29 septiembre 2008

Puig Campana IV



Una operación de menisco le mantuvo alejado de la montaña por dos meses. Del asfalto le llegaban efluvios de espliego y de romero, y los escarceos producidos por las caprichosas lluvias de septiembre se le aparecían como rumor de manantiales.

No poder ir a la montaña pero vivir en la montaña: ese era su sino desde hacía ya mucho tiempo. De manera que aprendió a estar en ella sin haber subido y hasta el cansancio físico aparecía en el momento justo. Cogió sus utensilios, aparcó el coche como tantas veces había hecho cerca de la fuente conocida por lo lugareños como la Font del Molí y emprendió el ascenso. ¿Por dónde subiría? Por la derecha, sin duda, por la ruta más difícil aunque la más interesante, la de la torrentera también llamada de la pedrera.

Recordó la primera vez que subió con una mochila que pesaba casi 20 kilos; creyó que no lo conseguiría. Pero aprendió la lección y desde entonces se equipó con lo imprescindible. Tras una hora de primeros contactos con el entorno enfiló la pedrera. Aquel silencio siempre le pareció imposible a tan pocos metros de la bulliciosa ciudad de Benidorm. Decidió posponer la avenida de piedras para la bajada y subió por el pequeño sendero que había a su derecha.

Al poco rato se reencontró con ellos. Primero apareció “el guardián”, así lo había bautizado, una mole de roca caliza a mitad de camino entre el inicio de la pedrera y la primera cima; luego, cuatro o cinco pinos solitarios que emergían de la misma roca, y por último un rebaño de cabras que tenían por costumbre acercarse a los senderistas para lamerles el sudor.

Por fin, a la hora convenida, le vi llegar. Demudado, sudoroso y agotado por el esfuerzo pero feliz por estar allí una vez más.


(Continuará)

27 septiembre 2008

Memoria



Todo en la vida es memoria; recuerdo en camino (o en regreso). Hasta la piel tiene memoria… Siempre estamos en alguno de esos tres puntos del círculo HTP de la memoria:

Hacer memoria,

................... tener memoria,

................................... perder memoria.

Y llegados a ese punto de rumia algunos escriben sus memorias.

Paul Newman ha muerto



Murió uno de los grandes actores y una gran persona.

Películas en las que consiguió el Oscar al mejor actor:

El color del dinero,

Premio humanitario Jean Hersholt

Oscar honorífico.


Películas en las que fue candidato al Oscar:

Ni un pelo de tonto,

Veredicto final,

Ausencia de malicia,

Raquel, Raquel

La leyenda del indomable,

Hud,

El buscavidas,

La gata sobre el tejado de zinc


Globo de oro al mejor actor:

Empire Falls,

Raquel, Raquel,

Un cáliz de plata.


Frases para la historia: Actúa como si tuvieras fe y la fe nacerá en ti.
Paul Newman en Veredicto final.
...

26 septiembre 2008

Trébol de cuatro hojas



Encontré un trébol de cuatro hojas. Había oído decir a los botánicos que por cada 10.000 tréboles de tres hojas aparece uno de cuatro. La proporción no está nada mal, así que pensé que era mi día de suerte y ese hecho casual confirió a mi rostro una luminosidad a la que no estaba acostumbrado.

Para mi las palabras son como puertas secretas a un mundo ignoto. Si además acarician el oído entonces gozan de la virtud de un aceite que suavizara los engranajes de un mecanismo complicado. Trébol, bonita palabra ¿no? Pensé…

Caminaba absorto en mi sonrisa cuando de pronto llegó a mis oídos un rumor suave como el que produce el cubo torpe al verter al fondo el agua que pretende sacar de un pozo. No recordaba el discurrir de manantiales en los alrededores así que presté más atención para percatarme de aquello tan extraño que percibía, como le ocurre a quien cae en la cuenta de que lo que tiene ante sí se escapa de lo cotidiano.

Arrecié el paso cuando advertí que alguien parecía seguirme. Lo encaré y al punto me encontré con los ojos de mi vecino que con su aspecto bonachón me observaba con mirada inquisitiva. En su mano portaba un trébol de cinco hojas. Bueno, tampoco las gracias vienen solas, pensé.

