Los ilustres sabios de la antigüedad, las grandes tradiciones religiosas, los notables y minuciosos escritores, todos ellos empujaron ese carro:
conócete a ti mismo. Hay frases que han sido repetidas a lo largo de la historia y las que encabezan este escrito, más. Siempre fascinantes, incluso cuando uno es niño y apenas las entiende. Lo cierto es que el ser humano se ha rodeado con frecuencia de
mitos y ha hecho de ellos un báculo en su caminar por este mundo extraño y misterioso.
Leyendas, paradigmas, modelos, ejemplos, balizas, señales… para no perderse en la oscuridad de la noche.
La poesía es uno de esos
apoyos, por eso es tan
necesaria. Y
la literatura en general. Es frecuente sentir curiosidad a edad temprana por esa
alquimia de las palabras, dispuestas con una configuración concreta y con una métrica estudiada dentro de un eco. La soledad sonora, la música callada del místico Juan de Yepes,
San Juan de la Cruz. Poesía: ritmo, métrica y música callada entre períodos. Y
Flaubert: me verás reventar entre la escritura de dos periodos.
En realidad todos recorremos las mismas o parecidas rutas, paramos en las mismas fondas, contamos las mismas experiencias, aunque cada uno con un ritmo y toque propios. Por eso a veces unos van camino de donde otros regresan. Somos, sin saberlo,
buscadores del origen y vamos de vuelta a casa y en el regreso vemos retornar a los peregrinos que traen en sus mochilas las nubes de
Azorín. Vencidos o triunfantes, volvemos. Ya me alejé demasiado, vuelvo a casa. No tengo casa a la cual volver, no importa, vuelvo al origen, al corazón, al poso que dejó la vida y que nos configura como lo que somos.
Tu casa está donde alguien te espera. Todo está dicho ya.
Otra que tal.
La alquimia es uno de esos senderos que fascinan porque toca la fibra sensible, lo más profundo de uno mismo. Tanto da que el objetivo sea unas veces la búsqueda de la piedra filosofal, otras transmutar metales menos nobles en oro y otras al fin la consecución de la vida eterna. Juego de espejos metafórico, simbología del cambio interior que se tiene que producir para encontrar el
Santo Grial, la espada, el oro, la vida eterna: la transmutación del ser primitivo en romero con corazón. “
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo”, cantaba
León Felipe.