputado ni tengo visos de serlo y que además camino tras la libertad ilimitada de ser un desconocido?

Sólo sé que me ubico preferentemente en el camino con corazón y desde ahí intento articular palabras que desde el momento en que las utilizo son mías y forman parte de mi universo vital. El corazón es la paloma que aletea sobre las aguas; el viento que esparce la semilla; el espíritu de la simbología cristiana; el aire puro sin el cual moriremos; Orión espléndida en las noches invierno; la polar, vigía del cielo.

No escribo para ser alguien ni para conseguir que algún día, martillo y cincel, un personaje me salga redondo (lo único redondo es la muerte); ni para enseñar ninguna verdad porque la verdad es escurridiza. Y si quisiera estudiar cuerpos, hechos y costumbres me haría científico para disecar órganos, estudiar muecas, hábitos y acciones.

Cuando escribo doy vida a algo que agoniza y palpita a la vez. Lloro, río, descubro, amaso mi mundo con una pasta que no está hecha sólo de la rumia sobre lo que pasó sino que viene sazonada con los fastos del presente y los efluvios del futuro.

Escribo para pagar la factura del pasado y poder vivir. Escribo para inventar otro mundo cuajado de esperanza (uno de los mejores frutos del corazón), para salir de una realidad que a veces nos atenaza, en un viaje "fuera del cuerpo" hacia la libertad posible. Escribo porque las etiquetas me dan asco (dreno, por mi parte, la herida en el costado del mundo). Escribo para vomitar las toxinas que se nos meten por la piel y por la carne y por la sangre hasta consubstanciarnos en una vida mediocre e indigna. Escribo para rociar mi espacio vital con el agua bendita del desahogo, en un mundo en el que somos cómplices de la basura que entre todos generamos.

Y escribo bajo la sombra ¡ay! que embargaba a León Felipe al final de sus días: mis versos… balbuceos… lenguaje infantil y primario…

¿Quien soy yo? ¿Águila o sol?; ¿cara o cruz?

23 junio 2008

Sueño de una noche de San Juan


Una mañana de junio voces alegres irrumpen por el lateral derecho de la iglesia de Puebla Marina camino de ocupar sus puestos en los primeros bancos frente al altar mientras yo, desde el coro, observo al gentío como un espectador privilegiado.

Primero aparece el otrora Embajador ante el Vaticano que, con porte serio y mirada circunspecta, pasa junto al altar no sin antes hojear un libro con grandes muestras de interés, tal vez una Biblia o misal. Con paso decidido se sitúa en lugar preferente. Su apariencia es lo más contraria a la de un monje medieval. Lo que me viene a la cabeza al verlo es: a ver qué hace este hombre. Bien es verdad que su aspecto dista mucho de aquel otro al que nos tenía acostumbrados y que, tal vez el hecho de no ser muy alto, usar gafas, mirada escéptica e irónica, confieren a su porte un toque agrio, casi de inquisidor.

Acompañan al ex Embajador amigos y familiares que, entre chanzas y cuchicheos, dibujan sonrisas en su endomingado aspecto y nos acompañan en la fiesta de primera comunión de mi hijo pequeño. Rayos del sol amplificados por el rosetón de la portada caen, oblicuos, sobre el altar.

De pronto aparece el vicario, con sotana pero sin las vestiduras sagradas para la ocasión y, tras la reverencia de rigor frente al monumento, sin mediar plegaria ni cántico algunos, pronuncia mi nombre en voz alta para que haga la primera lectura, y se va.

Sorprendido de tanta prisa me dirijo al altar. Los concurrentes guardan silencio ante la inminencia de la palabra sagrada. No veo Libro alguno sobre el tabernáculo. Busco con ansiedad por entre el cáliz, las vinajeras y la patena. Pregunto en voz alta pero el vicario no está. Mis ojos tropiezan con decenas de ojos que me apuntan.

Observo más detenidamente y veo que el altar, por detrás, está lleno de polvo, destartalado, con objetos viejos, como salidos de un mal sueño. Y por primera vez pienso que el libro lo ha robado el ex Embajador que ahora disfrutará, imagino, doblado por la risa.

Por fin se acerca el cura con ceño enfadado y portando un misal con dos borlas como señales para las lecturas. Abro y leo: Esteban... y el libro se cierra bruscamente. Intento abrirlo otra vez pero no puedo; parece que sus hojas están pegadas. Sudo. Pienso: ¿Decía Esteban o estaban? ¡Qué torpeza para una persona acostumbrada a leer!

