27 junio 2009

Puebla Marina VII: La sonrisa de Sofía


                                                  Foto: Manuel Cascales

Era Sofía. Cuánto tiempo sin verla. Guapa como siempre, conservaba intacta esa sonrisa de niña, luminosa y tierna. También ella quedó sorprendida por la aparición. Hombre, Miguel, ¿qué haces tú aquí? De veras hace tiempo, Sofía. ¿Cómo te trata la vida? Pero la expresión de su cara no podía ser desmentida por sus palabras: era feliz.

Menuda sorpresa, estaba allí, rescatada ahora de los recuerdos de la niñez cuando los otros niños repetían que era su novia y él lloraba pero a quien una tibia tarde de junio prometiera amor eterno y no menos de cinco hijos. Ella le prometió que sonreiría siempre de ese modo. Su presencia le agitó el ánimo como el roce de una vieja herida. Recordaron con fruición un mundo de juegos y de travesuras inocentes que no hacen daño a nadie, como ocurriera una noche estrellada entre los dos tiempos de un juego cuando ella entrelazó su cuello y él sintió una intensa emoción nunca vivida hasta entonces. Tras el dulce inventario de la niñez, cada uno siguió su camino pero la sonrisa de Sofía quedó suspendida en el recuerdo de Miguel por todos aquellos días en Puebla Marina, 

Miguel recorrió con la mirada los parajes añorados del pueblo que le viera nacer hacía más de cuarenta años. Por unos momentos se alejó de sus calles por donde anduviera de niño con paso indeciso y mirada vacilante; se apartó del bullicio de los soportales por donde transcurriera un tiempo donde el mundo era un perfume de geranios y una mirada limpia de niña del color miel. Se abandonó al golpeteo del viento en los acantilados que tantos recuerdos traían a su memoria y tanta fascinación ejercían sobre su espíritu.

Desde aquel inmenso balcón se le presentaba toda la belleza del horizonte y todo el misterio de un pueblo que estaba allí desde antiguo, con su encrucijada de caminos interminables, con su reguero de sauces y álamos por junto al cauce del río, con su historia que impregnaba cada rincón con las sombras de un futuro marcado por el drenaje del ayer en el ahora.

Contemplaba la vida toda de Puebla Marina, pasada y presente: infancia y senectud; vida y muerte; memoria y fuerza. Todo estaba allí como trasfondo silencioso del caos, como centinela diligente del futuro.

¡Miguel! Era su amigo Juan que venía a recogerle para ir a pasar la última jornada en El Jardín de la Alegría.

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26 junio 2009

Inventario de pasiones




Un respiro en el relato de Puebla Marina. Me pido el comodín de la llamada...

El amor es una encrucijada, un instante eterno, un reiterado gesto único, un solo color blanco infinito.

Me ha gustado mucho conocerte y aunque no nos volvamos a ver ha merecido la pena y me conformo con eso…

El amor es del color de la edad, del sabor de la risa, del olor de la esperanza.

Amor, ¿tropiezo en el sendero o báculo en la escalada?

Piensa bien y acertaré.

Amor y desamor, ¿sístole y diástole? ¿cara y cruz?

21 junio 2009

Puebla Marina VI: el "canto" de Marta



Vivió en Puebla Marina no hace mucho una joven de nombre Marta que protagonizó una historia de final trágico fruto de su amor contrariado. Parecía salida de la pluma romántica del mismísimo Gustavo Adolfo Bécquer, según la languidez morbosa que le producía la contemplación de la luna en noches lúgubres. Solía frecuentar lugares solitarios, tenía predilección por las casas ruinosas y desgastadas por el tiempo y era asidua de uno de los dos acantilados que había en la playa de Puebla Marina. Se trataba de un paraje legendario solapado entre nubes donde los amantes solían acudir para escanciar dulces esperas, limar ansias y adormecer los tormentos del amor. Allí consumía Marta sus mejores horas entre requiebros imaginados y presentimientos de desgracias que habían de sucederle de manera inevitable.

