Robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos. La medicina, la medida del tiempo y la navegación le deben mucho.
Esquilo vio en él la encarnación de la libertad humana enfrentada con orgullo al destino.
Fuego es vida, energía, inteligencia, esencia divina plantada en el hombre.
Alarmario es una palabra que no está en nuestro DRAE. Por lo tanto, hay que definirla antes de utilizarla. Ahí va: alarmario toma su nombre de la palabra alarma; es algo así como un conjunto de temas que producen (o pueden producir) alarma social. (alarma - armario)
Pretendo que cada una de las personas que navegan hasta este blog puedan participar y aportar su granito de arena al señalar los asuntos susceptibles de producir alarma, o de contribuir a confeccionar una relación de los temas más alarmantes que entrarán a formar parte de nuestro fondo de alarmario. Las aportaciones aparecerán en este tema. De forma breve, traigo a colación un par de ejemplo que a la vez son mi primera contribución al alarmario:
- La justicia: lenta, ineficaz y nadie le pone remedio - La educación, que está a la cola de los países avanzados.
- La violencia de género (según aportación de mcarmen).
- La destrucción de un partido político que está perpetrando Rajoy.
Leitmotiv: tema musical dominante y recurrente en una composición. Y motivo central o asunto que se repite, especialmente de una obra literaria o cinematográfica. Así define el DRAE la palabreja. No es para menos.
Los amantes de la música y de las artes en general entenderán, todo seguido, lo que quiero decir.
En ocasiones se trata de una melodía que de vez en cuando se repite porque forma parte principal de lo que el artista quiere comunicar. Y otras veces estamos ante las variaciones sobre un mismo tema. Más de lo mismo.
Ocurre frecuentemente que un lector afirme del escrito que tiene delante que el autor se repite como ajo reiterativo y aburrido. Mala noticia para el que tal cosa esgrime: eso quiere decir que tengo un asunto entre manos y tú, a lo peor, no.
Un sonido, un color, una frase… Cualquier cosa, con tal de que arda… Leitmotiv, frases ingeniosas o que delatan al autor.
Recuerdo que al difunto Manuel Vázquez Montalbán le gustaba mucho repetir aquello del imaginario colectivo. Le ponías una cámara delante y lo soltaba. Era más fuerte que él. Es muy poderosa esa imagen. Recuerdo que en su obra Y Dios entró en la Habana usa mucho eso del imaginario colectivo para hablar de Fidel, Juan Pablo II y el pueblo y la religiosidad cubanos.
Desde la más simplona música actual y su estribillo facilón hasta la paleta sofisticada del pintor más genial, pasando por el humor que lo impregna todo del escritor de éxito, los giros característicos del saxofonista más virtuoso, todo está al servicio de que aquello llegue a la gente lo antes posible, que impacte, que declare las intenciones del artista, que identifique al autor de tales piruetas y subyugue al que oye, lee, ve, siente, gusta…
Leitmotiv. De manera que si nos encontramos con un creador y nos recuerda a él mismo a los cinco compases es que estamos ante un artista con personalidad, no ante un ajo que se repite mucho.
Si, por el contrario, nos damos de frente con un vividorcete es posible que cada día nos cuente una historia diferente: no tiene nada que ofrecer, ni personalidad, ni creatividad, ni genio ni figura. No cree en nada y nada le afecta. Es un payaso sin gracia al que le gotean los coloretes y se vuelve patético.
Y es que algunos confunden creatividad con ausencia de valores, de criterio y de ideas claras. Creativo: flexible, grácil, arriesgado, con ideas propias, con ilusiones, ave que vuela como águila y canta como ruiseñor.
Por otra parte somos perceptores (Castaneda), atalaya desde la que cada uno ve lo que su ángulo de visión le permite. La circunstancia (Ortega) de cada uno lo impregna todo y, por bemoles, no puede ser de otra manera que nos repitamos en nuestras apreciaciones, juicios, artes, artimañas, jacarandas, tentativas y asuntos enjundiosos.
