Siempre me había cautivado ese temor simbólico del príncipe idiota de Dostoievski de encontrar una serpiente entre las flores. De manera que cuando tras algunos titubeos accedí a relatar mis experiencias en la incursión que hice años atrás por tierras de Soria, cañón del Rio Lobos arriba hasta la ermita templaria de San Bartolomé o san Bartolo como la conocen los lugareños, iba imbuido de esa dulce zozobra que deja como sedimento toda aventura de final incierto.
Un grupo de adolescentes urgían con la boca abierta la narración de los sucesos acaecidos en tan mágico lugar y no tuve más remedio que recuperar de mi memoria el inventario de hechos y sensaciones vividos aquellos días.
La historia ocurrió así. Me levanté muy temprano y me puse en camino con las primeras luces. Recorrí los tres kilómetros que separan el puente sobre el río Lobo hasta la ermita templaria siempre por junto al curso del río, allí donde se deja ver. Caminaba entre pinos y sabinas, con la escolta desde las alturas del águila real, el buitre leonado y el halcón. Las ráfagas de viento contra los agujeros que el tiempo excavó en la roca semejaban gritos de cuchillos.
Tras veinte minutos de sendero, en un punto donde el río se revuelve en meandro, divisé a lo lejos la ermita construida por la orden del Temple ocho siglos atrás, apenas destacada por entre el amarillo del paisaje. El enclave sobrecogía e invitaba a viajar en el tiempo a una época oscura y a la vez tan llena de luz. Los caballeros templarios, mitad monjes, mitad guerreros se instalaron en estos parajes privilegiados no sólo atraídos por la belleza y la energía que rezumaba el enclave, sino, sin duda, con otras intenciones escondidas que hablan de la transformación interior y del renacer espiritual.
Y allí estaba yo un luminoso día de abril observando un enigmático rosetón y preparado para desentrañar los misterios de tan mágico lugar, mientras en los soportales de la ermita que actuaban como un gran órgano de piedra escuché la mejor música jamás interpretada antes.
De pronto un ruido sordo me invitó a girar la cabeza en dirección a la Cueva Grande que hay muy cerca de la ermita. Como era temprano y no encontré compañía alguna durante todo el trayecto me puse en alerta sobre el origen del ruido que llamó mi atención.
Continúa en II
12 comentarios:
Que gran actualización,y cuanto tiempo sin pasarme por tu blog. BESAZOS! me pasare mas de vez en cuando.
Un placer tu visita, Paola.
Escribe que tienes gente esperando.
Besos
Me han chivado que la magia que hay en ese lugar te llega a sobrecoger. Así pues no tardes mucho ¡eh!
La intriga está servida, no sé como lo haces, Prometeo.
Espero con mi bolsa de pipas, que esto está de lo más interesante .-)
¡Miau!
Nos tienes en ascuas!
Te ha quedado muy bien el vídeo y lo del gregoriano, ni te cuento...
Un beso,
Muchas gracias alba*. Realmente el escenario es magnífico y digno de ser visitado. Lo sueño de vez en cuando. Mi próxima visita al lugar será de varios días.
Besos
Gracias Olga. El gregoriano se siente por todas partes.
Un beso
ME SEDUCE TODO LO RELACIONADO CON EL TEMPLE, ASI QUE EN EL ENTORNO Y EN LA HISTORIA ENCUENTRO CIERTA FASCINACION.
SALUDOS
Vale, segundo intento de dejarte un comentario.
Hacía mucho que no escuchaba cantos gregorianos, creo que me viene bien haberlos encontrado esta tarde.
Que pases buen fin de semana.
Volveré para ver cómo termina el relato.
Hola Violeta Limonada. Disfrutarías mucho en esos parajes donde transcurre la acción.
Saludos y bienvenida.
El gregoriano transmite mucha paz.
Igual para ti, feliz finde. A ver si estos días avanzo y concluyo la historia.
Me has dejado con la miel en la boca... Espero la continuación. Besitos.
Buenos días, Isabel. Ya está aquí la segunda entrega.
Besos.
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