El libro desaparece de mis manos e inicio otra vez una persecución frenética tras él. Remuevo todo. Miro debajo del altar. Hay sacos y trastos viejos; miro y remiro. Ya no hay nadie más que me pueda ayudar. El ambiente sagrado se disipa.

Los invitados se remueven nerviosos en sus asientos. Algunos acercan sillas al altar y empiezan a hablar sobre cosas triviales mientras estoy a punto de estallar.

El ex Embajador se dirige a mí con una sonrisa guasona pintada en la cara y con el misal abierto por la famosa lectura de San Pablo a los Corintios capítulo 13, donde dice:


Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, que si no tengo
amor, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos
estridentes.

Ya puedo hablar inspirado, penetrar todo secreto y
todo el saber; ya puedo tener toda la fe hasta mover montañas que si no tengo
amor, no soy nada.

Definitivamente la fiesta ha sido mágica, aunque asfixiante, por causa del ex Embajador.

22 junio 2008

Diario de un náufrago IV



Cuando llegué a la isla determiné que cada mañana nada más despegarse el sol del horizonte, exploraría con atención la costa por si encontraba los restos de otros naufragios o por si veía aparecer el cadáver de algún aventurero derrotado. A menudo tenía la vista pendiente del mar por si emergía de las aguas algún navío aunque esto no me preocupaba tanto pues de momento no entraba en mis planes regresar al mundo que dejé antes de naufragar.

En esas cuitas entretenía mis pensamientos tras la amanecida de mi segunda mañana en la isla. La perrita Siri ensayaba quiebros con las olas y husmeaba aquí y allá, siempre del ronzal de su curiosidad sin freno. Durante la primera noche apenas pude conciliar el sueño vigilante como estaba para poder diferenciar cada ruido, pero entre sobresalto y cabezada encontré algunos instantes para reflexionar sobre el sistema de vida que habría de sobrellevar en aquella isla que iba a ser mi hogar durante no sabía cuánto tiempo. Mi intuición me señalaba que la prioridad era atender a mi sustento y al de mi compañera Siri si pretendía permanecer vivo por una larga temporada.

Tras mi paseo por la playa me adentré en la espesura de la isla y anduve sin descanso cada palmo mientras intentaba evaluar los medios de que dispondría para sobrevivir. Hurgando aquí y allá acerté a encontrar algunas raíces que según mis limitados conocimientos sobre árboles y plantas podrían procurarnos los nutrientes necesarios para sobrevivir en caso de apuro. Tras un minucioso estudio de las posibilidades de subsistencia de la isla llegué a la conclusión de que en esencia tendríamos que alimentarnos de raíces y peces. Nada nuevo bajo el sol. Días después descubriría otros medios que ahora no alcanzaba a columbrar en mi entorno.

Mi imaginación me volvía a jugar malas pasadas porque siempre había albergado la esperanza de encontrar algún manantial o al menos un hilo de agua de riachuelo que halagara a su paso los oídos cansados de los náufragos. Ni venero, ni río caudaloso ni mediano ni chico pude hallar en la isla a la que el infortunio confabulado con mi mala cabeza resolvió desterrarme.

Pero he aquí que en el cuidadoso recorrido por la isla llegué a alegrarme de las largas caminatas que recordaba haber pasado con mi grupo de senderistas durante las cuales también ejecutábamos algunos ejercicios rudimentarios de supervivencia. La ciencia del fuego por, ejemplo, no se me resistía y pude disfrutar desde el primer día de su acción y efecto beneficioso sobre los peces que me sirvieron de alimento y que pude pescar junto a la orilla con la sola ayuda de mis manos desnudas.

También recordaba con nostalgia mis prolongadas lecturas de libros sobre naufragios a los que era muy aficionado en los que se relataban por menudo las andanzas de náufragos y cómo los desesperados amontonaban ramas secas cerca de la costa y las dejaban preparadas para arder en fogata estrepitosa por si aparecía en lontananza algún velero al que llamar la atención de sus tripulantes con el humo de la hoguera.

Después de recorrer toda la isla pude comprobar que no era muy extensa. También me cercioré de la ausencia de vida así como tampoco encontré reliquia alguna siquiera fuese de la visita fugaz de algún grupo extraviado. Estábamos solos en un mundo inhóspito y poco amable.

