28 febrero 2010

Ciclogénesis explosiva (y 2)



Si puedes conservar tu cabeza, cuando a tu alrededor

todos la pierden y te cubren de reproches;

Si puedes tener fe en ti mismo, cuando duden de ti…

Rudyard Kipling


Me despertó el eco de unas voces no muy lejanas. Al parecer había dormido varias horas y el mundo seguía en pie. La borrasca perfecta no había golpeado sobre las costas de Galicia según indicaban todas las previsiones y el fin del mundo podía esperar un poco. Luego me enteré de que fue en otro punto del planeta, en Chile, donde un temblor infernal hizo sentir la presencia implacable de la naturaleza en desafuero arrancando de cuajo la vida de más de 800 personas y dejando más de dos millones de damnificados. En el norte de España la tormenta no fue tan dramática, aunque había causado la muerte de una persona y estragos de consideración en las infraestructuras.

Ya no rugía el viento y las voces llegaban hasta mis oídos sin interferencias. Abandoné mi escondite y vi aparecer a varios miembros de protección civil que buscaban a algunas personas extraviadas. Detrás de ellos venían tres policías uniformados, el primero de los cuales llevaba en las manos mi cámara fotográfica.

-¿Es suya esta cámara? dijo.

-Así es, respondí; la extravié en el embarcadero de las Sisargas. Los otros dos policías se situaron a mis costados

-¿No extravió nada más?, añadió el de la cámara con una mirada inquisitiva.

-Sólo eché de menos mi cámara, respondí.

-Bien; tendrá que acompañarnos. Junto a la cámara encontraron un maletín, aclaró.

-No sé nada de ningún maletín, acerté a decir.

-El problema, continuó el agente, es que en el maletín encontraron un arma corta y munición y unas notas manuscritas en las que venía reflejado el día, lugar y hora de una acción que coincide punto por punto con los planos y demás pormenores que había en el ordenador de un terrorista etarra sobre la detonación de una bomba en un acto importante del Año Santo Jacobeo 2010 compostelano. Ayer hizo usted caso omiso a las indicaciones de alto de varias patrullas y pasó como un rayo por un puesto de observación policial. Tendrá que dar las explicaciones pertinentes en comisaría. No lo tendrá fácil, esa es la verdad.

-No tengo nada que ver con ese maletín, exclamé nervioso. Todo aquello me pilló desprevenido y no supe qué más cosas decir.

A estas alturas ya tenía puestos los grilletes y era conducido en un vehículo policial rumbo a comisaría. Sólo perdí la cámara; el maletín no es mío, balbuceé. Pero tal vez puedas dar una explicación convincente sobre el motivo de tu viaje a tan solitario lugar en día y circunstancias tan singulares. Me miró con una media sonrisa. También sobre la huída desesperada justo cuando una patrulla policial llegaba al embarcadero. Llegamos a comisaría y me introdujeron en una sala que estaba perfectamente en silencio.

Maldije mi mala fortuna por mi idea de acudir a tan inhóspito lugar para visitar un faro centenario y restos de una fortificación que vaya usted a saber. Si al menos hubiera estado atento me habría dado cuenta de que el hasta hace bien poco hombre del tiempo de la televisión, el tal Maldonado, en su blog dejó una pista que daba que pensar, tal vez para curarse en salud, al declarar que no le gustaba demasiado la denominación de ciclogénesis explosiva. En estas estaba cuando apareció ante mi con una sonrisa amable el Jefe de policía, que resultó ser Juan Martínez al que conocí años atrás en Alicante y con el que trabé una gran amistad. Nunca me alegraré tanto de encontrarte, le dije. Me tomó del hombro y me condujo a su despacho.

La verdad es que ciclogénesis explosiva podría ser un título de película futurista o incluso una buena frase para desviar la atención de otros asuntos… Como así había ocurrido. Todo obedeció a una estrategia de las autoridades españolas con la complicidad de la Agencia Estatal de Meteorología y las autoridades francesas que aprovecharon la circunstancias meteorológicas y exageraron sus efectos para poder tener el control sobre los movimientos de dos comandos de ETA que planificaban varios atentados de impacto. Al tener controlados los comandos podrían detener a sus dirigentes máximos en Francia como así había ocurrido. Bomba meteorológica, repetí por lo bajo.

No te gusta la caza y eres incapaz de matar un gorrión y estos querían implicarte en un atentado terrorista. Juan se levantó de un salto. ¿Sigues odiando el café o prefieres quedarte por aquí?, me espetó entre risas. Tomemos ese café a ver si ya somos amigos, contesté aliviado.


P.D. Solidaridad con las millones de personas damnificadas por los numerosos desastres que asolan el planeta.


27 febrero 2010

Ciclogénesis explosiva

Islas Sisargas. Fotografía Juhanal


Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,

oigo sus oscuras imprecaciones,

contemplo sus blancas caricias;

y erguido desde cuna vigilante

soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres…

Luis Cernuda, soliloquio del farero.