Sin mediar palabra y con una sonrisa de satisfacción, como corresponde a los dos seres más afortunados del paraíso, seguimos ambos el camino hacia una amplia calle que fuera, de antaño y alternativamente, paso de cabras y rambla y cauce de aguas de lluvia. Pero a los pocos metros nos percatamos del desastre: las últimas tormentas habían convertido la ancha avenida en río caudaloso que arrastraba a su paso muebles, enseres y animales de compañía. Hacía falta agua, eso es cierto: hela aquí. Mi casa estaba toda anegada y sucia pero mi mujer había sobrevivido a la catástrofe. La casona señorial de mi compañero de trebolada fue la única de la urbanización a la que no alcanzó el agua.

Yo fui feliz, a qué negarlo y mi vecino con su trébol de cinco hojas continuó siendo inmensamente rico. Mis amigos los botánicos no me han sabido decir por cada cuántos tréboles de cuatro hojas se deja caer uno de cinco.

22 septiembre 2008

El precio de una vida



Es una tontería eso de que todas las vidas valen lo mismo. No. No vale lo mismo la vida del verdugo que la de su víctima. La del cobarde asesino vale menos que un puñado de polvo, mientras que la de su víctima es muy valiosa y con él nos desangramos todos.

Es una barbaridad afirmar que vale lo mismo la vida de una madre que la vida de su hijo condenado en juicio sumarísimo a no ver la luz.

Es una injusticia decir que la vida de un maltratador y la del que sale en defensa de la víctima de sus maltratos valen lo mismo.

No. Las vidas no valen lo mismo unas que otras. Que nadie lo olvide entre tanta plañidera vocacional y tanta condena hueca.

Lloraré por el niño que no llegó a nacer,
por el servidor público que entregó su vida por todos nosotros,
por el valiente que se enfrentó al maltratador.

Nunca por el verdugo cuya vida vale mil veces menos.

21 septiembre 2008

Memoria de estío



Enmudecen las últimas cigarras mientras yo despierto de un sueño tibio de sombras y sequedad de boca.

Desciendo del desván y en medio del salón allí están ellos. Sonríen como quien espera una visita o como quien revela una sorpresa. Alicia, el Principito, Siddhartha y el Ingenioso Hidalgo me contemplan con sorna, también con brillo en la mirada.

Alicia juega con mis ojos desde algún punto del espejo pero nadie más habló excepto el de la triste figura que lleno de unción rompió a decir:

Para mi, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear.

Los fulgores de estío tiemblan en los charcos del otoño que llega...

17 septiembre 2008

Esmeraldas



Habían acordado reunirse en el valle al amanecer. Se engalanaron con sus mantos de oro, cárdenos, púrpuras, carmesíes, y con sus túnicas de lino de una sola pieza cubiertas de topacios, esmeraldas, zafiros, diamantes, rubíes, ágatas, amatistas, berilos y jaspes.

Y la esperanza me miró y me dijo serena, sé prudente. Y la prudencia inclinándose hasta mi oído susurró: espera, nunca te rindas. Camino de justicia encontré a sabiduría que cuchicheaba: nada importa sino la fortaleza. Y fortaleza gritó: templanza, templanza...

Se adelantó la fe por una senda estrecha. Portaba un retoño de olivo entre sus manos, y dijo para sí: ama. Después irrumpió el amor como al acaso, y anegó la hondonada con su espíritu y pronunció con voz de terciopelo: ama y no temas; ama y no agobies; ama y no sepas; ama y no tiembles; ama, sólo ama…

Y el viento resopló con fuerza removiendo las túnicas, las piedras y el valle todo; y cayó sobre mi, humilde filamento de hierba, brizna de sangre verde, envoltura de sombras. Y humedecí de savia los tormos de la tierra…

16 septiembre 2008

Foto enigma



¿Alguien sabe dónde está tomada esta foto?



Efectivamente, Annabel, lo sabía. Se trata de la llamada "cara del moro" en el Castillo de Santa Bárbara en Alicante.

15 septiembre 2008

El futuro del presente



¿Tiene futuro la literatura? Efluvios de septiembre…

Es como hablar del presente y del futuro de todos esos peatones que circulamos por ahí: variopinto como la vida misma. Es decir, si las personas vivimos con alegre seriedad la vida (ese viaje extravagante, por otro lado), pues habrá una literatura creativa, amena, irónica, divertida, enriquecedora, ...; que lloriqueamos, perdidos en las anécdotas para becarios, y despejamos balones sobre lo que pasa aquí y ahora, pues tendremos lenguaje infantil y primario: balbuceos (León Felipe dixit). ¿De qué sirve ser creador de historias y luego esgrimir media sonrisa como respuesta a un mundo que se desmorona?