Tras recorrer palmo a palmo la selva llegamos a la costa a un lugar magnífico al que bauticé andando el tiempo y debido a la espectacularidad de sus vistas como el salto del guerrero. El batir del agua contra el acantilado emitía un ruido tenebroso y lúgubre que llenaba de zozobra mi alma a la par que sobrecogía a Siri que a la sazón reculaba por miedo a despeñarse en el abismo.

Absorto en el paisaje me dejé llenar por la nostalgia de donde me sacó el ladrido afónico de Siri que a escasos metros entre la maleza parecía debatirse en lucha desigual y apurada con algo que la tenía sujeta por el hocico...

Continuará

20 junio 2008

Impromptu II

Índices por todas partes. Lo que (me) ocurre es un índice; la sapiencia de los sabios es un índice; el viento en la noche contra la montaña es un índice, ¿qué más se puede decir?
***
Lo arbitrario de llamar rosa a la rosa y hay niños que son torbellinos.
***
Ay, las palabras, tan agradecidas ellas, siempre dispuestas a la combinación.

18 junio 2008

Puig Campana III


Las calles aparecen deshabitadas al amanecer el segundo y último día de vida para la Tierra. Los datos contabilizados hasta la fecha revelan un millón de muertes producidas por el pánico en los países desarrollados. En los países pobres las estadísticas no han variado apreciablemente, la vida y la muerte allí siguen su ritmo habitual…

Aristóteles, Pitágoras, el ser y la nada, el superhombre y el sursuncorda.

Mis manos se mueven sudorosas mientras compruebo el infausto devenir de los acontecimientos.

Los científicos más reputados esgrimen hipótesis arriesgadas que según ellos evitarían el trágico desenlace. Los dirigentes de las iglesias reclaman para sí la exclusividad en la interpretación de lo que se avecina: final de los tiempos, extravío humano, cansancio de los dioses

Mientras tanto la gran bola de fuego pende imperturbable sobre nuestras cabezas. Algunos hasta encuentran un motivo de consuelo: no hemos sido nosotros los artífices de la destrucción de la Tierra sino un elemento natural exterior.

La mayoría de los mortales ha perdido el interés que les impulsaba a actuar hasta el día de ayer y miran suplicantes hacia arriba. Muchos abandonan despavoridos el puesto de trabajo y huyen de sus lugares de residencia como lobos asustados. ¿Adónde irán?

La humanidad, temerosa, confusa y suplicante, eleva hacia el cielo su plegaria como un incienso que entorpece los sentidos: parecen caer en la cuenta del extravío del ser humano desde tanto tiempo atrás que hizo que en vez de dedicar sus esfuerzos a prevenir catástrofes entregara su vida a amontonar ruido y furor.

Contengo la respiración mientras el temido momento se precita por el horizonte y el cielo se emborrona de un arco iris ensordecedor.

Y en el último instante, cuando todos presagian el gran final... el reloj de arena que rubrica el tiempo se detiene; la nave espacial Eros, cuando sólo faltan unos segundos para el fenomenal impacto, realiza una inesperada e insólita hazaña que se salta las leyes físicas y modifica in extremis su trayectoria para alejarse después con gravedad de la Tierra.

Siete trompetas tronaron en cada rincón de la Tierra y del Cielo y una voz potente y bronca retumba rota mientras anuncia el acontecimiento: la Tierra tendrá una segunda oportunidad; volveremos a empezar de nuevo.

Gráciles seres alados se mueven entre los rostros aturdidos de los confusos humanos que esperan ansiosos el gran final y en su lugar se encuentran con el anuncio pormenorizado de la buena nueva.

Y los seres venidos de lo alto relacionan uno tras otro todos los inventos humanos para luego hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. Se desmaterializan y se esfuman en el acto, todos menos uno.

Un ser alado espléndido, de nombre Rafael, habla con gran majestuosidad como príncipe de luz:

El mundo viejo ha pasado ya y de él sólo quedará en la memoria de la gente, un vaporoso recuerdo como el que produce en los oídos nostálgicos el relato de una leyenda antigua. Y prosigue Rafael- Sólo un descubrimiento genuinamente humano es necesario para el viaje extravagante de la vida y sólo él formará parte de vuestra herencia y de vuestro equipaje: el fuego para el calor del hogar y el crepitar del fuego que trae recuerdos de la infancia de hombre, de sus sueños y de su origen. Todo lo demás sobra porque ya ocasionó una vez el extravío humano.

El sol espléndido esparce sus brasas por el valle. Tras el gran susto, el silencio y la calma reinan por doquier mientras redacto el último párrafo de mi escrito.