Beatriz es a Dante lo que Lauraes a Petrarca y lo que Fiammetta es a Bocaccio. Tres grandes hombres, tres amores imposibles y allí nació lo mejor del Renacimiento…
Petrarca amó a Laura con la que no tuvo ningún encuentro en toda su vida (puede que hasta se la inventara). El poder de la musa es tanto mayor cuanto más inaccesible.
Dante amó a Beatriz, un amor imposible, la gloriosa señora de sus pensamientos fue un motor de creatividad.
Bocaccio amó apasionadamente a Fiammetta (llamita).
Todo esto ejemplifica el dicho tantas veces repetido: detrás de un gran hombre hay una gran mujer que yo convierto en este otro que me parece más certero: detrás de cada gran hombre hay un gran amor imposible de mujer (no importa que inventado o tal vez porque inventado).
Tres grandes hombres que amaron, respectivamente, a Beatriz, a Laura y a Fiammeta en un amor no correspondido. Tres hombres y sus tres musas necesarias para la gran obra que iniciaron.
Para que luego digan que es falso eso de que pueden más dos tetas que carretas. La mujer como musa reinterpreta de manera digna la frase. Ahí muestra su potencial más genuino en todo su esplendor, crisol y motor de la historia…
SONETO A LAURA
Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra, y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo; y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra; y nada aprieto y todo el mundo abrazo.
Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra, ni me retiene ni me suelta el lazo; y no me mata Amor ni me deshierra, ni me quiere ni quita mi embarazo.
Veo sin ojos y sin lengua grito; y pido ayuda y parecer anhelo; a otros amo y por mí me siento odiado.
Llorando grito y el dolor transito; muerte y vida me dan igual desvelo; por vos estoy, Señora, en este estado
Estaba harto de tener que matar para vivir y de alimentarse siempre con los despojos de seres vivos y decidió acabar de una vez: se suicidaría al amanecer.
Dejó que la hoguera se apagara por completo. Sorteó un montículo de piedras y encaró el norte con decisión. El viento acuchillaba su cara y hacía mas enhiesta su figura mientras, abajo, el mar jugueteaba con las primeras luces y perfilaba la Isla de Benidorm que no es sino la gran “muesca” que ha excavado la leyenda en la cima del Puig Campana.
Solo, amaneciendo en la montaña mágica.
Escuchó gritos a lo lejos y se alarmó. Al poco rato el silencio se adueñó del lugar, sólo se escuchaba de vez en cuando el choque del viento contra una rama...
Se encaramó en la roca y creyó ver a unos montañeros que intentaban llegar a la cima desde su cara este. En un momento se perdieron tragados por el gigante...
Después siguió en ascenso desde la collada a la cima, hasta el punto geodésico que es otro enclave que también tiene su propia leyenda de ángeles y búsquedas.
Había subido por la pedrera...
Benidorm y Finestrat lo vieron adentrarse por entre los pedregales y zambullirse en la niebla...
Al día siguiente pudo leer en la prensa la siguiente noticia:
Rescatan a tres montañeros que quedaron atrapados en el Puig Campana
PANORAMA-ACTUAL - 15/04/2006 12:13 h.
Efectivos del Consorcio Provincial de Bomberos de Alicante rescataron este sábado a tres montañeros ilesos que se quedaron atrapados en la montaña Puig Campana ubicada en la provincia de Alicante, según informaron fuentes de este Cuerpo.
Les contaré cómo me volví náufrago. Sí, de la misma manera que otros se vuelven locos a fuerza de dar vueltas sobre acontecimientos desgraciados yo me volví náufrago después de navegar días y días por el pacífico sur sin rumbo cierto debido a unas cartas de navegación de trazo no muy preciso y a la espesa bruma que nos salió al paso. Fui cegado por la estela del barco y anduve, insensato de mi, con la mirada puesta en regresar al punto de partida a la manera de los perrillos que giran sobre sí mismos para morderse el rabo que les huye. Los marineros llaman a eso virar en redondo. De manera que me embarqué junto a una partida de aventureros, piratas de aguas frías en un barco que zarpó con el único objetivo de naufragar.
