Era día de fiesta en Puebla Marina. Miguel se aventuró por sus callejas remozadas mientras mantenía el anhelo intacto de quien acude a una cita. Apostados en los quicios de los primeros bares encontró a los borrachines de siempre con la sonrisa fácil dibujada en el rostro y las copas en las manos como quien levanta victorioso un trofeo. En los tibios soportales, unos perrillos mordisqueaban algunos restos de comida y por todas partes un desparramado bullicio infantil burbujeaba en el aire como en los tiempos en los que no existían artilugios electrónicos que les secuestraran el alma.
Enfiló por la segunda travesía a la derecha y se dirigió a la plaza. Parejas endomingadas airean su alegría por entre los escasos y no muy bien decorados escaparates. Tropieza con un chiquillo que huye, calle arriba, ciego de risas y perseguido a escasos metros por el trote alborotado de varios compañeros. ¡Vamos al parque!, grita uno de ellos. En medio del griterío reconoció el eco de una voz que detuvo su paso. Al poco apareció su amigo Juan que al verlo no pudo reprimir una sonrisa cómplice. ¡Hombre, Miguel!, y se fundieron en un abrazo. ¡Cuánto tiempo!
A ver, ¿qué sorpresa era esa de la que me hablaste con tanto secreto? Juan mantuvo la sonrisa queriendo prolongar el misterio. Y preguntó con ánimo de desviar la atención: ¿cuándo fue tu última visita al pueblo? Pues hará como unos diez años, calculó Miguel. Ven que te vas a quedar boquiabierto.
Juan, con el recuerdo de la infancia correteando por aquellos andurriales, le condujo por unas callejas desiertas en dirección a las afueras de pueblo. Por el camino, como para abrir boca, hablaron de las andanzas y travesuras de cuando eran niños. El sol reverbera sobre las hojas de los árboles y decenas de pájaros afónicos revolotean, torpes, entre sus ramas. Todo aquello formaba parte de un ambiente bien conocido por ambos amigos. Por fin llegaron a un paraje rodeado en su perímetro por una gran valla. El camino desemboca en un portalón metálico al lado del cual se puede ver una inscripción encabezada por este rótulo, Parque de la alegría y la siguiente leyenda: quien no sepa sonreír que no cruce esta puerta.
Los dos amigos se adentraron en el enigmático recinto que les auguraba un mundo lleno de sorpresas. Nada más traspasar el umbral un misterioso perfume ungió el presente con la nostalgia de la infancia. Miguel que no salía de su asombro, permanecía en un silencio curioso.
El recinto que tenían ante sí estaba distribuido en diversas estancias. Se accedía a cada una de ellas por una puerta desde un pasillo central, y se comunicaban a través de una ruta estudiada de puertas interiores. En cada sala había, además, un taller de juegos donde los visitantes podían recrear el motivo o tema principal de cada una de las estancias. Era muy curioso y atrayente todo el recinto.
Miguel leyó el primero de aquellos rótulos: el laberinto de los sueños.
18 comentarios:
y??????????
Me encanta ese laberinto¡¡
Como sabes utilizar el vocabulario.
Casi que me siento protagonista...jajaja.
Espero la siguiente.
Beso
(quién no sabe sonreir no puede cruzar ninguna puerta ..ni la de la realidad)
Me encanto esta historia, en que dos amigos se reencuentran despues de 10 años, y pueden recordar su infancia.
Muy bello!
Espero impaciente la continuación
Un abrazo
He puesto la sonrisa con ánimo de entrar en el parque, y he aquí que me has dejado con la miel en los labios... Esperaré, pues, a que nos abras las puertas. Besos.
Hola Leni, la prueba del laberinto.
Beso.
Preciosa historia Prometeo, y ese perfume de nostalgia me ha resultado evocador.
Me quedo con él hoy, hoy recordaré mi infancia.
Un beso muy fuerte.
Sî llévanos al laberinto de los sueños y permîtenos viajar contigo y de tu mano hasta el enrevesado laberinto de lo que fue nuestra infancia, palgada hoy de nostalgias.
Un abrazo.
Saludos Carla: la vida misma.
Besos, feliz día.
Hola caminante. Pronto viene la segunda parte.
Un abrazo
Hola Isabel. Muchas gracias, un placer.
Besos
Hola Ana. Percibiste el perfume.
Un beso.
Hola Eva, será un placer la compañía.
Un abrazo.
Buenos días señor náufrago.
Dice que nada más traspasar el umbral, Miguel permaneció en silencio, ¡cuántas cosas le pasarían por su mente!
Menuda habilidad tiene usted para crear al lector un escenario para luego desenvolverse en él con esa contagiosa naturalidad. Es fascinante cómo consigue obtenga una representación mental, tan al detalle, de cada una de las escenas.
Al leerle, he tenido la curiosa sensación de estar ahí.
Espero la continuación.
Besos de alba*
Bueno, no quiero llegar a viejo esperando la continuación, prefiero esperar dentro del parque hasta llegar a ser niño de vuelta.
Bueno, Prometeo, nos has dejado con un sabor agridulce en los labios... como siempre deberá de ser cuando nos embarcamos en una prometedora historia por entregas.
Me despido de ti como comentarista, y daré paso a mi buen amigo Onminayas, que aún está mudando su casa, y al que he dado las mejores referencias sobre tu persona. Ambos esperamos ansiosos el desenlace de esta particular y enigmática historia. Un abrazo.
Hola alba*, ya está aquí la segunda entrega. Gracias por sus palabras.
Un abrazo
Hola Ignacio, haces muy bien. Bienvenido y gracias por sus palabras.
Hola Javidieguez. Ya está aquí la segunda entrega. Ya sabe aquello de que uno cree que va a ser de una manera y el propio relato se complica y gira por otros derroteros.
Un abrazo.
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