22 noviembre 2005

Cuaderno de bitácora


Cuando el náufrago dio con sus huesos en la isla olvidó fijar unas normas. ¿Normas?¿Balizas en la noche? Todo aparato tiene libro de instrucciones y todo espacio público marca unas mínimas reglas, así que ahí van las mías. Vamos sin demora, Penélope.

Regla número 1: no poner puertas al campo

Los verdes campos del Edén. Donde los pájaros no tienen que pagar peaje y las mariposas son libres. También son libres las serpientes y las palomas. Si bien sigo la máxima: sencillos como palomas (con las palomas) y astutos como serpientes (con las serpientes). Los perros marcan su territorio siguiendo impulsos tatuados en su memoria desde sus ancestros.

Regla número 2: quien quiera peces que se moje el culo; que tiene su reverso en esta otra: si no quieres peces aléjate del mar.

Se naufraga en el mar. Arrojado por Neptuno en esta isla donde la naturaleza es especialmente feraz, uno se habitúa a un ambiente húmedo que lo anega todo. Y como testigo fiel, el cielo empedrado de estrellas que titilan sin descanso. La música de las esferas.

Regla número 3: dime qué censuras y te diré de qué tienes miedo

En la isla no hay forma de organizar la playa. Las olas aparecen de manera intempestiva y ponen las cosas en su sitio. Los castillos de arena, las compuertas, todo ha sido barrido del mapa. El viento de la historia cumple con su papel y el mundo emerge cada día del cuello de una botella.


Regla número 4: Nada es lo que parece

El náufrago otea el horizonte con fruición cada mañana. A su isla arriban barquichuelas destrozadas, también otros náufragos ateridos. Nunca avistará el navío de los sueños que lo devolverá a su mundo. Su mundo está aquí para siempre. Un mundo virgen, preñado de sorpresas, amenazas, aventuras... La lucha es cuerpo a cuerpo y no hay por donde escapar. Allí no hay nada, pero está todo. Y en un mundo en el que cualquier cosa es posible ocurre el milagro: los ruidos nocturnos simulan emboscadas; el canto de los pájaros sugiere algún sistema secreto de señales; el ulular del viento o de alguna fiera preludia el ataque inminente de lo desconocido…

Regla número 5: no apto para cobardes

La naturaleza es implacable e inmisericorde. El campo no tiene puertas. Nada es lo que parece. Si no quieres peces no te acerques al mar. Dime qué censuras y te diré de qué tienes miedo. No apto para cobardes.

La isla del náufrago: un remanso de paz en la boca ardiente de un volcán.

18 noviembre 2005

El tiempo


El más escéptico de todos
es el Tiempo,
que con los Noes hace Síes y con el odio amor
y al contrario.
Y si el río no remonta su fuente,
y si la manzana caída no salta
y se reúne a su rama
es porque te falta paciencia para creerlo



Paul Valéry

15 noviembre 2005

Eres inocente...


Eres inocente.
Somos inocentes.

En nuestros genes están plantados
todos los árboles
bajo los cuales
encontrarán los pájaros cobijo.
El director de orquesta
que observa silencioso desde antiguo,
sabrá de nuestra música,
según el instrumento y la partitura,
y las horas penosas de instrucción.

Soy inocente
como la ventisca que bate la quebrada,
como el huracán que ruge libre
allanando a su paso cuanto toca,
con su mano de escarcha.
Tú también eres libre,
que nadie te condene por humano,
que dejen de llevarte la cuenta con los dedos.

Mira, ya di con el secreto oculto por los siglos:
eres inocente
somos inocentes.
Que la vida es un gazapo que encontrar,
y que el enigma se reduce a un portazo;
que la lágrima contiene la risa y también el llanto,
que los caminos nos llevan y luego nos traen,
y que las bocas besan pero también blasfeman.
Lo sabemos ya todo, ¿qué más importa, acaso?

El director de orquesta
con su batuta adusta y justiciera,
nos ocultó las instrucciones
escritas aquí, tal vez allá, según dicen,
para que fueran leídas,
como surge el relieve
bajo el dedo del ciego.

