29 julio 2009

¿Y esa gota?

Fotografía tomada del blog Sahumerios y arrebatos de Orel


Era una gota de agua, una sencilla gota de agua, transparente y lúcida como otra cualquiera. Una minúscula gota de agua que agoniza ante la emboscada tendida por el sol contra la piel morena y seca de un brazo, mientras ella lucha feroz por desembarazarse de la lengua y de la grieta que terminarán transmutándola fatalmente.

Cualquiera diría que aquella gota humilde era capaz de provocar un diluvio o un “tsunami”. Excusable como oxígeno para un cadáver no estaba llamada a desempeñar un papel importante en el engranaje de la subsistencia.

Y un día, cuando más distraída estaba nuestra insignificante gota resbaló del borde de un vaso y se estrelló contra el suelo. Y rompió aguas.

La naturaleza, sabia pero caprichosa, parturienta sin epidural, alberga en su seno retazos de vida, vestigios de muerte. Por eso, con limones y sales creó el mar océano donde las leves gotas son temibles y danzan gallardas en eterno frufrú.

27 julio 2009

¿Qué es eso?







"Sé que te he querido mucho pero no recuerdo quién eres". (Dámaso Alonso)





23 julio 2009

Afónico de amarte



Afónico de amarte

no llegan mis caricias a tu boca.

Tú te estremeces como palabras sueltas

que buscan acunarse junto a otras,

(frente a otras; sobre otras…)

Sigue al susurro el grito,

al placer, el te quiero;

al ayer, el mañana;

aguardaré el regreso.

Y hay sospechas que explotan

y manos peregrinas

que embelesan el aire

y amago de morirse.

Y labios que vacilan

como gesto de agónico;

y rompe en ti el silencio,

pleamar en tu playa.


Te esperaré otras veces,

me echarás tan de menos,

tal vez ya nunca, nunca,

o quizás pronto, luego.


Afónico de amarte

Murieron mis caricias en tu boca…

22 julio 2009

Huellas


Resbaló tu cara por entre las brumas líquidas de mi memoria. No me acuerdo de tus ojos ahora negros como un adiós; ni de los pliegues de tu boca que diseñó la risa. Olvidé la donosura de tu talle y el acento de tu andar.

No sé si eras rubia o morena, si de ojos azules, o de ojos verdes; si de larga melena o cabello corto; si de hablar chispeante o de suave vocalizar. No sé si tu gusto se viste de azul o naranja, de verde o grana.

En la vorágine de una calle cualquiera podría confundirte con muchas otras.

Pero a veces llega a mi algún efluvio…

Sólo recuerdo, sí, que eras de inquietante dulzura, que tu cabeza estaba orlada por mil ideas seductoras, que por dentro eras de una belleza intensa como una flor de orquídea, como traje de novia, como víspera de fiesta.

No recuerdo tu cara y, ¿dónde rastrearé tu bondad?

15 julio 2009

Puebla Marina: una ruleta rusa



Escribir es una travesía en alta mar con un bote diminuto, un vuelo solitario a través del espacio. Herman Hesse.

No hace mucho le escuché a Raúl del Pozo su opinión sobre Internet y los blogs. Decía Raúl que los “blogueros” éramos un acicate para el periodismo profesional por ese carácter sobrio, fulgurante y por la inmediatez que requiere el formato y que los periodistas tenían que aprender del mundo de los internautas. Raúl del Pozo, al que admiro, es un periodista y escritor de raza, enamorado de las tecnologías y seguramente tiene que decir esas cosas.

Lo cierto es que la escritura en un blog tiene sus peculiaridades. La mayoría de la gente usa el blog como un diario y en ese sentido se asemeja a una crónica precisa de la actualidad (interna y externa) y como tal es tratado cada día. Un blog es salvando las distancias, como el diván del psicoanalista o el confesionario donde uno va a desahogarse y a compartir sus cuitas. Inmediatez y confesión. Mientras esperas el avión o el tren puedes enviar una foto o “colgar” una entrada en tu blog que estará disponible en tiempo real para los navegantes cibernéticos. Con las redes sociales ocurre otro tanto sin que quiera decir que considere yo que lo que se ha dado en llamar “blogosfera” no sea la primera red social virtual que existe.