Yo, Michael, Arcángel y centinela de Dios, ¿quién como Dios? firmo y rubrico mi informe, dado en la Tierra en el año de la justicia de Dios.

Fin del último día de la Era Antigua

16 junio 2008

Puig Campana II



¡El paisaje es espléndido! Sendero abajo puedo ver a unos aventureros que recogen los bártulos que utilizaron para la escalada a la gran montaña. Mochilas, tiendas, machetes, linternas… El cielo esboza un estático torbellino de colores. La cima del Puig Campana se desvanece tocada por los últimos rayos del sol mientras abajo varios archipiélagos de luces tintinean como antorchas vacilantes.

Y, de pronto, estalla la bomba. La noticia saltó primero a la red y de ahí pasó a la televisión y a la radio... Un científico incontrolado, aprovechó el anonimato de Internet para dejarla caer con indisimulado afán. Se trata de la pesadilla de los últimos años: el asteroide Eros que vaga por el espacio en un diabólico viaje que acabará abruptamente al impactar contra la Tierra.


Se extendió como tsunami por todas las pantallas de ordenador y como plaga se prodigó en todos los boletines informativos de radio y televisión. Todos pronunciaban el mismo nombre: Eros.

Las grandes potencias, una vez convencidas de que no podrían esconder el gran acontecimiento a la población unificaron sus criterios a través de videoconferencia y decidieron como primera providencia redactar un comunicado para tranquilizar a los ciudadanos porque ellos se sienten realmente asustados. Pero la gran noticia había calado ya hasta en el último rincón de la tierra y no había tranquilidad posible para los corazones angustiados.

En pocos días ningún habitante de la aldea global fue ajeno al acontecimiento: aquello, temido y pronosticado desde antiguo iba a ocurrir. La profecía largamente anunciada; el abracadabra o palabra mágica de todas las logias; el temor, primero y el pánico después, todo se desparramó por calles de pueblos y ciudades y por las encrucijadas de los caminos, reales o virtuales: en un par de días la tierra estallaría en pedazos y provocaría un desequilibrio sin precedentes en el sistema solar, de resultados imprevisibles para toda la galaxia. Pero esta vez la noticia provenía de los más reputados laboratorios científicos.

Tras el caos que sobrevino de inmediato le siguió una paralización de toda actividad en la tierra.

En todo el mundo miles de expertos de frentes sudorosas ponen a trabajar a todo correr máquinas potentísimas que efectúan complicados cálculos sobre órbitas, desplazamientos, probabilidades, márgenes de error. No había duda: al mediodía del viernes y de acuerdo a sesudos cálculos efectuados desde hacía una docena de años, el asteroide catalogado por los científicos con el nombre de Eros impactaría sin compasión contra la tierra con una potencia tal que los daños serían letales para la supervivencia del planeta que muy posiblemente se disolvería en millones de partículas vagando en todas direcciones... si Dios no lo remediaba.

Los estudios de televisión de medio mundo se pueblan de personajes variopintos que extraen de aquí y de allá las más variadas teorías y enarbolan hipótesis de trabajo, propuestas, amenazas, esperanzas. Todo se va a poner a prueba: la fe del carbonero, la evidencia científica, las teorías apocalípticas, el ateísmo de los descreídos; toda creencia mira de reojo al vecino. En unas pocas horas la humanidad saldrá de muchas dudas.

Mientras tanto, inexorable, Eros recorre los miles de kilómetros que le separan del gran encontronazo. ¡Cuantos años de disputas, de ambiciones, de egoísmos que se ha de tragar el fuego! ¿Será posible que ocurra lo que hasta hace unos días era considerado sólo como de ciencia-ficción?

Y así naufragó el día primero entre estertores llegados desde los últimos confines de la tierra camino a la desesperación.

Continuará.

15 junio 2008

Impromptu I

Los expertos dicen que cuando dos personas se gustan es porque tienen la misma química. Cuando se repelen, física y química. Los expertos, los que ponen nombre a las cosas y las clasifican; o, porque ponen nombre a las cosas, las clasifican. El hombre es un escribano y desde antiguo ocupa su tiempo en el Gran Inventario.

12 junio 2008

¿Qué es poesía?

Highgate



¿Qué es poesía?

Mil ángeles a lomos de mil corceles blancos ante un precipicio de estrellas.

***

Volar es una rutina para el ave.

***

Las cosas importantes de la vida nos son presentadas por el azar. ¿Será un disfraz?

***

11 junio 2008

Miembros y miembras: Babel.