Como las líneas isobáricas de los meteorólogos marcan con trazo hábil la fuerza y la dirección del vendaval, así también el rugir de las entrañas de la tierra y las olas embravecidas en los cuatro rincones del orbe nos avisan de que la delgada línea del tiempo puede romperse en un abrir y cerrar de ojos.

Esos pensamientos me sorprendieron a las trece treinta horas del sábado, 27 de febrero, día en el que estaba previsto que arribara a las costas gallegas la llamada borrasca perfecta golpeando inmisericorde todo lo que le saliera al paso. Abandoné de manera expeditiva el embarcadero de la playa sur de uno de los pequeños islotes que conforman el archipiélago de las islas Sisargas, acantilados y aguas mediante, para escabullirme a través de Malpica de Bergantiños, pequeño pueblo de pescadores en la Costa de la Muerte en La Coruña, en dirección a la autopista que me alejara del desastre, rumbo al este.

Había recalado en tan inhóspito lugar con el deseo de visitar su faro, antaño escuela de fareros y que hoy cumplía sus funciones solitario con exactitud de relojero; y también con la esperanza de encontrar restos de una antigua fortificación de incierto interés que, según algunos escritos, hubo antaño en ese lugar.

Volví la vista a tiempo para ver zambullirse los pequeños islotes del archipiélago de Sisargas, uno tras otro, en un mar impetuoso al punto en que movido por un resorte pisé el acelerador. Estaba en el núcleo de un torbellino y no quería ser engullido por él.

Ningún ser vivo se atrevía a circular por Malpica cuando crucé sus calles como una ráfaga más. Puertas y ventanas habían sido tapiadas en previsión de lo que parecía iba a ser como el fin del mundo a tenor de los ecos del Apocalipsis que ya sonaban. A la salida del pueblo entreví por el rabillo del ojo un coche patrulla del que surgió un policía que manoteaba exigiéndome el alto. Hice como que no lo había visto y continué a galope tendido y entonces recordé que había olvidado mi cámara de fotos en el embarcadero.

Tras diecisiete kilómetros de deambular frenético por un piélago de carreteras comarcales accedí a la autopista y respiré más tranquilo. Poco duró la tregua porque las vías estaban cortadas en el mismo peaje. Escuché unos gritos que me urgían a abandonar el vehículo y correr a guarecerme en unas instalaciones cercanas. Un golpe de viento derribó con gran estruendo parte de la estructura de casetas, semáforos y barreras. Tras el susto y viendo que había quedado una vía libre, como movido por el irracional instinto de superviencia, lancé el vehículo a toda velocidad por la autopista entre los gritos y aspavientos de los servicios de protección civil. Escapar de allí a toda prisa era mi único objetivo para ganarle ínfulas al viento.

El gorjeo anómalo del motor me recordó que me había quedado sin combustible. Estaba como hoja a merced de un viento que rugía cada vez de forma más aterradora. Como la conducción no era segura y tampoco podría recorrer muchos metros más sin gasolina, abandoné el vehículo y busqué con la vista un lugar seguro. Pero no hay sitio seguro cuando estás en el infierno. Me convencí de que no podría escapar de la muerte. Una fuerza gigante me levantó en vilo y me lanzó a gran velocidad por entre los matojos que escoltaban la vía y fui a parar, tras unos metros interminables, junto a una roca prominente. No sentía dolor alguno. Por encima de mi pasó, como un rayo, lo que supuse sería parte de mi coche. Mi inestabilidad era máxima y al impulso de una nueva ráfaga podría ser despedido sabe Dios hacia qué lugar. Me desplacé instintivamente hacia la parte posterior de la roca y descubrí una hendidura en ella. De un salto entré por donde apenas cabía y me hallé en un espacio no muy grande pero suficiente para albergar a un par de personas. Quedé como un caracol en su concha.

El ulular del viento confería un aspecto fantasmal a mi refugio pero al menos en ese lugar estaría a salvo.


Continúa y finaliza en II...

16 febrero 2010

Hojas de otoño en febrero


"De tan suave y aérea, la hora era un ara donde orar". Fernando Pessoa, libro del desasosiego.

Si quieres podemos subir al salón, le dije como en susurro. Carmen sonrió mientras con su mirada trémula recorría el sendero que conduce a la casa. Tiritaba de frío. También en su corazón nevaba cuando un contacto tibio y fortuito de nuestras manos le devolvió la vida. Gráciles copos se desplazan erráticos por las calles en su coqueteo con el viento glacial de febrero para desvanecerse entre las ramas desabrigadas de los árboles.

Carmen se dejó caer en el sofá junto a la lumbre y frente al amplio ventanal con vistas al mar en cuya playa y por sobre las rocas del acantilado hervían las aguas embravecidas antes de transmutarse en burbujas. Aticé el fuego. La madera al quemarse emitió un silbido sordo y distante como la queja afónica de un perrillo que huye. Besé su mano de mármol pero su pensamiento se mecía sobre las olas.

¡Qué recuerdos!, la oí decir como en un suspiro. Aquí mismo escribiste tu primera novela y aquí mismo yo la bauticé. Llovía. En este pueblo nunca dejó de llover. Asentí con un leve gesto. La misma historia de nuestra vida, añadí dando voz a sus pensamientos. Así es, discutíamos cada andanza de los personajes que corriendo el tiempo llegaríamos a encarnar como un guión fielmente interpretado.