Pues bien, el barco para naufragar medía alrededor de 25 metros de eslora y en sus amplias bodegas guardábamos provisiones para muchas jornadas por si las lluvias y los vientos demoraban nuestro propósito más allá de lo esperado. El objetivo era llegar a las islas Chesterfield donde yo me perdería en un naufragio calculadamente provocado, mientras el resto de la tripulación atravesaría el Mar del Coral y recalaría en las costas de Nueva Caledonia. Ese fue el primer propósito, pero nos extraviamos y tampoco sospechábamos qué aventuras nos tenía reservado el destino.
Aunque la imaginación de la gente de tierra adentro supone que un barco en alta mar es algo simple, en realidad es un microcosmos y cada objeto o artilugio tiene un nombre inventado por los marineros, cuyo sentido cabal no coincide con los nombres de tierra firme. Ese particular vocabulario hace de un navío, una ciudad flotante. ¿Qué cosa hubiera pensado antes llevar a una isla desierta? En primer lugar un buen diccionario porque para llegar a una isla primero hay que naufragar. Por ejemplo, en un barco, repicar no es lo mismo que en tierra. Repicar es poner tirante un cabo. Y resaca se refiere al movimiento del mar al retirarse… Todo allí es un trastoque de sentidos, un juego de espejos metafóricos que hay que saber reconocer por lo que pueda pasar…
Navegábamos plácidamente, pues, por las frías aguas del pacífico en el trayecto que va del archipiélago de las islas Salomón, Mar del Coral mediante, con destino a Nueva Caledonia, en la zona denominada Anillo de fuego. Tras enfilar hacia un lugar impreciso cercano a las costas de una pequeña isla, en lo que creíamos era el archipiélago de las Chesterfield nos dedicamos, todos a una, a la tarea de llevar el navío a encallar entre dos pequeños escollos o islotes que encontramos frente a nosotros. El barco embistió e impactó entrambas rocas y soportó bien un golpe seco mientras los objetos más voluminosos del barco se desplazaban violentamente por la borda de proa a popa; el barco dio un bandazo, cabeceó varias veces, giró sobre sí mismo, se escoró a estribor y empezó a doblegarse a popa quedando primero al garete para terminar finalmente varado en el reino del silencio.
Según nuestros cálculos no disponíamos de mucho tiempo, así que no teniendo otra fortuna que acometer me dispuse a saltar raudo por la proa del barco. Y en esos manejos estaba cuando ocurrió lo más impensable. El mar desapareció frente a mi como impelido por una fuerza invisible para regresar después en unos segundos que se me antojaron infinitos, con furia inusitada en forma de ola gigantesca que alzó al navío por el aire, lo desarboló y lo rompió en mil pedazos mientras yo salí despedido por una fuerza descomunal hacia lo que sospechaba era mi último viaje. Sólo recuerdo que fui empujado por un interminable trecho y que cuando pude ordenar mis pensamientos bregaba agotado pero sin descanso para sortear a nado la distancia hasta la playa más cercana. Del resto de la tripulación nunca más supe, pero según todos los indicios el mar, en pago de nuestra osadía, sepultó sus vidas para siempre en sus arrecifes inmaculados de aguas turquesa.
Con un esfuerzo agónico llegué a nado a la playa de lo que después supe que se llamaba la isla de Maré, perteneciente al archipiélago de la Lealtad, muy cerca del acantilado llamado El Salto del Guerrero. Las aguas frías y cristalinas golpeadas por los fríos vientos alisios mostraban un océano verde esmeralda que sobrecogía.
Y así llegué a mi refugio donde quedé solo, los pies desnudos sobre la arena de la isla que sería mi hogar, Dios sabe por cuánto tiempo, mientras esparcidos por todas partes se veían los restos del navío que me catapultó a semejante aventura…
Resumen de noticias de agencias de los días 2 de abril de 2007 y siguientes…
Un tsunami arrasa varias islas del archipiélago de Salomón.