Reconozco que es de escaso mérito hacer referencia al asunto. El nivel es tan bajo que no merece la pena ni de rebajarse a criticar las ocurrencias de quienes se dedican a destrozar el idioma. Lo de miembros y miembras representa un peldaño más en la conjura de los despropósitos que no tiene perspectiva de ir a menos. ¿Quién dijo que lo del chiquilicuatre era un baile pasajero?

Por si alguien no se ha enterado glosamos aquí la ocurrencia de una ministra del gobierno de España que se ha referido de ese modo a los miembros y miembras pertenecientes a una Comisión del Congreso (y Congresa) de los Diputados (y Diputadas). Una vergüenza escuchar estas cosas. Parece ser que ante tanto desvarío los profesionales electricistas van a reivindicar la palabra electricisto. Puestos a hacer el ridículo…

Vascos y vascas, padres y madres, (a las APAS, o sea a las asociaciones de padres se les llama ahora AMPAS, es decir, asociaciones de madres y padres de alumnos). Algunos por querer ser más papitas que el papa en lo tocante a la igualdad perpetran estos excesos que rayan con la cursilería.

Lo cierto es que lo tienen harto difícil todos los que practican esta suerte de allanamiento de morada con el diccionario porque el uso del idioma ejemplifica bien la llamada ley del mínimo esfuerzo y eso de estar todo el día repitiendo padres y madres, niños y niñas, vascos y vascas produce agujetas en la lengua y al final, tras el sarampión verbicida (permítaseme el palabro) volverán las aguas a su cauce.

Unos por peloteo, otros por ignorancia y los terceros por prurito imitador de lo políticamente correcto el caso es que el idioma sangra por la herida y sufre estos atentados en silencio como la señora del anuncio televisivo…

¿Y no sería mejor que nombraran a gente ya formada para ocupar los ministerios y nos evitaran padecer esta vergüenza ajena?

08 junio 2008

Diario de un náufrago III

El viento amainó y una cinta de luz que desbarataba la penumbra irrumpió oblicua por una hendidura de la cueva. Y allí estaba asomado, a tan sólo unos cinco metros, un extraño y peludo ser que me observaba sin parpadear temeroso de mi reacción.

Tuve que enfocar varias veces para hacerme una idea de lo que tenía delante. Su estatura era como de un metro cincuenta aproximadamente y tenía una apariencia entre simiesca y humanoide, si bien distaba mucho de poder confundirse con cualquier animal o humano que hubiera visto antes, ya sea directamente o a través de los cuadernos de campo de los naturalistas a los que era aficionado.

Ante la duda de quién inspiraba más temor al otro retrocedió desde sus profundos ojos de un brillo azabache, que reflejaban como una punzada eléctrica de luminosidad. Nos mantuvimos inmóviles y al acecho por un breve lapso de tiempo mientras cada uno parecía evaluar a su modo la situación.

Noche, como así le bauticé luego, intentó retroceder bruscamente y dio un traspiés, emitió unos sonidos guturales y topó con sus huesos contra la roca. Me acerqué para observarle mejor; aquel extraño bicho irradiaba malas vibraciones. ¿Estaría condenado a malvivir con semejante compañía en una tierra extraña?

Las gotas caían ahora despaciosamente y orquestaban una percusión diáfana y relajante a intervalos regulares hasta que terminó por perderse furtivamente como el final de la tormenta di mare de Vivaldi.

Noche salió corriendo despavorido; parecía alertado por la presencia de algo que yo no alcanzaba a ver desde donde estaba. En unos segundos le perdí de vista y no le volví a ver más ni ese día ni en los siguientes. Quedé envuelto en un silencio sólo roto por un rumor lejano como de un gracioso cacareo que salía del bosque. Agucé el oído y pude escuchar una queja como un ladrido afónico. ¡Era ella! ¿Cómo pudo salvarse del desastre? Estaba allí, empapada como sopa, a escasos metros del acantilado con unas cuantas magulladuras y jugando con el rabo. Al igual que yo debió salir empujada por la violencia de las olas y aparecer como un ovillo junto a la playa.