Y vamos a Puebla Marina porque tiene que ver con todo esto. Puebla Marina es el origen, un espacio mítico y regenerador plantado en el imaginario colectivo. Todos somos Miguel, Juan, Sofía, “ojostristes”, Marta, Gonzalo… Y también el parque y los pájaros que quedarán cantando y el huerto y las tardes azules y plácidas y hasta el acantilado. Pero sobre todo somos Miguel. Efectivamente el río nos cautiva por el murmullo de sus aguas, por la belleza de los saltos, por la exuberancia de la vida que crece junto a su cauce. Y ese murmullo del río conecta con otros rumores interiores. Puebla Marina es el espacio donde la peonza desgasta el suelo de la vida dando vueltas sin parar. Tal vez uno de los méritos del que escribe no está en crear belleza sino en servir de interruptor que conecte al que lee con la belleza que está en su interior.

Crear una historia y ofrecerla por entregas al lector es una cosa y escribirla y dársela conforme surge (sin tener completada la obra) es otra bien distinta: como esto se hace largo, mejor será dejar lo que reste para otra entrada. Una ruleta rusa muy peligrosa. Es lo que ha ocurrido con otros escritos y también con Puebla Marina. Al escribir vas abriendo puertas que luego tendrás que cerrar (o al menos entornar; si no todas, algunas). Este sistema kamikaze de escribir tiene sus riesgos: lo entregado ya está en el aire y lo pendiente tiene que encajar con lo ya hecho. Eso quiere decir que o bien no hay que dejar muchas puertas abiertas, por si acaso, o bien te meterás en un lío monumental, a menos que decidas reducir ciertos aspectos al máximo y centrarte en algún detalle en particular. Por supuesto que cuanto más compleja sea la trama mayores serán las dificultades. Y tampoco quiere eso decir que no se parta de un mínimo esquema. La escritura kamikaze supongo que contravendría ciertas normas en un taller literario, pero a mi a veces me gusta y otras me aterra. Me aterra porque te metes en un lío del cual puede que no salgas “vivo”. Me agrada porque espolea, porque es un reto que obliga a responder en una fracción de tiempo más o menos razonable. Eso ya está a la vista y no te puedes volver atrás, ¿y ahora qué? Ahora a trabajar, es decir, a jugar, si quieres ser tan buen escritor y periodista de raza como Raúl del Pozo.

13 julio 2009

Puebla Marina y X: El rincón de Miguel



A primera hora, Juan le comunicó que tenía que salir de Puebla Marina reclamado por un servicio inaplazable. Cuando Miguel se adentró solo en el Jardín de la Alegría era consciente de que su permanencia en el pueblo tocaba a su fin. Le restaba por visitar una última estancia que le iba a deparar una primera sorpresa en la misma puerta. Leyó: “El rincón de Miguel” y eso le inquietó. Y a continuación le sobrevino la segunda sorpresa nada más entrar en la sala. Desde el centro de la misma, un niño de pantalones raídos y sonrisa contagiosa le miraba y le hacía señas con la mano para que se acercara. Se sintió atrapado por una fuerza sutil y algo en su corazón le indicaba que aquel niño que tenía delante era él de pequeño. ¡Pero eso no podía ser! Por un momento creyó vivir en el vórtice de un espejismo que le azoraba el alma. Tenía delante al niño que fue. Se acercó a él y ambos sonrieron como dos traviesos cómplices que se hacen cargo al instante de sus andanzas. Y el niño le entregó una foto enla que estaban los dos y que además contenía una inscripción al dorso.