Varias islas fueron arrasadas por la ola gigante que formó el maremoto ocurrido a las 6.40 hora local (20.40 GMT) del domingo, día 01 de abril de 2007.
Al menos 20 personas murieron y cientos han desaparecido como consecuencia de un fuerte terremoto de 8,1 grados en la escala de Richter y una posterior ola gigante, que arrasó varias islas y provocó un alerta de tsunami en todo el Pacífico Sur.
Las autoridades de Nueva Caledonia decidieron evacuar las poblaciones expuestas de las islas de la Lealtad.
Estuve a punto de saberlo nada más entrar en Puebla Marina, como una fruta que madura continuamente y casi la puedes ver crecer. Ya lo decía Einstein, todo lo grande es simple.
Los acontecimientos se produjeron más o menos así: callejeaba yo por el pueblo en una misión de servicio mientras hasta mi oído llegó un sonido suave como el adagio de la sonata número ocho de Beethoven, pongamos por caso. En ese momento enfilaba la calle principal de piedra y barro de Puebla Marina y me vi envuelto por las voces de unos niños que jugueteaban alegres junto a los charcos de la calle, ajenos a cuanto les rodeaba. Yo, por el contrario miraba ansioso, como una niña busca a su papá.
Lo que me despistó en un principio fue que la vida era plácida en Puebla Marina. Adivinaba, a ratos, algunos sonidos semejantes al parpadeo de las estrellas en una noche sin nubes, y poco después llegaba a mis oídos el murmullo de unos pájaros bulliciosos en el valle. Era la época del cortejo. Yo entretenía mi discurso interior, como tantas veces, con asuntos de trascendental importancia como la brevedad de la vida, la terquedad de la muerte y la profunda soledad del ser humano. Lo que más me gusta de vivir es la sorpresa en forma de descubrimiento cotidiano. Es como cuando uno se da cuenta de que la rueda de las estaciones gira más rápido de lo que creía cuando era niño y se conmueve. Mis descubrimientos ocurrían así, de tarde en tarde y eran sobrevenidos. También, a menudo, como en esta ocasión, tenía que enfrentarme a tragedias demasiado cotidianas.
Absorto con estos pensamientos me dirigí al otro extremo del pueblo y reparé en unos hombres que sesteaban a la puerta de sus casas con aspecto aburrido, como mujeres cansadas de sus tareas domésticas.
De la única cafetería del pueblo salió un hombre de unos cuarenta años con un rictus que confería a su cara el aspecto de estar cabreado con todo el mundo. Se dirigió presto hacia el portal número dieciocho, ubicado aproximadamente a mitad de la calle.
¡Pablo!- voceó una mujer desde el otro extremo.
El alcohol a duras penas permitía a Pablo mantenerse en pie, pero dirigió sus caóticos pasos hacia la casa de la que vino el grito. El ópalo se hace dueño de la tarde. En un momento el suelo se acerca peligrosamente a su cara. Retrocede a tiempo y con esfuerzo consigue ponerse vertical y, tras lanzar una mirada furtiva, reanudó la marcha. Los vecinos meneaban la cabeza al paso de Pablo; siempre lo habían visto como el arroyo con su ruido continuo que se precipita montaña abajo hasta estrellarse con el valle.
En la puerta de su casa, Pablo encontró a su hija pequeña que jugaba.- ¡Hola, pa!, le dijo ella y le pintó una alegre sonrisa, mientras Pablo dibujó en su rostro sin querer una mueca amarga. La voz de su hija le pareció siempre relajante cual sonido de una fuente. Él era para ella como un árbol que se eleva libre a pesar de la fuerza que lo fija al suelo. Sin embargo Pablo se sentía, en lo profundo, émulo de la higuera bíblica.
Merced a los trágicos acontecimientos que se produjeron poco después tuve ocasión de conocer a Pablo, un hombre desquiciado por circunstancias adversas. Siempre pensé que cada hombre inocente lleva en su pecho un lobo, y que cada lobo añora al cordero que reprime en su corazón; Pablo oscilaba de uno a otro, como una balanza sin ajustar.