Cuando uno es un joven incauto y empieza a descubrir, más o menos por su cuenta el mundo, está tentado a creer que eso que la gente llama los intelectuales son los tíos y tías más avanzados (porque utilizan el coco); alguien de quien uno puede aprender mucho. El enamoramiento durará más o menos, pero al final se resuelve en desengaño. Y el tal bisoño se topa de lleno con los dogmatismos, los egos, la cerrazón, el simplismo, los tics, las consignas; el rábano por las hojas, las meninges por las barbas, …

Ante ese panorama ¿que hay del presente y el futuro de la literatura?, pues depende de donde se sitúe usted. Si lo que los escritores piensan y escriben tiene futuro, si es positivo, si abre puertas, si no es un bostezo hipócrita ni una resignación estéril, si no es manipulador, si invita a descubrir, a gozar, si realiza, si no es proselitismo… la literatura tendrá futuro. Y el ser humano mismo de quien la literatura no es sino un inventario de pasiones.

Pero si hablamos de la literatura del fracaso, de la muerte, de la complicidad…

11 septiembre 2008

Aitana IV



El primer pensamiento que sobrevuela mi cabeza es: ¿qué hago aquí? Abro bien mis oídos: sólo rumor de grillos. No me atrevo ni a moverme pues apenas mis pies se movilizan en alguna dirección, la noche se puebla de ruidos que delatan mi presencia y mi posición. Mejor me estoy quieto.

Sobre un fondo de tranquilidad o de paz estoy nervioso. O tal vez sea más acertado decir: Eme siento tranquilo pero en alguna parte de mí se cuela cierta inquietud. O también: pienso que debería de estar muy nervioso y sin embargo aún no he salido corriendo. Realmente me siento acorralado…

Los minutos transcurren con una lentitud de vértigo ante la inminencia de que algo va a ocurrir, algo se va a mover, un ruido va a llamar mi atención a derecha o a izquierda o algo enigmático emergerá del manto de nubes que me invita a correr sobre su superficie. Doy vueltas buscando o defendiendo un territorio. ¿Qué hago aquí?

Creo oír un ruido a mi derecha al fondo de la montaña. Allí dirijo mi atención pero no hay continuidad. Ni siquiera es el ruido de un animal. Luego, se repite a mi izquierda, y lo mismo. Frente a mí, en el montículo pequeño creo percibir dos luces, una arriba, a la derecha y otra a la izquierda, como a unos diez metros de donde estoy. Posteriormente compruebo que lo que creía ser algo así como una luz fluorescente no es más que una pintada o señal de las que dejan los montañeros para jalonar de balizas los caminos. Por la noche las cosas no son como aparentan ser… ¿Hay un mundo de día diferente al mundo que se percibe por la noche? ¿Hay mundos ensamblados en mundos a la manera de las muñecas rusas?

Me muevo hacia la izquierda. Al fondo, entre montañas y a lo lejos observo un par de luces vacilantes: estas son de aquí, me oigo decir. Todo es extraordinariamente normal. De pronto un erizamiento inmotivado que se inicia por las manos y recorre mi cuerpo. Al poco, otro. Espero. No advierto ningún cambio en el entorno; ni ruidos, ni nada y eso aumenta mi preocupación. ¿Qué cosa extraña está ocurriendo que yo no soy capaz de ver?

¡Miguel! ¡Miguel! Alguien grita rompiendo el negro lienzo de la noche. ¿Sueño? ¿Una broma de Pepe? Un dolor agudo se va instalando en mi estómago a la par que una presión comprime mi ombligo. Poco a poco se impone el ruido monótono del todoterreno de Pepe que se acerca...

Epílogo. Esa noche no fui consciente y tampoco le comenté a Pepe nada al respecto. Pero unos días después recordé haber leído en ciertos libros enigmáticos donde se habla de que en determinadas circunstancias se produce una fuerte presión en el estómago, a la altura del ombligo. Cuando me recogió Pepe de Aitana empecé a sentir un dolor intenso y una notable presión en el ombligo que me llevó a pensar si no tendría problemas con mi hernia. ¿Qué era aquella presión? Ahora, días después mientras intento poner por escrito lo vivido vuelvo a revivir esa presión y el dolor a la altura del ombligo. Parece ser que por esa “puerta” entra la muerte en el cuerpo; la muerte pugna y pugna hasta conseguir abrir una brecha y se apodera de uno. No le di más importancia al asunto, si bien me rondaba la pregunta, ¿estuve a punto de morir?