Miguel quedó confuso por un momento: allí estaba la cicatriz que se hiciera en la cara al caer desde un árbol y con cada sonrisa aparecía la mella que confería a su rostro un rasgo de picardía. Y el niño, sin dejar de sonreír, habló así: Veo que no me has olvidado. Acuérdate de aquel día en que acunaste un pájarillo por primera vez en tus manos temblorosas. Hizo una pausa. Al poco preguntó: ¿qué quedó de aquél temblor? ¿Te acuerdas de la primera vez que un cachorrillo al que le acabadas de alimentar lamió tu rodilla dulcemente mientras te miraba con ojos agradecidos? Tú temblabas de alegría. Ese es tu sello como ser humano: el temblor que sacude tus cimientos ante las maravillas de un amanecer o arrasa tus ojos de lágrimas ante los arreboles de la tarde. Esa sencilla convulsión es el signo de tu grandeza, tu vínculo secreto, el hilo conductor que te liga a tu esencia. Sonrió más abiertamente y añadió: nunca he dejado de estar contigo. Y esperó a que Miguel macerara sus emociones en el atanor de su corazón antes de proseguir. Yo soy el niño que fuiste y que sigue encajonado en tu pecho. Nunca podrás desligarte de mi porque yo soy tu mejor garantía. Cuando te emocionas soy yo quien te estremece; cuando ríes, cuando lloras… son los lamentos de un niño, las risas de un niño, el baile de un niño; los estertores, la dicha, la pena negra de un niño. Fui el molde y tú creías que era como la piel de la serpiente que se muda y se olvida en alguna encrucijada de caminos. Soy el punto de llegada mientras tú creías que era sólo el punto de partida, impaciente por sortear cuanto antes su pasado. La vida es un tobogán, un viaje muy corto de niño a anciano, es decir, de niño a niño otra vez, con un intermedio de breves escaramuzas. Yo estoy siempre aquí, -juntó los dedos y tocó el pecho de Miguel como si aldabeara las puertas del alma. Soy para ti como la pica y el bastón del escalador, la señal que marca la ruta en los senderos; tu mejor guía. Como el faro y el ancla para los marinos, como la estrella polar para las aves… y siguió trufando de comparaciones sus palabras mientras se alejaba pausado hasta desaparecer por el fondo de la habitación sin dejar de sonreír ni por un momento con ese gesto de complicidad que ayudaba a caer en la cuenta de las cosas de manera fácil, como un tobogán…
Cuanto más te alejes de la inocencia del niño que llevas dentro más te separarás de tu centro de gravedad y más duro será el regreso. Porque todo viaje guarda consigo el camino de vuelta a casa.
Así decía la inscripción que había impresa detrás de la foto que el niño le entregara.

Sonrió Miguel como si la risa del niño se trasvasara en el acto a su rostro mientras era invadido por una dulce nostalgia. Y en ese instante preciso se percató de que algo en su estructura interior de impasible funcionario satisfecho se quebraba definitivamente. Absorto como estaba en sus pensamientos no se dio cuenta de que hasta el centro del salón se había ido congregando un numeroso grupo de gente que lo esperaba. Entre ellos emergió alegre la sonrisa de su amigo Juan. Sobre la mesa una placa: Miguel González, hijo predilecto de Puebla Marina. El gentío aplaudió mientras Miguel correspondía con una sonrisa cargada de agradecimiento. Era el día de las sorpresas y de la mutua reconciliación entre Miguel y su pueblo.

Tras los agasajos de rigor sus ojos fueron a coincidir con un verso escrito en la pared, ligeramente trastocado para la ocasión, del poeta Juan Ramón Jiménez que decía así:

...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y Puebla Marina se hará nueva cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico...

Salió Miguel de El Jardín de la Alegría y recorrió de nuevo las callejas remozadas de Puebla Marina rumbo a su destino. Anduvo sin prisa por los soportales entre el burbujeo de niños y perrillos, seguido por la mirada atenta de sus paisanos y abandonó el pueblo envuelto en una espiral de nostalgia.

El sol caía oblicuo sobre el valle cubriendo los campos de una tenue niebla. Al fondo, el mar golpeaba su espuma implacable contra las rocas mientras el cielo se vestía de pájaros y sones. Miguel oteó el horizonte y dejó atrás, por última vez, Puebla Marina.