En cuanto al transcurrir de la vida cotidiana en Puebla Marina se podían apreciar dos ritmos, vigilados por los dos relojes del pueblo. Por una parte Rosa, mujer de Pablo pendía del campaneo de la iglesia que semejaba el corazón que baila en el pecho como la risa cantarina de una niña mientras marcaba la placidez del pueblo, la hora de la reconciliación, la llegada de Pablo, el amanecer de un gran día siempre por venir; Pablo, por su parte, se regía por el reloj del ayuntamiento con su rúbrica de cansancio, de aburrimiento y de rutina, como la arritmia del agónico que anticipara la tragedia. Sendos relojes repicaban en el aire y a mí me producía ansiedad como cuando esperas en el andén a un amigo que llega.
Nerviosamente extraje del bolsillo de mi chaqueta un papel arrugado, lo alisé en mi palma y pude leer: Puebla Marina, calle Mar Azul, número 18, Pablo Rodríguez y Rosa Sánchez. Oí que me llamaban por la espalda: ¡inspector Martínez! El sonido de mi propio apellido me atravesó el pecho como el rasgado de una guitarra.
El compañero que me llama, me susurra algo sobre la conveniencia de proceder a un servicio cuanto antes, mientras veo que desde el fondo de la calle un coche de los nuestros se acerca con su rodar cansino hacia donde nos encontramos. Saco mi cuaderno con las notas que fuera coleccionando desde el comienzo de mis andanzas de policía. Allí, entre otras cosas, está escrito lo que sigue: cuando el ambiente de una comunidad sea plácido como el chapoteo monótono del agua en una fuente o como el silbo del pájaro en el valle al atardecer, algo se cuece en el interior de esa comunidad, al igual que ocurre por otra parte, con la indulgencia que sobreviene a una persona herida de muerte.
También en mi cuaderno, con la letra vacilante del joven inexperto que fui, veo escrito parte de un verso:
"Como tú piedra pequeña; como tú piedra ligera; como tú canto que ruedas por las calzadas y por las veredas..."
Me deslizo con suavidad estudiada por los escasos metros que me separan del número 18 de la calle mientras el corazón bombea a un ritmo mayor que el habitual. De una colilla aun humeante emergen volutas desde el suelo que el viento se encarga de desbaratar en segundos.
Un instante basta para desatar la tragedia. Dos disparos de escopeta percuten y resuenan, secos, en el valle. Una mujer inocente junto a un charco de sangre. El llanto desconsolado de unos niños. Un hombre con el rostro desencajado que huye hacia ninguna parte. Un perrillo esparce, calle abajo, su queja interminable.
Lo que se ha dado en llamar el síndrome de Galileo puede resumirse brevemente de la siguiente guisa: es el temor de que un preconcepto filosófico o religioso pueda interferir con la autonomía que debe presidir el quehacer de los científicos. Viene al pelo como metáfora para referirme a lo que diré a continuación.
La borrachera relativista en la que ahora retoza el mundo me impele a reformular dicho síndrome de la siguiente manera: el terror que tienen los científicos de que una certeza que cae bajo su ámbito se vea neutralizada por una opinión pública narcotizada o coartada por un grupo de presión o lobby. La “razón” de lo políticamente correcto, frente a la razón científica (también filosófica o religiosa, pero ahora hablo del ámbito científico). A mi particularmente me parece perjudicial y peligrosísimo.
O sea, ya no se trata de que un preconcepto filosófico o religioso obstaculice la investigación científica sino que el freno viene ahora de la mano de grupos de presión (no importa que su ignorancia sea pareja con su poder de convocatoria) que impiden que los científicos se mojen y que los persuade para que se inhiban ante los conflictos sociales. Da igual que ciertos proyectos de investigación apunten en una dirección o en otra, lo importante es la rosa… Si antes la verdad era revelada y por tanto impuesta, ahora es suplantada por una componenda social, ergo impuesta también, pero esta vez por el ruido y el furor de la algarada social.
A este fenómeno le llamo yo el síndrome de marabunta.