Los desventurados hechos se precipitaron a raíz de la marcha de Gonzalo, su amor primero y único que cruzó el atlántico en busca de ventura y no regresó jamás. Marta, enferma de esperar sin esperanza, no pudo tener peor fin: se despeñó precipicio abajo; se arrojó por propia voluntad o la empujaron, que en eso no hay acuerdo entre los que vivieron aquellos luctuosos sucesos, y entregó su cuerpo a la voracidad de las puntiagudas rocas del abismo. Unos perrillos encontraron sus restos junto a la arena. Desde entonces todos los nativos y allegados de Puebla Marina han escuchado incontables veces la triste historia de amor y desamor de Marta y Gonzalo, con final trágico en re menor.



El Acantilado de Marta o “canto” de Marta como era conocido por los lugareños en su afán de acortar las palabras, denominado así en memoria de la infeliz muchacha, ocupaba un lugar destacado y mágico en una de las esquinas de el Parque de la Alegría por uno de cuyos accesos aparecían ahora Miguel y Juan con pasos descuidados. El recinto quedó muy bien concluido y estaba casi oculto por la penumbra y arropado por una sonoridad que estremecía. Junto al despeñadero donde Marta exhaló su último soplo había un viejo baúl repleto de las cartas que escribiera a su Gonzalo y que éste nunca leyó. Como un presagio, Miguel hizo memoria de las propias cartas que desde la milicia enviara a su mujer Ágata cuando eran novios: ¡cómo habría cambiado la vida de muchos enamorados de haber recibido a su tiempo noticias de amor! En una de las cartas de Marta podía leerse: estés tú cerca o lejos; esté yo loca o cuerda, te amaré siempre. Y Miguel escuchaba en propia voz el eco triste de la palabra "siempre" que escapaba perezosa atraída por el viento. Junto a la frase había una rúbrica formada por dos corazones atravesados por la espada de filo más cortante, la del amor y su contraparte fiel, el desamor. Alrededor de los corazones asomaba una cuerda del ahorcado, como doble metáfora del amor que o es aire o es soga.

Juan llamó la atención de Miguel sobre otras historias igual de tristes que quedaron reflejadas de diferentes maneras en el acantilado de Marta. Si bien en el centro del recinto había una talla a tamaño natural de la pobre joven increpando el viento. Parecía una niña.

Por detrás del tremendo cuadro, se veía una multitud en lo que por afinidad con otras salas, Miguel creyó adivinar el trasiego propio de un taller en el que grupos de jóvenes se dedicaban a buscar entre las rocas las pistas dejadas aquí y allá con el objeto de llegar a averiguar los motivos por los cuales una muchacha construye su propio potro de tortura con materiales tan nobles como su corazón enamorado y sus sueños de niña. Otro grupo más allá buscaba entre las cartas algunas pistas sobre el abandono de Gonzalo para rastrear los mil caminos del desengaño.

Miguel tomó el camino de salida hacia la calle principal seguido de cerca por el semblante entristecido de su amigo Juan que rumiaba sus cuitas en silencio. Pasaron por frente a la línea de la vida, después dejaron atrás la casa del cuentacuentos y por último fueron a parar a el laberinto de los sueños. No había duda de que Puebla Marina era un completo mundo con sus complejidades y misterios, su felicidad y su desdicha, sus perfiles sombríos y su esplendor. Y al girar por la primera travesía y encaminarse hacia la plaza mayor, tuvo Miguel un encuentro que le llenó de sorpresa.

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18 junio 2009

Puebla Marina V: La línea de la vida



Desde el principio, Juan había estado al tanto de la preparación del Parque de la Alegría, por eso se sentía encantado de poder servir de lazarillo a su amigo de la infancia Miguel, aunque el destino les separara hacía ya una década.

El rótulo que encontraron sobre la puerta no era muy explícito: la línea de la vida. Le sonaba a la buenaventura que con más desparpajo y osadía que acierto y prudencia echaban las gitanas por las calles a los viandantes despistados o faltos de emociones. Líneas hay de muchas clases pero la de la vida se presentaba en el imaginario de Miguel como de trazo recto y toda otra línea no derecha apuntando al horizonte la percibía como una distorsión de la realidad y hasta le dolía en el alma, si bien, la historia de cada persona, nunca ha sido una línea recta sin subidas ni bajadas, sin tropiezos ni vaivenes.