¡Siri! La llamé y reconoció mi voz. Hizo un quiebro de alegría y me encaró. Vino hacia mi presurosa como tantas veces había hecho en nuestra casa donde Siri era la pequeña de la familia, y tras los arrumacos de costumbre salimos ambos en persecución de noche. Nos adentramos unos metros en el bosque. El cielo se iba enjuagando poco a poco cuando de pronto apareció un ave del tamaño y apariencia de una gallina, desmañada de movimientos e incapaz de volar como ella. Siri salió disparada pero el ave jugaba con ventaja y consiguió zafarse de los colmillos afilados y los zarpazos torpes de la inexperta Siri. Mi perra no había aprendido a convivir con otros animales ni con otras personas, pero se convirtió en la niña de mis ojos desde que llegara a casa un invierno con un par de días de vida y aterida de frío. Primero intenté que durmiera en la alfombra junto a la cama, pero como lloraba porque la habían dejado sin su madre tan temprano la tomé conmigo y ya nunca más quiso dormir si no era pegada a mi. Se dormía metida en el bolsillo de mi pijama, acurrucada al calor de mi nuca mientras yo estaba entretenido en la lectura, o arremetía a empellones con mi bíceps imaginando que su madre la amamantaba.

Perseguíamos, pues, a un ave que yo había visto decenas de veces en los dibujos de campo y que aparecía bajo el nombre de cagu, kagu o cagou, pero nunca había podido escuchar su curioso cacareo. También acerté a ver, durante los días posteriores, un zorro volador que recordaba en los cuadernos de campo con el nombre de roussette, una especie de murciélago enorme que se alimentaba de vegetales ¿Para qué le sirve un cagu o un zorro volador a un náufrago como yo que acabada de aterrizar en una isla solitaria, llena de sorpresas y donde todavía ignoraba si podría llegar a subsistir por algún tiempo o estaría condenado a perecer en condiciones lamentables?



Cuando el cagu se hartó de aguantar las embestidas de mi perrita ensayó un quiebro y se perdió entre la espesura. Siri le siguió por un momento y cuando conseguí alcanzarla bebía agua de una charca en forma de óvalo que luego comprobé que tendría como un metro de hondura y unos cinco metros de diámetro. Había agua de lluvia suficiente para sobrevivir sin necesidad de acometer ninguna obra de ingeniería. El hallazgo me dejó más tranquilo dentro de la sombra de tristeza que me embargaba por los sucesos acaecidos durante las últimas horas.

Mientras el amanecer me produce alegría, nunca me gustaron los atardeceres que siempre me envuelven en arreboles de nostalgia y aún melancolía como hoy por la zozobra y desdicha a las que me había expuesto mi mala cabeza.

El resto del día lo ocupé en comprobar si había algún otro animal en la isla o acaso algún otro náufrago aventurero como yo. También inspeccioné como pude los lugares más cercanos por si encontraba restos de algún miembro de la tripulación u objetos provenientes del naufragio que me sirvieran para el uso cotidiano hasta que un barco salvador acertara a pasar cerca de las costas y me rescatara. ¿Cómo iba a subsistir en aquel mundo inhóspito al que me había empujado el destino? Eso era lo que me preocupaba ahora.


07 junio 2008

El camino del corazón


Cuando tengas que elegir, elige un camino con corazón, porque quien elige un camino con corazón no se equivoca nunca. Popol Vuh.

También Carlos Castaneda tiene otra frase similar que aparece impresa en el frontispicio de su primer libro Las Enseñanzas de don Juan: Yo sólo quiero recorrer caminos que tengan corazón, cualquier camino que tenga corazón. Los recorro por entero y la única prueba que vale es atravesar todo su largo. Y así sigo mirando, mirando, sin aliento.

Hay relatos que dejan huella como me ocurrió en su día con la historia de dos gatos. Se trata de una conversación de Carlos Castaneda con su maestro, un chamán mejicano (don Juan Matus). Carlos le contó a don Juan la historia de una amiga que se encontró dos gatos y los cuidó durante dos años, al cabo de los cuales y por tener que vender la casa fue a dejarlos a una especia de hospedaje de animales. Mientras su amiga bajaba a uno de ellos del coche para introducirlo en el recinto, Carlos soltó al otro (Max era su nombre).
¿Qué pasa con la historia de los gatos?- preguntó
Carlos

- Me dijiste que crees estar corriendo el riesgo como Max,
dijo don Juan.

- Así lo creo.
- Un guerrero no cree sino que tiene que creer. Como guerrero no puedes nada más creer eso y dejar las cosas así. Con Max, tener que creer significa que aceptas el hecho de que su fuga pudo ser un arranque inútil. A lo mejor se metió por el desagüe y se murió en el acto. Un guerrero toma en consideración todas estas posibilidades y luego elige creer de acuerdo con su predilección íntima. Creer es lo de menos. Tener que creer es otra cosa.

