30 agosto 2008

Ecos de Montaigne



Hoy no tengo ganas de hablar. Será porque me he levantado con el pie izquierdo, y a mi lengua le cuesta trabajo moverse; de manera que hoy no me siento inclinado a hablar mucho, lo cual tiene sus ventajas porque es bien sabido que cuando una persona amanece con la boca llena dice tonterías de muy diversa índole, y más tarde se arrepiente de su locuacidad. En fin, que para no querer hablar me estoy retrasando en prolijas explicaciones sobre algo tan nimio, en vez de empezar, como Dios manda, por decir quién soy. (Ahora me acuerdo de una frase que me gustó mucho cuando la leí: ¿Cómo decir quién soy cuando yo soy todo esto?, y el escribano se refería a cuanto le rodeaba: seres, cosas, mundo…; en griego, todo, se dice pan; cuando yo era chiquillo a las mujeres se las piropeaba así: ¡estás más buena que el pan!, ahora me explico. Pues eso: quién soy yo. Me llamo José. No, no es ninguna tontería decir me llamo; lo que pasa es que no tengo ganas de hablar, pero cuando me escucho a mí mismo decir ¡José!, eso es un nombre, y me azoro mucho y no sé el motivo; por ejemplo cuando me oigo: ¿Qué haces, José?, un escalofrío surge por la espalda y me recorre no sólo el cuerpo sino mi completo pan, y esto no sucede cuando alguien (del exterior, digamos) pronuncia mi nombre.

De manera que me llamo José. Y debo decir, (para quien se haya puesto a leer inocentemente este panfleto sin saber de qué va) que lo que tienes en pantalla es una carta (aunque especial) al mundo (urbi et orbi, vaya); es decir: no a un destinatario conocido (lo cual me obligaría a ser concreto y a llevar mucho cuidado con las palabras -y esto sin ninguna garantía de que un malentendido aquí y otro allá no arruinara todo intento de comunicación-), sino al mundo, así, en general; pero que no cunda el pánico pues yo no voy a pedir nada, ni a sacarle los colores a nadie, sino simplemente a escribir hasta que me canse (que será pronto); y el hecho de que el cúmulo de eventos sin propósito que constituye este panfleto no tenga el aspecto de una carta normal y corriente es porque hoy no tengo muchas ganas de hablar ni de recrearme con formalismos. Vaya, vaya, tras escribir carta al mundo he cavilado: ¡pero qué narices le importará al mundo lo que piense José!; bueno, y a José, a veces, le ocurre lo mismo con el mundo. Pero por otra parte, decir José, no es decir mucho, igual valdría citar a Pedro, o a Juan, ... y a lo mejor hasta es por eso, que como somos tantos, pasamos unos de otros sin apenas esfuerzo. Y lo de especial es porque las normas requieren de una carta que tenga un destinatario preciso y ésta no lo tendrá. A lo que íbamos: como hoy no tengo ganas de hablar, pues me dirijo al mundo, en abstracto y así nadie se ofende ni se siente señalado y yo tampoco tendré que dar explicaciones. ¡Estoy harto de dar explicaciones! En fin, a lo mejor lo que voy a contaros son acontecimientos sin sustancia, cabos sueltos, pero, bien mirado, las cosas en la vida ocurren así: los acontecimientos que nos abordan no vienen atados todos en el mismo fardo como si de cosas homogéneas se tratara (cebollas con cebollas), es José el que los asocia y saca sus conclusiones, pero hoy no quiero ni sacar conclusiones, es que no tengo ganas de ... Quisiera hablar como lo hace el viento: no para emitir un mensaje acotado por la significación de unas cuantas palabras conjuradas con más o menos acierto, sino a la manera del viento que pasa y nos trae como torbellinos de sensaciones que cada cual percibe a su modo. Ahora me acuerdo de un sueño que tuve días atrás. Soñé que estaba en un desfiladero de esos que aparecen en las películas del oeste. La calma más absoluta me acompañaba cuando una racha de viento se me echó encima. La oí sortear la vertiente, luego se deslizó entre los matorrales, avanzó por entre las piedras del valle, se encaramó hasta un peñasco, descendió a ráfagas hasta donde me encontraba y abofeteó, sin convicción, mi cara. Estaba solo y grité: ¡¡Hooolaaa!! Un coro de voces repetía de forma entrecortada “hoolaa, hoolaa” … rebotando aquí y allá, mientras en mi cabeza se rumoreaba: al mundo qué le importa lo que piensa José. Así era la cosa: yo gritaba a un montón de piedras que me devolvían los mismos sonidos amplificados, ante la duda de si las piedras repetían mis palabras o a lo mejor es al revés, que yo daba forma al puro clamor de las piedras vivas. Y me desperté con este pensamiento:
¡cuánto saber callan las piedras!