11 julio 2009

Ángel

Me lo acaban de comunicar. ¿Alguien de fuente directa puede confirmar qué ha pasado con Ángel?




Abrazos.

Ver esta entrada

Dentro de esa entrada hay un comentario del hermano de Ángel

Una entrada homenaje de la empresa donde trabajaba

Efectivamente falleció de un infarto en junio.

Descansa en paz, Ángel. Abrazos a la familia.

Adivinanza

Mientras termino la última entrega de Puebla Marina os dejo una adivinanza. A ver cómo estáis de reflejos.








No me peguen: me llegó a través de un sueño.

07 julio 2009

Haiku



el rocío perlaba,
cantó el jilguero.



Candil de julio,
corazones marchitos,
ajadas flores.


Vete y no vuelvas,
oculta en la neblina
fluye el arroyo.

05 julio 2009

Puebla Marina IX: Campos de Trigo


Siempre que Miguel regresaba a su pueblo emprendía de manera ordenada el mismo recorrido. También en los intersticios del sendero se agazapa la lágrima y la risa, el amor y el odio y era frecuente la vívida evocación de ciertos sucesos en el espacio que va de un sitio a otro en el laberinto de emociones de Puebla Marina.

No podía apartar de su cabeza las experiencias íntimas y la tormenta de ideas desencadenadas a raíz de su primera visita al Jardín de la Alegría. Le inquietaron las frases que leyera en su visita a El Laberinto de los Sueños: Un camino de ida y vuelta: cuando vas, regresas y cuánto estás más cerca, más te alejas. Todo lo que eres estuvo contenido en el frasco de tu niñez. Y también la historia que contara un anciano de blanca barba sobre Luis, “ojostristes”, María “la zancas”, Abel “el astronauta”. Nunca olvidaría “la línea de la vida que terminaron por ser dos líneas que salían de laudes y morían en completas en una suerte de abracadabra según una mixtura de intuición y lógica desplegadas junto a su amigo Juan. Y todavía acunaba en su pecho el encuentro casual con Sofía, perfume de geranios y mirada de miel.

Según su costumbre, también en esta ocasión se entretuvo en hacer, en primer lugar, una visita a los acantilados. En el “canto de Marta” y mientras escuchaba el implacable golpear de las olas contra las rocas rememoró la triste historia de desdichado amor protagonizada por la pareja. En ese flujo y reflujo sin fin que es la vida urge agarrarse a una tabla para salir indemnes de los continuos naufragios. Marta no encontró esa tabla y se precipitó en el abismo.

Del acantilado, alameda de chopos temblando, llegó hasta el arroyico, que tantos recuerdos dulces exudaba de su memoria. Después cruzó el pueblo calle principal mediante, dejó atrás el parque tan lleno de chiquillos y juegos como los árboles de pájaros, y, por último, llegó otra vez al Jardín de la Alegría, parque temático de Puebla Marina.

No hay campo de trigo sin espigas rotas.

Es la frase que leyó Miguel en el frontispicio de la estancia que se disponía a visitar, en esta ocasión, sin la compañía de Juan. “Campos de trigo” se llamaba. Espigas rotas en campo de trigo, algo ajeno a él o una parte ignota de sí mismo murmuraba en su interior. Deambuló errático por la estancia. Allí estaba todo: Puebla Marina era el acantilado tanto como la plaza mayor, y los extensos campos de trigo igual que la Iglesia; y el río explayándose en su ribera era como la arteria principal por donde fluía el jugo que alimentaba los trigales. Puebla Marina toda era el escenario donde los lugareños interpretaban la vida cada día; desde el más grande al más pequeño trasmutaban en sus carnes lo que el laberinto de emociones de Puebla Marina les regalaba de alba a alba. El Jardín de la Alegría era la metáfora, el símbolo de todo el pueblo y el magma estaba formado por las calles, los campos, las ilusiones y el fluir de la sangre en una conjunción perfecta de lo vivo a lo vivo y vivo era todo lo contemplado por los ojos y por el resto de sentidos conocidos y hasta desconocidos. ¿O acaso el temblor de los álamos no formaba parte de la vida? Tanto como la dureza de las piedras que guardan celosamente la memoria. ¿En qué se diferencian la fragilidad del aleteo de la mariposa con el trasiego del ser humano tras sus sueños? Pregunta tras pregunta, como fruta madura.