P.D. Un par de meses después de aquel suceso tuve que acudir a un hospital para que me intervinieran quirúrgicamente la hernia umbilical que padecía desde niño.

10 septiembre 2008

Aitana III


Aún hoy, después de tanto tiempo, mi amigo Pepe y yo recordamos con satisfacción el encuentro que mantuvimos con el émulo de Alonso Quijano el de la triste figura. Fue un día de finales del milenio camino de la sierra de Aitana. Como El Campello era el punto de reunión para salir de correrías por los alrededores del Puig y Aitana, siempre que nos juntábamos para aprender de la montaña traíamos a la memoria las aventuras y desventuras de aquel soñador que había fundado una república en apenas 300 metros de una playa cercana, convencido de que si él se lo proponía, los alemanes lo iban a reconocer como república independiente.

Sin embargo hoy mi amigo Pepe me había emplazado al crepúsculo, de manera inusual… Llegamos por enésima vez una tibia tarde de primavera a los aledaños de la sierra de Aitana, paraje mágico que tantas veces nos había hecho pasar momentos memorables. Habíamos convenido en dedicarnos a explorar por las cuevas, hondonadas, gargantas y demás encrucijadas de senderos hollados por los mil pies de los buscadores del origen. Éramos conscientes de los peligros que nos acechaban porque en cualquier momento el suelo podía ceder a nuestro peso y quedaríamos atrapados en una sima de la cual sería imposible escapar sin ayuda exterior.

Me extrañó, como digo, la convocatoria; el caso es que mi amigo Pepe tenía preparadas dos sorpresas; una: por la noche dormiríamos en una casa que había en Sella a la falda de un monte cercano. La casa estaba ubicada en un lugar privilegiado, guarecida entre dos altos peñascos y rodeada de plantas aromáticas. Frente a la casa y de una pequeña roca emergía un manantial de aguas transparentes, heladas y dulces. El propietario de la hacienda que era amigo de Pepe, había hecho un mínimo trazado de obra que se encargada de dirigir cansinamente el agua desde la cueva hacia una pequeña balsa para el riego de la finca, así como para el uso cotidiano y el baño de los visitantes. Pues bien, en ese escenario incomparable no faltaba de nada: una buena chimenea para el invierno y una biblioteca cuajada de libros interesantes ubicada en la buhardilla completaban el cuadro ya de por sí paradisíaco.

Pero eran dos las sorpresas, así que cuando Pepe terminó de explicarme lo que haríamos al caer de la tarde esperé que se despachara con la segunda de las noticias: el segundo plan consistía en quedarme un par de horas solo en la sierra de Aitana con un objetivo muy concreto. Él se alejaría de allí como a unos cinco kilómetros para no estorbar mi soledad tantas veces planificada y de tan fructíferos resultados.

Sonreímos. Nos gustaba perpetrar este tipo de sorpresas y las gastábamos alternativamente. Las ocurrencias tenían por objeto romper la rutina cotidiana y “parar el mundo”, juego de palabras con el que nos referíamos a esa especial forma de suspender la rumia habitual del proceder ordinario y enfrentarnos a realidades que de tan habituales se convertían en invisibles. O al revés, que de tan invisibles pasaban inadvertidas para nosotros…

Todavía pintaba una sonrisa cuando oí alejarse el todoterreno. Y quedé solo. El último runruneo del coche dejó paso a un silencio denso apenas roto por un lejano canto de grillos. Al fondo la silueta algo fantasmal de un montículo; a la espalda otra montaña más alta; entre el uno y la otra una sima coronada por un manto de niebla que me invitaba, zalamera, a caminar sobre ella. Las nubes sólidas amenazan lluvia. Silencio y negrura por todas partes. No puede ser que tenga miedo…

Continuará

06 septiembre 2008

Diario de un náufrago V



¿Cuánto tiempo había sobrevivido en aquella isla a la que me empujó mi mala cabeza? Apenas un par de días, pero a mi ya me parecía que habían transcurrido semanas o tal vez meses. Las sensaciones eran tan extrañas que por una parte percibía una soledad antigua y por otra, a poco que escarbara en la arena encontraría restos esparcidos del naufragio.