Yo, la verdad, mucha, mucha fe en las palabras, no tengo. La sentencia popular afirma: hablando se entiende la gente, pero yo no lo veo así; más que como atajo yo experimento el lenguaje como una carrera de obstáculos; no quiero exagerar pero es lo que compruebo a diario. Y
soy un enamorado del lenguaje, no creas. Hay palabras que me fascinan por su sonoridad, como pórtico, bóveda, tálamo, me gusta repetirlas, no se si es por su virtud de esdrújulas o porque para mi tienen un significado no manifiesto, algo así como un mensaje. (Iba a poner significado oculto pero tal vez esta palabra tenga connotaciones que no quiero que empañen el sentido de la frase y me he visto en la obligación de sortearla -como se hace con un obstáculo-). En fin, pensamientos irrelevantes que me permito introducir en esta carta ya que no hay compromisos previos ni falsas expectativas y así nadie se sentirá decepcionado. Cabos sueltos; sí, sí. Así podría haber llamado a este escrito, si bien el nombre no tiene importancia y prueba de ello es que en el transcurso de la carta se agazapa, tras cada párrafo, un nuevo nombre al que sucederán otros hasta el punto final. Creo que todos somos cronistas privilegiados de la vida y todos llenamos unas cuartillas, aunque tal vez no con lápiz y papel, y en alguna ocasión he imaginado que cada uno de los seres que poblamos la tierra somos portadores de una palabra que vamos trabajando como el cantero a la piedra, cada expresión cumpliendo su oficio en el gran pergamino que es el mundo hasta completar algún mensaje. Yo, un humilde artículo, el otro un verbo, palabra por excelencia, (por eso si digo: amo, me estoy nombrando más que si digo José -a condición de que no sea una palabra hueca-); y de rondón llegamos a lo que los expertos llaman un realizativo, que es algo que, en el momento que se emite la expresión, está haciendo la persona que la emite: “Sí, juro” (desempeñar el cargo con lealtad, honradez … expresado en el curso de asunción de un cargo, _J.L. Austin_). De ahí crece mi sospecha de que cada uno de nosotros somos un realizativo y vamos, polvo de playa, trigo de granero, construyendo-manteniendo el mundo. Y es así como escribimos la otra historia (no la historia de la humanidad que es más restrictiva y antropocéntrica sino del mundo, comprendiendo en él a los otros compañeros de viaje: plantas, animales y piedras. En fin, puede ser que debido a mis pocas ganas de hablar esté hilvanando hoy una serie de pensamientos sin sentido ni conexión alguna y aburra hasta las piedras. Aburrir a las piedras: una frase hecha muy poco afortunada que para mí incurre en dos errores: uno, el suponer que las piedras están muertas y dos, el creernos tan importantes como para pensar que las piedras van a estar pendientes de nosotros como si no tuvieran nada mejor que hacer... Es curioso: las palabras nos llevan unas a otras y de rondón nos encontramos como dando vueltas a una peonza, y así dice Antonio Gala: mi pasión es continua, como el péndulo de un reloj que se mueve ignorante de la hora que marca que parece el eco de esta otra frase de Gustave Flaubert: Se aplicaba a cumplir sus deberes como un jaco de noria que da vueltas, con los ojos vendados, sin tener ni idea de la tarea que desempeña. Y es que, quizás, usemos siempre las mismas palabras porque están todas ya pronunciadas. Puede ser que haya una matriz con unas cuantas palabras o ideas raíces de las que salen todas las demás, como afluentes o derivaciones de un gran río caudaloso, pero ocurre que pronunciadas éstas, las demás son pura repetición (variaciones sobre el mismo tema). Después de que Cervantes pariera la obra maestra de la humanidad, ¡a ver quién es el genio que se pone a su altura! Alguien podría achacarme cierta afición por los mitos, y efectivamente creo que el imaginario colectivo está plagado de pistas dejadas aquí y allá que nos pueden ahorrar muchas vueltas de noria. No sé; si no estuviera tan cansado y con tan pocas ganas de hablar podría matizar mucho más todo esto que aquí es sólo un esbozo atropellado y caótico.