Para cuando los dos amigos habían entrado en la línea de la vida, ya se les había reblandecido el corazón y avivado la curiosidad lo suficiente como para entregarse por completo a descifrar los entresijos de semejante paradoja. Desde la puerta y por sobre el suelo nacían dos líneas que cruzaban la estancia de parte a parte. Una de ellas era enteramente recta mientras que la otra, aunque corría paralela a la primera realizaba un recorrido de trazos irregulares, con altibajos, vueltas y revueltas. En un punto se separaban ambas y en otro tramo casi llegaban a confundirse. Al final las dos iban a morir al mismo lugar. Corría el rumor de que si la recta era la línea de la vida, la otra tendría que ser necesariamente la línea de la muerte. O, discurría Miguel, tal vez la una era la vida trazada y la otra la realmente vivida. O que una era como el testigo que auxiliaba al caminante. O bien que una era la contraparte de la otra en un matrimonio secreto e ignorado por la mayoría de las personas. Y así iban hilvanando las más disparatadas explicaciones que se les venían a la cabeza.

La sala estaba vacía y la acústica del lugar cooperaba a la replicación de sonidos y ecos que conferían a la estancia un halo de misterio como cuando una obertura trastoca el alma y la afina en la prístina nota de la música de las esferas. Miguel y Juan anduvieron de un lado para el otro contemplando ambas líneas; comparaban, medían, elucubraban con la intención de desentrañar su misterio. Una, cruzaba la sala jubilosa y altanera hasta recalar en su remate; la otra, pugnaba por superar cada celada del camino.
En la línea recta había dos rótulos, uno al principio y otro al final, mientras que de la otra línea emergía en cada recodo una inscripción en latín, de oscura interpretación a primera vista pero que por lo que pudieron deducir hacía referencia a sucesivas señales, hitos, mojones o etapas de toda una vida. De los quiebros más relevantes, sobresalían unos rótulos con el nombre de la liturgia de las horas, melodía eterna de los monjes en sus claustros: laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. Ambas líneas partían, pues, de laudes, y morían en completas tras evolucionar cada una de ellas a lomos de sus respectivos trazados.

Los dos amigos consiguieron atisbar alguna señal inequívoca que les permitiría salir airosos de aquel laberinto: dedujeron por una mixtura de intuición y lógica que las líneas más nítidas y de trazo más grueso señalaban momentos de felicidad y los perfiles quebrados o que apenas se adivinaban, correspondían a situaciones de zozobra e infelicidad donde la vida está por rendirse y la carroñera muerte sobrevuela su presa. Esto les llevó a barruntar una interpretación que les satisfizo porque les recordaba ciertos dichos populares que hacen de cada persona un mundo. Sí, un mundo inconmensurable, un vagamundo; un ser solitario pero con la suficiente fortaleza como para completar la jornada sin desfallecer porque cada ser humano es una fuerza que espera ser puesta a prueba y como un junco solitario emerge tras la tormenta.

En esas disquisiciones se entretenían cuando llegaron al fondo de la estancia donde estaba ubicado, como en las anteriores salas y como al parecer también había en las que quedaban por visitar, un taller donde los visitantes podían trazar sus propias líneas de la vida y señalar sus propios mojones con los sucesos que marcaron sus andanzas por esos mundos de Dios y compartir sus experiencias con otros peregrinos. Pero Miguel no estaba seguro de querer seguir en este momento y pospuso la experiencia para una nueva ocasión.