La curiosidad mata al hombre y tampoco hace excepción a otros animales. Y eso fue lo que le sucedió a mi perrita Siri que forcejeaba con un extraño bicho que la tenía sujeta por el hocico. Acudí raudo en su ayuda mientras ella me miraba con el susto en el cuerpo y como solicitando auxilio. El bicho era de poca importancia y la liberó tan pronto me vio acercarme. Se trataba de una especie de rata apestosa que se dejó tragar por una hendidura del acantilado y desapareció sin dejar rastro.

Pasado el susto, nos dirigimos a la cueva que nos servía de cobijo. No era mal sitio pero yo albergaba la ilusión de poder fabricar con mis propias manos un refugio a la medida, que estuviera un poco más a la intemperie para poder escuchar los sonidos de la selva, sobre todo los nocturnos, y prevenirme contra cualquier amenaza de la que ahora mismo no tenía noticia.

Preparé un aposento adecuado para los dos y nos dispusimos a dormir. Decenas de ideas acudieron a mi mente como tormenta a pararrayos y, al igual que las noches precedentes, la nostalgia anegó mis ojos. ¿Qué era lo que más echaba de menos en aquella isla perdida de Maré? Sin duda el eco de la voz humana. Las palabras siempre habían sido para mi como puertas secretas a un mundo desconocido. No era por menospreciar a mi pequeña Siri, pero no tener compañía humana me desasosegaba. En estas cosas entretenía mi tiempo cuando el cielo se cerró, mis ojos se nublaron y desperté en un sueño.

Al amanecer del día tercero me espabiló el ladrido nervioso de Siri. Correteaba por la playa y se cebó con un objeto que yo no alcanzaba a identificar en la distancia. Cuando llegué pude comprobar boquiabierto que jugaba con una calavera. Los vientos de la noche habían removido la arena de tal modo que aparecieron esparcidos unos cuantos restos humanos de algún otro naufragio anterior. Sucumbí a la sintonía de la nostalgia y la desesperación ante la vista de aquellos huesos y cual Hamlet exclamé: nada tengo, nada valgo, nada sé, nada soy

Los primeros rayos del sol caían oblicuos en la arena y conferían a nuestras sombras aspectos fantasmales…

Continuará.

Mientras llega noviembre



Caen los visillos de la tarde movidos por un viento plácido y silencioso. El verano exuda poco a poco su calima mientras el otoño espera una oportunidad para entibiar los días, enfurecer los mares y llenar la ciudad de paraguas. La naturaleza, reloj de arena, muestra, puntual e ineludible, sus poderes ocultos. La rueda de las estaciones no para de girar.

Los poetas afilan sus lápices, las grullas sus kru-krus estridentes desde la altura, los vencejos duermen en vuelo mientras llega noviembre.

¿Qué será de las lluvias de abril y de los fríos de enero? Aparecerán cuando menos los esperes agazapados tras las nubes y el ansia empolvecida de la tierra.

Mientras llega noviembre te esperaré entre juncos…






03 septiembre 2008

Nenúfares


Mi nombre es Ricardo Santamaría. Hace tanto tiempo que lucho por demostrarle al mundo lo que soy, y ahora cuando he conseguido marcar un hito en la creación literaria, todos mis familiares, mis mejores amigos y hasta mis enemigos se me han muerto. Los unos, por propia desestima, siempre pensaron que lo de casa no cuenta; los otros, tras la sonrisa desdeñosa, ocultaban rivalidades y envidias inconfesadas; y los demás, ¡qué decir de ellos!

Huérfano hasta de enemigos, tendré que sobrellevar las opiniones de críticos que verterán sobre mi obra sus juicios implacables convencidos de adivinar el secreto de mi escritura. La verdad es que yo sólo quiero decir que estoy aquí, que he venido. ¡Toda una vida de ensayos para estrenar en un teatro que no es el mío!

Fui el cuarto de seis hermanos y, como confirmación a las teorías de los psicólogos sobre los hijos intermedios (en algo habrán de acertar), adolecí en mis primeros años de los cuidados propios de la edad (circunloquio vano para tratar de eludir la evidencia: me faltó la necesaria atención, elemento básico e imprescindible para engendrar niños alegres y lustrosos). O al menos eso percibí yo entonces. Nací con un mundo en contra, por tanto.