Descerrajad los pestillos del alma.
Dejad que el sol oree vuestra estancia,
que sus rayos resbalen por entre las pupilas,
que las sombras escampen,
que ya está bien
de bautizar al inocente
con estigmas.

Prometeo, 30-12-2002

En recuerdo a Walt Whitman.






13 noviembre 2005

En el principio...



Sucedió un día al principio de todo. El mundo era un espacio entrelazado de luces y sombras que aleteaban sobre las aguas. Javier, que así se llama el protagonista de esta historia, queriendo poner un poco de orden en todo aquel caos, se dio en fabricar con sus propias manos un habitáculo. Empezó, como es natural, construyendo un buen basamento engarzado al cual alzó primero una pared, luego otra hasta completar una edificación de medidas precisas y estética perfecta. Pero tenía que andar a tientas porque en el interior de su habitáculo todo estaba revuelto y destartalado. Y entonces inventó en primer lugar una luz que estorbara las sombras. Aquella pequeña luz prendió en seguida y le daba seguridad. Y dijo Javier: esto de aquí adentro es el mundo, y al exterior lo llamó la negrura inconsistente.

Y pasó una mañana y pasó una tarde: el día primero.

Al despuntar el día segundo pensó Javier: "esto es muy grande, pero está desorganizado, voy a clasificarlo". Dicho y hecho. Siguiendo un sistema lógico separó lo de arriba de lo de abajo y a lo de arriba lo expulsó sin contemplaciones al mundo de las sombras pues no encontró palabras que lo definieran. Y a lo de abajo lo fue catalogando según su sistema le daba a entender: animados, inanimados, clase, subclase, género, subgénero, especie, raza, tribu, individuo. Y vio Javier, con entusiasmo creciente, que todo iba bien.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día segundo.

El día tercero amaneció con los primeros frutos del trabajo de Javier. De las vasijas correctamente registradas emergía un verdor que llamó hierba y donde brotaba la hierba lo llamó tierra; un poco más allá crepitaba la leña en el fuego mientras a la derecha el agua mecía unos nenúfares suavemente.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día tercero.

El día cuarto hizo brillar unas potentes luminarias. Una, de luz indirecta servía para ilustrar a la multitud; la otra más potente que no dejaba lugar a ninguna sombra, para él.
Así estuvo todo el día preparando las fogatas que no se consumen nunca.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día cuarto.

El quinto día le sorprendió observando algunos pájaros que tras revolotear sobre los árboles picoteaban la hierba y a peces juguetones que hacían bullir el agua del estanque que se desparramaba en burbujas.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día quinto.

Al sexto día dijo Javier dirigiéndose a un animalito peludo: éste de aquí será el mejor amigo del hombre y así fue porque es el único que responde a sus excentricidades con lealtad.

Y dijo Javier: Hagamos algo a nuestra imagen y semejanza. Y surgieron los escribidores orgánicos y los llamó "intelectuales", es decir: aquellos que pugnaban entre ellos para ver quien era más descreído; aquellos que se ponían nerviosos cuando descubrían una minúscula sombra, incluso la sombra de sus narices contra el pavimento, a la cual llamaban efectos ópticos o fallas mínimamente perceptibles de la luz. Y dijo Javier: a estos les encomendaremos una sublime misión en adelante; estos tendrán la potestad de dar nombre a las cosas para el Gran Inventario.

Mientras que a otros seres porosos, los escribidores de agua, o a aquellos más inofensivos escribidores de tinto con sifón, los expulsaremos a la negrura inconsistente, pues van por un sendero equivocado.

Y a los intelectuales les dijo: Creced y multiplicaos y llenad la tierra y sometedla. Os entrego mi sistema de clasificación.

Y pasó otra mañana y pasó otra tarde: el día sexto.

Al romper el séptimo día, Javier se hallaba feliz en su heredad. De vez en cuando alguna oscuridad se precipitaba en su habitáculo pero él, solícito, instalaba grandes luces en las cuatro atalayas de su estancia y las sombras desaparecían como llevadas por los pelos. Cuando esto ocurría, Javier saltaba de gozo al comprobar que todo en ese claustro quedaba bajo su dominio.