16 junio 2009

Puebla Marina IV: El Cuentacuentos


Del laberinto de los sueños accedieron a otra estancia llamada la casa del cuentacuentos justo cuando un anciano de blanca y luenga barba comenzaba con voz pausada y melodiosa la lectura de un relato que decía así:

Érase una vez un niño triste que vivía solo. Tan mohíno estaba siempre el niño que sus compañeros de colegio, le habían puesto por mote Luis, “ojostristes”. Por la mañana le veían salir de su casa, triste; llegaba al colegio, triste y deambulaba por el patio de juegos, triste. No había nada que le hiciera sonreír: no le gustaban los coches de choque como a los demás, ni le divertía subirse a los árboles a buscar nidos; los perrillos huían de su presencia y los pájaros alzaban el vuelo a su paso.

Una tarde al volver del colegio, Luis “ojostristes” vio a un grupo de niños arremolinados a la puerta de su casa. Le miraban como quien trama algo pero sus ojos eran dulces porque no albergaban en su corazón ninguna mala idea. Se acercó al grupo y todos hicieron un corro en torno a Luis. María “la zancas”, que así la llamaban sus compañeros por la agilidad que mostraba, se dirigió a Luis y le preguntó: ¿Por qué estás siempre triste? Aún estaba suspendido en el aire el eco de la pregunta de María cuando Abel “el astronauta”, gran aficionado a las estrellas se adelantó y encarando a Luis le dijo: tus amigos queremos saber por qué estás tan pálido como estrella al atardecer y por qué enmudeces cuando nosotros jugamos y corremos por el campo. Verte así nos pone tristes. Los demás niños guardaron silencio mientras esperaban ansiosos la respuesta de Luis. Pero él callaba.

“Ojostristes”
vertió su mirada melancólica sobre cada uno de sus amigos y habló así: yo preferiría que me mostrarais vosotros el motivo de vuestra alegría; por ejemplo, por qué corretea “la zancas” por los campos como una gacela; qué hace que “el astronauta” ría mientras se encarama sobre los árboles para espiar la ruta que seguirá noche tras noche la constelación de Orión. Disculpad que os haya contagiado mi tristeza pero tal vez vosotros podríais haberme transmitido una sola gota de vuestra alegría.

Quedaron todos como hechizados por las palabras de Luis y ninguno de ellos se atrevía a abrir la boca. Y Luis, ojostristes, ante la expectación despertada en los demás niños, volvió a hablar y dijo:

Os contaré qué ocurrió. Cuando yo nací murió mi madre. Fue como una lotería y le tocó a ella pero yo siempre me sentí como el arma del crimen. Al poco tiempo mi padre fue arrollado por un coche y murió. Desde entonces llevo dentro de mi como las gotitas de roció de lo que ellos fueron y me dejaron en herencia. Soy como un peregrino que todavía no se ha ajustado bien el zapato. Y Luis esbozó una sonrisa nostálgica y preguntó, y vosotros, ¿por qué reíais?

Los niños abrazaron a Luis “ojostristes” entre promesas de amistad eterna. El anciano de la barba blanca se quitó las gafas y cerró el libro.

A estas alturas Miguel no podía contener una lágrima y para disimular el diluvio que se avecinaba se dirigió al fondo a la parte destinada a taller de cuentos. En la amplia sala había todo tipo de artilugios, cuadernos, lápices de colores, micrófonos y otros aparatos. Niños en corro mezclaban colores y otros, junto a una mesa de grabación, ensayaban las diferentes voces de los personajes de un relato, porque toda persona que entraba en el taller debía dejar grabado el cuento que más le había gustado de entre todos los que le contaron cuando era niño.