Tener que creer significa que también tienes que tomar en cuenta al otro gato, al que jugaba y lamía las manos que lo llevaban a su fin. Ese fue el gato que marchó confiado hacia su muerte, repleto de sus juicios de gato. Tú piensas que eres como Max, por eso te olvidas del otro gato. Ni siquiera sabes su nombre. Tener que creer significa que debes tomar todo en consideración, y antes de decidir que eres como Max, debes considerar que a lo mejor eres como el otro gato; en vez de luchar por tu vida y correr el riesgo, a lo mejor te vas feliz a tu muerte, repleto de tus juicios. La muerte es el ingrediente esencial del tener que creer.

Tenemos que creer que Max se dio cuenta de lo que le andaba al acecho y tuvo al menos poder suficiente para escoger el sitio de su fin. Pero hubo el otro gato, como hay otros hombres cuya muerte los envolverá mientras están solos, desprevenidos, mirando las paredes y el techo de un cuarto desolado y feo…

Así que si no fuera porque nos damos cuenta de la presencia de nuestra muerte, no habría poder ni misterio…
(Relatos de Poder, C. Castaneda)

Esa historia me impactó hace años. A otros les impactó el proceloso mundo de las drogas hacia el cual nunca me sentí atraído. Algunos, de manera inconsciente, hasta hacen apología de las drogas; yo hago apología del camino del corazón.

Cuando tengas que elegir…
Todos los caminos son lo mismo: no conducen a ninguna parte. Hazte la pregunta: ¿tiene corazón este camino? (Carlos Castaneda)

03 junio 2008

Aitana II

Playa de El Campello (Alicante)


Amanece y lo estoy mirando. Es uno de los puntos en el espacio donde confluyen todos los puntos.

A la izquierda, una valla metálica protege las ruinas de las maniobras distraídas de los visitantes, turistas de paso que vienen a dejar su dinero, su malhumor y su rutina.

Al frente, el agua se agita, parece que se balancea juguetona, naufraga en ella misma, se esponja, después estalla e inunda por arriba y por abajo los agujeros que el tiempo ha excavado en la roca; se derrama, lame los pliegues de la arena, se retira, emite un sonido como de piedrecitas al rozarse, y se disuelve en burbujas.

Y en medio él. Lo veo desde arriba, donde está el cuartel de la guardia civil, revolverse, preparar algo con esmero, marcar su territorio con precisión; en el centro tiene amontonados unos troncos de los que emerge un fuego matinal.

Lo observo con atención. Sus manos hacen coro al movimiento de la boca siguiendo un rápido compás. Va de aquí para allá como una peonza. Se calienta; prepara unas cuerdas; mira a los curiosos y habla con ellos. Ha creado una república; la llama la república de Algasia (por las algas). Me he constituido en república independiente; estoy en mi derecho, explica a unos curiosos.

¿Qué comerá? No es problema: por todas partes hay raíces y, además, tengo plantadas hortalizas in vitro. Compruebo que hay algo enterrado en unos recipientes de cristal. Es manchego, para más señas.

La república de Algasia tiene una frontera abierta, cualquiera puede cruzar su territorio (apenas 300 metros cuadrados); sólo pido respeto. No tengo trabajo, mi país no me ayuda. Conozco el derecho. Los alemanes, si yo quiero, me van a dar reconocimiento internacional. Ha estado aquí un concejal con dos guardias y les he dicho: mucho ojo con lo que hacéis; y no se han atrevido a tocar ni una piedra. Eso si, no utilizaré la violencia; he estudiado a fondo las grandes revoluciones y he llegado a la conclusión de que la violencia no produce nada bueno.

Me vuelvo a mirarlo una vez más. Ahí está: el pálpito de la vida y su locura, el visitante cuerdo y su sonrisa, el murmullo del agua contra la piedra, las ruinas del pasado y el presente, la frontera entre lo ordinario y lo insólito, el de la triste figura y todos nosotros, la búsqueda de un espacio no profanado, el equilibrio del mundo en su vaivén.

Mientras nos alejamos de allí resuena en mi mente: cada piedra tiene un sonido distinto. Vuelvo de mi letargo al oír una voz que grita a lo lejos algo que no acierto a entender.

Continuará

En una playa de El Campello (Alicante), rumbo a Aitana, enero de 199..