Bueno, tendré que poner punto final de alguna manera a este escrito aunque me temo que el final no va a ser muy diferente del principio. Otro día, cuando me encuentre más locuaz, a lo mejor me extiendo y escribo un ensayo sobre cosas serias, tras consulta atenta de una abundante y autorizada bibliografía, y sin olvidar el uso adecuado de los eufemismos que con tanta profusión y descaro han venido a sustituir por completo a la realidad, pero baste por hoy con lo dicho y aún sospecho que me he prodigado más de la cuenta y he abusado de la paciencia de quienes me leerán (que es mucho suponer). Ya termino: creo que lo correcto sería concluir esta carta como lo que es aunque su principio y desarrollo dejen mucho que desear. Por lo tanto me dispongo a saludar a todos, a expresar mis mejores deseos de paz y bienestar y a animaros a contestar estas letras pues me interesa tener noticias de cada uno de vosotros, conciudadanos del mundo. Afectuosamente.

José

19 agosto 2008

Alicante-Madrid

Madrid, calle del Príncipe



En estas soledades sin ecos ni silencios,
contemplando llanuras cuajadas de esplendor,
la tarde se me escapa sumido en el recuerdo
que embruma tu silueta cuando la baña el sol.

Todavía veo el humo que los trenes no expelen
culebrear a lo lejos mezclado con la nube
entre los arreboles que al cabo de la tarde
dibujan mi horizonte de inquieta y magma luz.

Parece despedida pero voy a tu encuentro
y espero tu presencia como el sol la mañana.
Escucho tu palabra más fuerte cuanto lejos
Y aspiro desde aquí tu donosa fragancia.

Transito por tu alma colgado en ese beso
que me prende sereno después de la tardanza
y encuentro en cada cosa fulgores y misterios
como en esta tarde te tengo en la distancia.

La roca a que me aferro, el agua en que naufrago,
la calle que no tuerzo, el árbol que me eleva,
el sonar dulce y terco de un trino solitario;
el rumor sosegado del aire en la maleza.

- El cáliz de una flor entregando su néctar.-

El billete, el asiento, la huida y la llegada
el pitido y su eco, la señal de partir;
quién será el compañero, el equipaje, el agua;
el sueño y la añoranza, el trayecto y su fin.

Lo nuevo, la zozobra, la libertad total;
la noche y la mañana, la habitación de hotel;
-los rostros desdeñosos-, un falso dulce hogar:
en realidad me ausento para poder volver.

Alicante - Madrid 96

13 agosto 2008

Nabokov



El periodo de vacaciones es propicio para muchas actividades y entre otras la de leer o releer libros interesantes. Acabo de leer un libro que a reúne las conferencias que Vladimir Nabokov, uno de los grandes de la literatura mundial, impartió en la universidad. Su curso de literatura europea, que así se llama el libro, trata sobre los comentarios de Nabokov sobre obras maestras de los genios de la literatura del siglo XX: Flaubert, Proust, Kafka, Dickens, Austen, Stevenson, Joyce.

La obra es una delicia y leer las notas tomadas por sus alumnos de los comentarios de Nabokov sobre Madame Bovary o En busca del tiempo perdido o sobre La metamorfosis es todo un placer inigualable.

Insistía mucho Nabokov a sus alumnos sobre una idea: que huyeran de interpretar obras como Madame Bovary o Por el camino de Swann en clave autobiográfica, porque, -decía-, toda obra es pura ficción, creación de su autor: todo lo que ocurre en el libro ocurre exclusivamente en la mente de Flaubert, afirmaba en referencia a Madame Bovary. Lo que yo deduzco de su advertencia si la he interpretado bien es que no se puede buscar con lupa la correspondencia exacta de cada acontecimiento narrado con hechos reales de la vida del autor, si bien toda obra no puede ser por menos que autobiográfica en un sentido amplio.

Y esto es así porque si bien el autor construye, (crea) una obra desde la ficción, no es menos cierto que cada autor sólo puede hablar de lo que siente, contempla, fabula, experimenta, en suma con un sistema receptor (su propio cuerpo – cerebro - mente - espíritu) con el cual percibe la realidad. Cada hecho narrado no es el correlato de una autobiografía, pero cada obra es autobiográfica en la medida en que el observador (creador) es uno y no otro y la ficción creada se contagia irremediablemente de las percepciones del creador que dejan su huella en cada obra.

Y otra recomendación repetida por Nabokov que es todo un camino para un escritor: acariciad los detalles.

11 agosto 2008

Naufragio


Un alto en las vacaciones para homenajear al gran poeta Leopoldo de Luis y recordar los últimos versos de su poema naufragio.








Y miramos el mar, cual si sintiéramos
que un oscuro naufragio nos convoca,
que olas del tiempo y soledad nos lanzan
contra arrecifes de tristeza, contra
mares de llanto sobre los que pasa
su helada mano un cielo sin memoria.


Leopoldo de Luis