14 junio 2009

Puebla Marina III: el laberinto de los sueños



Miguel cruzó el umbral del laberinto de los sueños ungido de un silencio reverencial. Juan le seguía a corta distancia y reprimía una sonrisa. Nada más entrar en la estancia encontraron una mesa larga y sobre ella, con unas letras alambicadas, la siguiente inscripción en forma de acertijo o adivinanza:
Un camino de ida y vuelta: cuando vas, regresas y cuánto estás más cerca, más te alejas.
Miguel interrogó a su amigo con la mirada por el significado de aquellas palabras pero Juan apenas acertó a arrugar los labios con extrañeza. Continuaron la ruta laberinto adentro.
Un poco más adelante quedaron sorprendidos al encontrar algunos objetos olvidados de la niñez: una caja de herramientas de carpintero y un viejo tractor de madera que su padre fabricó para él cuando era niño. Al acercar su mano al juguete, con devoción, le impresionó muy vivamente su contacto como si le dejaran desnudo ante la vista de todos, y le invadió de forma muy intensa cierto olor a menta y a espliego salidos directamente del escenario de juegos de la niñez. La agudeza de su olfato le indicaba que ese olor siempre había estado cerca de sus sentidos, como si no proviniera del exterior y lo exudara directamente de alguna parte ignota de su cerebro. Tuvo que hacer un esfuerzo por reprimir una lágrima.
Más adelante pudo vivir el vértigo de las norias y los golpes de los coches de choque y las luces de colores que cegaban su vista. Y, junto al taller, encontraron impreso en la pared el pensamiento que sigue:
Todo lo que eres, estuvo contenido en tu niñez. Igual que un frasco de perfume concentra toda la esencia de la hierba, así comprimida en tu sonrisa está tu vida futura que se extenderá como el humo; en tu llanto, todas las lágrimas del mundo; en tu mente curiosa, la aventura del futuro. Serás lo que eres. De tus juegos dependerá tu mañana y el mañana de muchos.
Por un tobogán de sorpresas accedieron al pequeño taller de sueños envuelto en penumbra. Simulaba una habitación en la que había una cama orientada al norte, bien ventilada, perfumada con esencia de rosas y pintadas sus paredes de un azul claro. Sobre la mesilla de noche había un libro con instrucciones para atrapar los sueños, junto a un cuaderno, lápiz y linterna. Pudo hojearlo: cuando despiertes anota todo lo soñado, no importa si algunas cosas no están claras, leyó de corrido. Tu mente es prodigiosa y como un pozo sin fondo, contiene todos los misterios y todas las pistas que te serán útiles para tu viaje. Sobre la cama había dos hojas sueltas, una con las instrucciones para recordar los sueños y la otra con el programa para el fin de semana. Miguel leyó con atención los dos:
Instrucciones para recordar los sueños:
Antes de acostarte:
1- Duerme relajado,
2- haz una cena ligera, 2-3 horas antes acostarte,
3- olvida tus preocupaciones,
4- atrae hacia ti pensamientos agradables.
El programa de fin de semana era el siguiente:
1º. Relajación / meditación,
2º. escribe una carta a tus sueños con lo que deseas soñar,
3º. formula una pregunta y espera una respuesta en el sueño,
4º. duerme,
5º. Anota tus sueños nada más despertarte,
6º. Interpreta y anota a continuación lo que te sugiera el sueño,
7º. haz algo al día siguiente que tenga relación con lo soñado.
Los dos amigos tomaron nota de todo y mientras atravesaban la puerta de la siguiente estancia, todavía rondaba por la cabeza de Miguel la adivinanza primera:
cuando vas, regresas y cuanto más cerca estás, más te alejas.


12 junio 2009

Puebla Marina II



Era día de fiesta en Puebla Marina. Miguel se aventuró por sus callejas remozadas mientras mantenía el anhelo intacto de quien acude a una cita. Apostados en los quicios de los primeros bares encontró a los borrachines de siempre con la sonrisa fácil dibujada en el rostro y las copas en las manos como quien levanta victorioso un trofeo. En los tibios soportales, unos perrillos mordisqueaban algunos restos de comida y por todas partes un desparramado bullicio infantil burbujeaba en el aire como en los tiempos en los que no existían artilugios electrónicos que les secuestraran el alma.

Enfiló por la segunda travesía a la derecha y se dirigió a la plaza. Parejas endomingadas airean su alegría por entre los escasos y no muy bien decorados escaparates. Tropieza con un chiquillo que huye, calle arriba, ciego de risas y perseguido a escasos metros por el trote alborotado de varios compañeros. ¡Vamos al parque!, grita uno de ellos. En medio del griterío reconoció el eco de una voz que detuvo su paso. Al poco apareció su amigo Juan que al verlo no pudo reprimir una sonrisa cómplice. ¡Hombre, Miguel!, y se fundieron en un abrazo. ¡Cuánto tiempo!