Hojas de otoño”, acertó a pronunciar salvando la congoja que le cerraba la garganta y miró alrededor como intentando regresar a un tiempo que se fue. La vida es una hoja que se desprende del árbol, el pitido de un tren en la noche, la mordaza de un caballo, las cuatro estaciones, el trinar del pájaro solitario… Yo esbocé mis primeros balbuceos siendo todavía un niño y utilicé la metáfora de la hoja que se separa del árbol en su vuelta a la tierra desde la que brotó. El invierno añora las luces del verano; el otoño se solaza en el verdor de la primavera. Un blucle sin fin que nos lleva una y otra vez al mismo brete.

Carmen se acurrucó frente a la lumbre y me besó con su mirada antes de zambullirse en los pliegues del sueño. Copos lechosos descendían oblicuos siguiendo una vía errática perfectamente trazada. Algunos gorriones se guarecían por entre los canecillos bajo el alero del tejado. Un volátil manto de espuma cubrió las olas del mar allá a lo lejos. Etcétera.




07 febrero 2010

Viaje de ida



La cena se presentaba muy concurrida. Poco a poco empezaron a llegar desde los más apartados lugares, familiares y amigos que ocuparon con sus coloridos atuendos cada ángulo del salón.

Con el primer vino y a un gesto del anfitrión, la sala quedó en silencio: ¡Amigos!, dijo animado, voy a emprender un viaje importante; de vez en cuando conviene ausentarse para conocer mundo. Os he convocado a esta cena para despedirme de vosotros. Ignoro cuándo volveré. Deseo que seáis muy felices y espero que nos veamos pronto. Cuando concluyó su alocución una mueca de zozobra nimbó su rostro.

Sonrisas de circunstancias, amagos de breves inclinaciones de cabeza, gritos de asombro. En algunos rostros se adivinaba cierta preocupación. En los corros se sucedían los cuchicheos; los chascarrillos saltaban de mesa en mesa; cada comensal aventuraba una solución para aquel enigma.

Al poco tiempo llegó el segundo brindis al que siguieron varios más: ¡Amigos, brindemos por el futuro! Las copas se alzaron sobre las cabezas como movidas por un resorte y al chocar unas contra otras semejaban un galope desbocado de caballos. Los desconcertados comensales se miraban con la esperanza de encontrar una explicación en los rostros vecinos.

De pronto, el péndulo del gran reloj del salón hizo sonar las campanas como un veredicto. El anfitrión abandonó la copa sobre la mesa y sin mediar palabra avanzó resuelto hacia la puerta principal acompañado en todo momento por las miradas de la concurrencia y un breve murmullo que murió en un silencio sordo.

El jardín se fue llenando de luz como si alguien hubiera encendido antorchas en cada esquina. Y conforme la luz se hacía más presente se escuchó un silbido como el de un motor en el cielo de donde se descolgó un extraño aparato luminiscente. El anfitrión se introdujo raudo por la escotilla abierta y el artilugio desapareció engullido por la noche rumbo a algún planeta ignoto y lejano.


01 febrero 2010

Viento del sur, viento del este


Se trata de una experiencia. Leni y Prometeo decidieron escribir sobre un mismo motivo unos cuantos versos. Al final los versos se enredaron de la siguiente manera.


"Hay amaneceres nombrados por el viento...Firmados por su susurro.
Esa batida de aspas en los molinos canta tímpanos de gala,
aúlla en la piel y reseca los labios,
baila en la falda y dibuja con las alas lirios en el firmamento.

Bronca su voz, narra cuentos a las velas
y atemoriza a los marineros con espectros de tormenta.
Levanta el vuelo del cometa entre las manos,
rota los cuerpos y traslada nubes en sus brazos.

Los sueños de la oruga
los ventea la mariposa con sus alas,
céfiro de breve eternidad,
hacia un mañana de luz.

Eólo es galerna que arrulla,
huracán reptiloide que nos transforma en reyes,
un tornado cuya boca se abre a la tierra.
Somos su trino en la caracola, aleteo de libélula que enciende la noche,
remolino de hojas en la acera del olvido, anticiclón del recuerdo en el trópico.
Existe un gallo de hierro forjado en cada uno de nuestros tejados
que da la bienvenida al sol de cada día.
¿Donde nos llevará el viento cuando la calma
amortaje el vendaval que nos habita?

¿Donde se lleva ahora la marejada de los ojos?


El sol con su juego de espejos
remueve las corrientes de norte a sur,
al igual que mi pecho bombea la sangre
desde mi corazón a tu corazón.

Catábasis y anábasis, rueda de las estaciones,
nube de estrellas, música de las esferas,
néctar de la felicidad, rumor de los mares.

Es el viento que trae, abraza, empuja, da la vida.
Como nube que la ventisca increpa,
para evacuar el agua que carga en su vientre;
así mis recuerdos vuelan junto a tus ojos
para desecar todas sus lágrimas."

Leni El peso de la Brisa

Prometeo