Cuando hube cumplido los diez años yo, niño tímido, llorón, raro, el-más-débil-de-los-seis, que-no-juega-con-los-demás, y otras etiquetas que cada uno tuvo a bien colgarme, ingresé en un colegio. Recuerdo con añoranza aquellos tiempos: las largas excursiones a través de huertas ubérrimas, montañas y senderos poco transitados; el aroma a poleo y tomillo; el color de la nieve y su alegre olor; el frío, la lluvia, los partidos de fútbol con botas siempre inadecuadas; la tristeza de los domingos por la tarde y todo lo demás: las clases de latín, el griego, la literatura, los rezos rutinarios y por la noche siempre a las diez, el sonido del tren, la llamada del tren, la soledad del tren.

Después de terminar el bachillerato me hallé ante una encrucijada de caminos como le ocurre a tanta gente: no sabía si dedicarme a aprender una profesión o marcharme lejos. Al final no hice ni lo uno ni lo otro y me debatí durante algún tiempo entre la mediocridad propia de quienes no tienen expectativas y la inútil rebeldía de quienes carecen de confianza en sí mismos.

Pasaron los años hasta que un día una circunstancia azarosa vino a tocar a la puerta donde hallé a un desconocido que reclamaba mi atención. Desde el principio quedé sorprendido por lo que dijo; su nombre me golpeó en la frente. Ese día descubrí que somos muchos, que la historia es la misma y el camino tortuoso, y decidí, de un tajo como el hacha certera, que debía olvidarme de lamentos como no se queja el junco que crece en el río; como no se quejan los nenúfares ante la inclemencia del viento y la lluvia; como no se queja el árbol que emerge de la roca en mitad de la montaña; como no se queja el pajarillo expulsado del nido sin compasión. Así venimos a este mundo: solos, desprotegidos, libres, como en la sopa primordial donde la frágil vida chapoteó por primera vez. Aquel individuo dijo: mi nombre es Ricardo Santamaría.

02 septiembre 2008

Aisladas



Como una peonza a su cuerda estoy trabada a ti. Siento que estás cerca y hasta noto el aire de tu respiración que suspende los cabellos de mi nuca, como alza el vuelo el águila en la roca. Brincan las agujas de reloj un solo segundo e imagino que tú viertes tu néctar sin descanso al igual que yo avivo el fuego de mi hogar sin tardanza. Somos émulas del tiempo que transporta la vida de un lado a otro; siega la vida de un lado a otro.

Una celda y otra celda y otra celda. ¿Vivimos encerradas? ¿Presas en un laberinto de sueños? Uncidas la una a la otra y la otra a las unas sin posibilidad de desligarnos nunca, como bueyes monótonos. Tras cada tic tac del reloj mi cuerpo es rociado por un valioso presente que tú me envías; anega tu alma el regalo que yo te entrego. Tantas y sin embargo, una. Somos el milagro continuado de la vida y hemos aprendido a darle esquinazo a la muerte para que no nos toque nunca con su dedo, despachamos el futuro y demudamos el rostro del presente. Somos muecas, casi traspiés, iris de ojos, martillo y tímpano, ¿celada?

Y nuestro nombre es legión:
cella, cópula, cesura, celda, célula
PD. El dibujo está tomado de Alzheimer.org.

01 septiembre 2008

Septiembre


Se nos muere el verano y amanece septiembre
en forma de rocío en la mañana bruma.
Y es como si empezara un año todo nuevo
nacido de nostalgia y mezcla de burbuja.

Se nos muere el verano y amanece septiembre
y desde las acacias, los robles y encinares
sus hojas trazarán el dorado descenso
desde la nube muelle al manto bajamares.

Ya agoniza el verano y amanece septiembre
y las noches exudan su néctar de cebolla
desde la playa al río, desde el mar a la mar
con sones enigmáticos como la caracola.

Se nos muere el verano y amanece septiembre
y las risas felices quedarán en suspenso,
volverán las rutinas, el llanto, los problemas
y las pequeñas cosas y con sus abolengos.

Se nos muere el verano y amanece septiembre,
tañerán las campanas de finales de año,
no importa que las uvas, cerezas o cervezas,
se atraganten de paso cual cena de ermitaño.

Se nos murió el verano y aquí está ya septiembre.
Las hojas se desgajan, como brotes de almendros
que trocarán ajadas las risas del estío
y borrarán de otoño los colores de enero.

Se nos murió el verano y amanece septiembre…