18 abril 2010

Ad líbitum





Érase un hombre que repetía sin cesar una frase. Algunos labios temblaron cuando la pronunció, si bien otros rieron con ella. A veces ocurre que una frase conmueve el espíritu, remueve sentimientos que estremecen, provoca la sonrisa. Alguna vez basta con una sola palabra, incluso apenas un gesto puede hacer que el alma rompa a llorar o simplemente rompa. Hacen falta cuatro ojos para unir dos miradas y un rayo rasga el cielo en una fracción de segundo. También una voz es capaz de dilacerar las entretelas del espíritu.


Érase una frase que brotó de unos labios y se quedó suspendida en el aire merced a una sonrisa. Miradas esquivas, risas nerviosas. Todo un mundo emerge de una sola frase.


Decía así: ¿quién sabe si en las fauces del volcán no se encuentra una de las trompetas del Apocalipsis?

03 abril 2010

El ángel blanco y II



Tras un grato recorrido por los territorios de la niñez, Horacio desplazó la línea del tiempo hacia delante para encontrar sonrisas en los rostros de sus seres queridos tras el impacto causado en ellos por su muerte, con la intención de verlos desembarazarse del látigo del sufrimiento. Y sonrió con los labios, los pliegues del rostro y la mirada de ellos. Descubrió que contrariamente a lo que había creído durante toda su vida, lo importante no era leer el pensamiento de la gente sino beber del agua límpida de los sentimientos, espejo que refleja la realidad de manera nítida.

Horacio se sentía liviano, no le costaba ningún esfuerzo desplazarse a largas distancias y una catarata de estímulos pugnaban por ocupar todo su espacio. El ángel blanco se había ido y él estaba solo, pero no envuelto en ninguna soledad amarga y malsana sino como las alegres florecillas de brotar señero en la cima de una montaña. Era otra forma de vida más natural e interesante. No tenía que dedicar largas horas a desentrañar el sentido de una frase o de una palabra porque estaba aprendiendo a transitar por el camino real de los sentimientos, donde las palabras no contradicen al gesto ni éste desmiente, hosco, a las palabras.

En sus correrías después del desenlace, observó Horacio que el sentimiento estaba más desarrollado en las mujeres y que ellas le llaman intuición; que se trata de un vínculo, una especie de anclaje que depositan a la altura de los ojos en el hombre y en el resto de seres porque no es una cualidad exclusiva sino una facultad que también les da resultado con el resto de seres vivos. Si una mujer te mira con intención de instalar el vínculo en ti, pensó, date por muerto. Metafóricamente hablando, porque Horacio ya lo estaba para este mundo. Si bien le pareció que nunca había estado más vivo.

Le gustó jugar con el tiempo y no salía de su asombro ante cada nuevo hallazgo: por fin era lo que había querido ser, un perceptor directo que se empapa de todo el jugo de la vida, sin intermediarios, sin prejuicios ni confusiones. Y comprobó también que el vínculo que el hombre practica con la mujer, adopta como vehículo la palabra, más sujeta a equívocos y malentendidos. Por eso la voz de un hombre corta la respiración de una mujer y le suspende el juicio ya que la mujer está atrapada en el sentir.

Pensó en el ángel blanco y al instante estaba allí, envuelto en su misteriosa sonrisa.

Ya sé por qué los ángeles no tienen sexo, bromeó Horacio, para no dar pistas sobre el modo de atraparte. El ángel sonrió, como quien está informado de todas sus disquisiciones. Y a propósito ¿dónde has estado tú todo este tiempo?

Querrás decir todo este destiempo. Fue la primera vez que le vio apretar el rostro. Puede que no lo creas pero vengo de un ajusticiamiento y de una cena. Horacio se quedó sin voz por unos instantes. El ángel cambió el gesto y le observó divertido mientras calculaba su reacción. Por fin, Horario acertó a bromear: ¿la cena no fue antes? Pensó que el ángel intentaba quedarse con él.

Veo que todavía no te manejas con el tiempo, afirmó el ángel que se reía de la torpeza de Horacio. Mira, dijo como en un susurro: el tiempo es como un instrumento musical que guarda entre sus cuerdas, maderas o metales, todas las melodías. Depende de las manos del intérprete. Ahora tienes todo un universo frente a ti y no existe el antes y el después. A ver cómo tocas esa pieza. Luego cruzó los brazos y añadió: bueno, tú dirás, ¿qué has decidido? Le urgía como quien está impaciente. Me esperan y aunque yo puedo estar en varios sitios a la vez me gustaría que tú también vinieras al lugar adonde yo voy.

Le inquietó el hablar enigmático del ángel. Intentó mirarlo sin la perspectiva del tiempo y reconoció en él el semblante de muchas personas con las que se había encontrado a lo largo de la vida.

El ángel comenzó a pronunciar con una solemnidad fingida y sin perder de vista el impacto que originaba en Horacio: “Yo soy el Alfa y el Omega”… se interrumpió y sonrió mientras buscaba su mirada.

Pero ¿qué dices? No me asustes con esas cosas, exclamó Horacio. El ángel blanco parecía cada vez más divertido; retomó sus palabras y prosiguió: …”Yo soy el Alfa y el Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin”.

Horacio siguió al ángel. El valle devolvía el eco de sus risas mientras entraban en él y un manto de rocío tapizó la hierba con reflejos plateados.