Bandadas de gorriones saturan los árboles del parque y se cobijan presurosas entre sus ramas al caer la tarde. En las aceras se amontonan los excrementos. Un joven herrerillo que jugueteaba con un jilguero echó a volar, errático, al ver evolucionar en el cielo, fulgurante y decidido, al halcón. ¡Ufff!, ¡por poco!, grita.
El halcón peregrino desde sus acrobacias de vértigo congrega al resto de las aves y les comunica resuelto: tomaremos medidas hoy mismo, hay un intruso entre nosotros; un mal cante, un chivato, qué sé yo. Las autoridades pretenden echarnos de este lugar, les ocasionamos problemas, hacemos mucho ruido. Les inquieta el colorido de herrerillos y jilgueros y su regañante trinar; les disgusta la dedicación reiterada del pájaro moscón a fabricar un nido desde el que seducir a una hembra; les produce zozobra las subidas en vertical o las caídas en picado del halcón. Comprendámosles: son sólo humanos.
¿No tenemos una sociedad bien organizada?, trinó áspero desde su rama un sedentario gorrión de barba negra. Así es, terció un arisco e intrépido zorzal azabache, nos hemos adaptado al trasiego del hombre sin depender de él totalmente, lo cual no está nada mal. ¿A ti no te trajeron aquí -le dice el jilguero desdeñoso al halcón- para mantener a raya a grajas y palomas? ¿Y tú preguntas ahora por un infiltrado? El halcón reprimió un ademán.
La ciudad avanza cada día mientras la naturaleza, representada en nosotros, resiste, añadió el halcón. Bandadas de estorninos anidan en torres y campanarios a la busca de comida y compañía humana. Y la rueda de las estaciones completa su ciclo con meticulosa exactitud. Hasta ahora ha funcionado bien pero hoy tomaremos una decisión que marcará el futuro de todos.
Y así fue: una tarde, en vez de apretujarse en las ramas de los árboles, los pajarillos, convocados por el halcón de pico achatado, tomaron una drástica decisión:
Abandonaremos la ciudad hasta convertirla en un espacio triste y deshabitado. Volveremos al campo a vivir junto a pequeños asentamiento humanos. Regresaremos cuando los niños no puedan soportar ya más su tristeza y nos echen de menos. Estás tonto, -gritó el jilguero-, los niños están entretenidos con esos artilugios electrónicos, nunca nos van a echar en falta. Si esta primera estrategia no diera resultado, añadió el halcón, les haremos la vida imposible para que tengan que volver a los campos donde antes anidábamos.
El halcón peregrino desde sus acrobacias de vértigo congrega al resto de las aves y les comunica resuelto: tomaremos medidas hoy mismo, hay un intruso entre nosotros; un mal cante, un chivato, qué sé yo. Las autoridades pretenden echarnos de este lugar, les ocasionamos problemas, hacemos mucho ruido. Les inquieta el colorido de herrerillos y jilgueros y su regañante trinar; les disgusta la dedicación reiterada del pájaro moscón a fabricar un nido desde el que seducir a una hembra; les produce zozobra las subidas en vertical o las caídas en picado del halcón. Comprendámosles: son sólo humanos.
¿No tenemos una sociedad bien organizada?, trinó áspero desde su rama un sedentario gorrión de barba negra. Así es, terció un arisco e intrépido zorzal azabache, nos hemos adaptado al trasiego del hombre sin depender de él totalmente, lo cual no está nada mal. ¿A ti no te trajeron aquí -le dice el jilguero desdeñoso al halcón- para mantener a raya a grajas y palomas? ¿Y tú preguntas ahora por un infiltrado? El halcón reprimió un ademán.
La ciudad avanza cada día mientras la naturaleza, representada en nosotros, resiste, añadió el halcón. Bandadas de estorninos anidan en torres y campanarios a la busca de comida y compañía humana. Y la rueda de las estaciones completa su ciclo con meticulosa exactitud. Hasta ahora ha funcionado bien pero hoy tomaremos una decisión que marcará el futuro de todos.
Y así fue: una tarde, en vez de apretujarse en las ramas de los árboles, los pajarillos, convocados por el halcón de pico achatado, tomaron una drástica decisión:
Abandonaremos la ciudad hasta convertirla en un espacio triste y deshabitado. Volveremos al campo a vivir junto a pequeños asentamiento humanos. Regresaremos cuando los niños no puedan soportar ya más su tristeza y nos echen de menos. Estás tonto, -gritó el jilguero-, los niños están entretenidos con esos artilugios electrónicos, nunca nos van a echar en falta. Si esta primera estrategia no diera resultado, añadió el halcón, les haremos la vida imposible para que tengan que volver a los campos donde antes anidábamos.
Mientras tanto, de las calles principales empezaron a bajar cuadrillas de operarios con sus fumigadoras para acabar de una vez con el problema de los pájaros.
4 comentarios:
Gracias a ti prometeo por acercarte hasta mi blog. Creo que cada blog en mundo a descubrir. Un saludo
Hola Magdalena, un honor tu visita.
Saludos
Estoy echándole un ojo... bueno, una oreja... a las grabaciones y están quedando de primera. Mi enhorabuena, Prometeo.
Besicos
jajaja muchas gracias, mcarmen. Eres muy generosa.
Besicos
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