01 junio 2008

Aitana I


¿Por qué se ha extinguido la lámpara? La he cubierto con mi manto para que estuviera al abrigo del viento." R. Tagore

Estoy aquí, una vez más, en la sierra de Aitana, a 1558 metros de altitud sobre Benidorm, un 16 de febrero del año tal y contemplo las postreras nieves del invierno más lluvioso de los últimos años.

Aitana, pocas pisadas recientes; huellas antiguas perforando la nieve. Aquí y allá, placas de hielo; allá y aquí, el viento ululando a sus anchas.

La sierra de Aitana aparece hoy espléndida de verdor, pero cuando a ella le interesa se solapa entre nubes o se cubre de niebla baja por entero en su cima, para esconder quién sabe qué. Siempre que esto ocurre, mi amigo Pepe, compañero de aventuras que ahora se apresta a ponerse los guantes para zafarse del frío, mira para otro lado por mejor huir del canto de sirenas que la niebla interpreta para él.

Hoy nuestra intención es subir hasta la cima desde la pequeña explanada en la que ahora estamos, lugar más alto al que se puede acceder con coche, y girar él hacia la derecha y yo hacia la izquierda desde donde puedo ver el mar, dejando la base militar a nuestra espalda, no sin antes detenernos brevemente en una estrecha pero alargada cueva antigua y erosionada, en la que siempre solemos entrar.

Cuando estamos preparados para la marcha, Pepe, con un leve gesto, llama mi atención. Me acerco despacio. Observa, sorprendido, un bulto inmóvil; el bulto aparece sobre el agua que emerge de una pequeña fuente y baja cantarina hasta un abrevadero cercano.

Durante un largo rato observamos en silencio. Es un pájaro, -dice Pepe-. Eso me parece a mi. Está allí quieto, con las alas al viento. Es muy grande y de pico largo. ¿Qué pájaro será? -pregunto-. Ni idea, oigo que responde.

Lo miramos durante unos cinco minutos, absortos en la duda que se disipa por momentos; asombrados ante su generoso plumaje, observando sus formas espléndidas, desconcertados ante lo insólito del hallazgo.

Desde donde estamos situados no podemos acercarnos al animal sino dando un rodeo. Es lo que ahora hace Pepe. Se acerca sigiloso e introduce su mano en el agua helada. Veo su cara de asombro al alzar el pájaro en el aire. ¡Es una bolsa de plástico!, -exclamó, chasqueado. Anda que como no estemos más listos, hoy va a ser un día memorable, le oí quejarse mientras me seguía en dirección a la cima.

Así es mi amigo Pepe: agudo, pragmático, amigo de meriendas campestres al abrigo del sol, hasta que coincidimos en estas montañas y a partir de ese día las salidas tienen otros objetivos ... Pero mejor será no adelantar acontecimientos.

Por aquí hay unas huellas profundas, -le indico a voces-. Vamos a seguirlas y así, pisada contra pisada, el camino será más fácil.

Mientras subimos despacio la ladera de la montaña, acompañados por el silencio contra el sonido breve de nuestros pasos y algún que otro graznar de ave, surge en mi mente como nube el recuerdo fugaz de la ciudad: el ajetreo, el trabajo diario en la ciudad y sus prisas, el cansancio y la rutina: los problemas nos acosan, parecen insolubles allá abajo, metidos como estamos en la burbuja cotidiana donde reina el agobio. Pero aquí arriba todo es sosiego.

El eco de un graznido potente rebotando aquí y allá hasta perderse valle abajo me devuelve a la nieve y al espacio abierto y no deja ni rastro de mis pensamientos. Hoy la montaña vocea recuerdos de otras épocas e incluso de otros mundos. Sí, hoy es un día de descanso, de parada, de olvidarnos por unas horas (o tal vez para siempre, ¿quién puede garantizar nada, sino la muerte?) de la rutina diaria. Desde hace meses nos hemos marcado un plan y el viernes es el día elegido en el que lo dejamos todo para aprender de la montaña.

De un picacho quebradizo se despega una piedra que oímos rebotar en otras rocas, se detiene unos momentos y cae a mis pies. ¡Por poco!

Oye -anuncia Pepe mientras lo veo dirigirse trabajosamente hacia una oquedad estrecha entre dos rocas por donde accederemos a la cima-, esta vez va a ocurrir algo grandioso. Y desaparece como tragado por la montaña.

La pasajera soledad me retrotrae a aquél día en que nos encontramos con un ser pintoresco en el pueblo de El Campello camino, no sé si de Aitana o del Puig Campana, pues lo recuerdo como una bruma. Se trata de las las peripecias de un manchego junto a la playa.

Continuará