Miguel frisaba el borde de sí mismo cuando abandonó el Jardín de la Alegría convencido como estaba de haber hecho un descubrimiento fundamental. Avanzó unos pasos en dirección a la plaza cuando escuchó una voz que le llamaba: ¡Hola Miguel, ¿qué tal te fue hoy? Era Juan que se dirigía hacia él con una sonrisa de complicidad.


Sigue...

01 julio 2009

Puebla Marina VIII: El Frasco de las Esencias

                   Jarra de jade para el perfume, tumba de Tutankamon

Nunca después había sentido Miguel una exuberancia de perfumes tan diversa y envolvente. Sin embargo permanecían desde antaño allí, en Puebla Marina, como ahora emerge en volutas desde El Frasco de las Esencias, otra estancia del Jardín de la Alegría que en esta ocasión estaba dedicada a los perfumes y aromas varios. Todos aquellos olores vertían a la memoria retazos de su infancia. En ocasiones tenía que pasar varias veces por un lugar impregnado de recuerdos hasta que la vivencia concreta encajaba en su memoria.

Juan se divertía con todo aquello que él había vivido varias veces y ahora rememoraba a través de la experiencia de su amigo.

Era muy peculiar todo aquello a los ojos de Miguel. Ciertos olores recordaban sabores que remitían a recuerdos a los cuales venían pegadas pinceladas del pasado. Parecía como si la naturaleza utilizara más de una carta en la tarea de plantar en el imaginario de cada persona una semilla polivalente que como hilo de Ariadna le permitiera regresar al origen. Un estremecimiento sucedía a una sacudida y en cada exhalación y como salido de un sueño, se le aparecía unas veces el rostro dulce de Sofía, otras la mirada triste de su madre, o el ceño adusto de algún vecino con mal genio. Cada perfume lo fijaba a su ayer como el áncora del náufrago. De pronto un olor como a espliego y almendras amargas le sumió en una dulce ansiedad. Al instante, puntual como la propia sombra, afloró el pasado como una excrecencia.

Sucedió junto al “arroyico”, una pequeña planicie desgastada junto al curso del río que discurre por debajo de varios chopos y donde solían bañarse y corretear los chiquillos. Había ido a acompañar a Sofía por un barreño de agua. Se arrodillaron junto a la orilla y mientras él llenaba el recipiente, Sofía le sujetaba por la cintura para que no se cayera. Varios días le costó olvidar luego el contacto de sus manos. Debido al ímpetu del cubo al salir del agua, su cara se encontró de golpe con la de Sofía. Sus ojos se miraron desde muy cerca y la sonrisa de ella y la seriedad de él provocaron las risas de ambos. Un impulso irresistible le llevó a besar la mejilla de Sofía y con igual presteza echaron a correr los dos como si huyeran de algún peligro inminente y ajeno a ambos. Era ese dulce amargor de su cuerpo sudoroso el que deleitaba ahora su memoria.

Mientras tanto los visitantes se entretenían en el taller de El Frasco de las Esencias con el incienso y la mirra; el almizcle, las hojas del tomillo y la salvia; la madera de cedro y de sándalo; los pétalos de rosas y violetas en el intento de conjurar alguna mixtura que recordara los diferentes espacios identificados de Puebla Marina así como los ámbitos más íntimos de las casas en la mocedad de sus moradores.
Soy morena porque el sol me miró,
leyó Miguel en un rótulo que había junto a la puerta y que recordaba del Cantar de los Cantares.

Sigue...