A ver, ¿qué sorpresa era esa de la que me hablaste con tanto secreto? Juan mantuvo la sonrisa queriendo prolongar el misterio. Y preguntó con ánimo de desviar la atención: ¿cuándo fue tu última visita al pueblo? Pues hará como unos diez años, calculó Miguel. Ven que te vas a quedar boquiabierto.

Juan, con el recuerdo de la infancia correteando por aquellos andurriales, le condujo por unas callejas desiertas en dirección a las afueras de pueblo. Por el camino, como para abrir boca, hablaron de las andanzas y travesuras de cuando eran niños. El sol reverbera sobre las hojas de los árboles y decenas de pájaros afónicos revolotean, torpes, entre sus ramas. Todo aquello formaba parte de un ambiente bien conocido por ambos amigos. Por fin llegaron a un paraje rodeado en su perímetro por una gran valla. El camino desemboca en un portalón metálico al lado del cual se puede ver una inscripción encabezada por este rótulo, Parque de la alegría y la siguiente leyenda: quien no sepa sonreír que no cruce esta puerta.

Los dos amigos se adentraron en el enigmático recinto que les auguraba un mundo lleno de sorpresas. Nada más traspasar el umbral un misterioso perfume ungió el presente con la nostalgia de la infancia. Miguel que no salía de su asombro, permanecía en un silencio curioso.

El recinto que tenían ante sí estaba distribuido en diversas estancias. Se accedía a cada una de ellas por una puerta desde un pasillo central, y se comunicaban a través de una ruta estudiada de puertas interiores. En cada sala había, además, un taller de juegos donde los visitantes podían recrear el motivo o tema principal de cada una de las estancias. Era muy curioso y atrayente todo el recinto.

Miguel leyó el primero de aquellos rótulos: el laberinto de los sueños.

04 junio 2009

Hubo un tiempo


El  campo. Giovanni Fattori

Hubo un tiempo en que los campesinos como Alma y Juan que vivían lejos de las ciudades no tenían reloj y averiguaban las horas de los días por las sombras que el sol proyectaba sobre árboles y casas. 

Por aquél entonces no había ninguna prisa de llegar a este sitio o aquél otro porque Alma y Juan permanecían desde las primeras luces hasta el anochecer en el campo recogiendo el grano o realizaban otras labores propias de la estación. Ya fuera que el viento arremolinara las gavillas de cebada en la era con su murmullo sordo o que el sol riguroso desplegara su llama invisible sobre las espaldas ennegrecidas, Alma y Juan consumían su vida a la intemperie sin la menor queja y con la alegría pintada en sus rostros envejecidos por las inclemencias del tiempo. “Hay que abrazar lo que venga”, repetía Alma con una sonrisa virginal mientras una espiga le resbalaba de las manos para escaparse a jugar con el viento.

Luego, cuando el sol se retiraba para que las sombras acunaran a los niños y a los pájaros del valle, Alma y Juan danzaban con sus vecinos al calor del hogar en invierno o al temblor de la luna en verano. Cantares y bailes; migas y vino; danzas y flores.

El crepitar del fuego, el ulular del viento, el canto de los grillos; el rumiar apacible del rebaño en la majada, la lluvia generosa que apacienta los campos, el murmullo de los trigales esperando la siega. Alma y Juan. 

02 junio 2009

El séptimo sello


Frotis de sangre


Que venga el valiente que proclama
que nadie escribió jamás
con la misma sangre que hoy gotea de su pluma.
Letras, palabras, frases, párrafos,
pensamientos, elucubraciones.
¿Qué tenéis que decir?

Tras siete días big-benianos
que sacudieron los cimientos del cosmos
todo está ya creado, sólo queda pendiente
el engorroso y monótono ejercicio de inventario.
¿Para cuándo una nueva creación y un mundo nuevo?

La paloma no ha dejado de volar. Mas el tiempo apremia.

Escucha: después de todo
hay un sólo corazón
que bombea mi sangre…