Y un manantial luciente de cristales y sones
compareció a mi paso en un sendero fiel;
un hilillo de plata, sumiso y cadencioso,
me guió en un susurro hacia un bosque de miel.
Al poco aquella cinta se transformó en arroyo
gemido de guijarros, sonoro cascabel,
esmeralda, diamante, espejo, aguamarina,
y en él como en un rayo se presentó mi ayer.
¿Qué fue de mi montura, mi espada y mi caballo?
¿Qué de mis correrías, mi destino y mi hiel?
No hay nada en este mundo que el néctar no abrillante,
ni gotas que no esplendan pétalos de clavel.
¿Dónde habrá sed tan ciega que un manantial no aplaque?
¿Dónde, penas tan graves que arrecien en tropel?
Que el agua todo sana, que el viento todo amaina,
no habrá lugar a riñas ni a cargas de bajel.
Y hoy que soy peregrino de desiertos sin dunas,
y frecuento por mismo un erial que un vergel,
cabalgo cada día desde que el sol despierta,
sin descanso ni queja, a trote de corcel.
2 comentarios:
Eres un romántico, Prometeo. Me encanta leerte.
Besos
Alicia
jajaja gracias, Alicia.
Besos
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