Y todo lo de fuera lo llamó espejismos, locuras, irrealidades y memeces de ignorantes.

Al séptimo día Javier se vio perfectamente acomodado dentro de su mundo; mientras fuera, en la inmensidad libre, la vida aleteaba sobre las aguas.

Y después de cerrar por dentro la puerta no sin antes echar una ojeada temerosa a la "negrura inconsistente", Javier se tumbó en el suelo y por fin, satisfecho, descansó.

09 noviembre 2005

El hombre y el perro


Amanece. El hombre de la camiseta amarilla deambula sin prisas por las calles de una ciudad cualquiera. Paso a paso, con la cabeza inclinada y las manos en los bolsillos (tan vacíos que pueden albergar holgadamente sus manos); el hombre de la cabeza inclinada está cansado, pero con un cansancio llevadero que le permite saludar con un ligero movimiento de cabeza y un amago de sonrisa a todo el que le sale al paso. El hombre de las manos en los bolsillos camina sin rumbo fijo y a paso lento. De vez en vez los golpes de una brisa fuerte echan al viento sus cabellos desgreñados, trenzando canas, moteadas por algunos pelos negros.


El perrillo flaco, comido de pulgas le sonríe con el rabo, da unas vueltas a su alrededor y al "pss, pss" del hombre responde con un ladrido afónico. El perrillo pulgoso sigue al hombre desgreñado y ambos deambulan por recovecos, empinadas cuestas, aceras, alcantarillas; frecuentan el bullicio de un mercado, la jácara de unos chavales que juegan; y luego inician la subida de una pendiente que los alejará del pueblo.

Se ve poco transitada esta carretera. Ahora se adivina a lo lejos el ruido de un motor que se hace evidente al poco y se agiganta; luego desaparece tal cual llegó y el perrillo juguetón inicia unos ladridos mitad queja mitad alborozo. Ya están a campo abierto y el viento esparce sus voces a distancia sin freno.

El hombre sin sombra no tiene nombre. Algunos pájaros cantan su monótona melodía contra un fondo de silencio que le es tan familiar al campo al despuntar el día. Los pasos del hombre marcan un ritmo sobre el asfalto humeante. No tiene sombra, no recuerda su nombre. A veces oye "Juan" y se vuelve; otras escucha "Miguel" y gira la cabeza y luego continúa. No tiene un pasado que le moleste. ¿Dónde nació? Ni idea.

El hombre sin recuerdos. El perro sin amo. A campo abierto, sólo el camino sin la zozobra de llegar a ninguna parte. Al frente meandros, puentes, cañadas, pedregales, ...

El hombre al que acompaña un perro vislumbra a lo lejos una montaña. Sólo hay que doblar el camino y dejarse llevar por la subida, amablemente al principio, más dificultosamente luego, sudorosa un poco más tarde. El perro jadea, perdido ya el hábito de marcar su territorio. Las águilas están ahí moviéndose en círculo invitando al ascenso. ¿Llegarán arriba?

Un hombre sin recuerdos que alimentar y un perrillo sin amo. La noche los cubre con su negra capa mientras duermen un sueño sin sueños. El hombre feliz no tenía camisa; éste no tiene ni nombre. El perro feliz no tiene amo. ¿Quién marcará el ritmo de la manada?

Encuentran un tesoro escondido en el campo donde juegan los escarabajos, vestigios del pasado que puede alegrar mucho el presente, pero ellos ya tienen su tesoro.

Y siguen tras meandros, volcanes, torrenteras, …; el hombre, el perro...




08 noviembre 2005

De Maraval a Maragall


…Y llegó la democracia de la mano del consenso social que abrió la puerta a la transición. Pero como en toda construcción de algo nuevo hubo asuntos peor tratados y otros mejor tratados. La educación y los valores son asignaturas pendientes. ¿O algo más que eso? La dejadez de unos y el interés inmediato y partidista de los otros tienen mucha responsabilidad en la disolución de los valores y la pérdida de la calidad en la enseñanza a través de la tan denostada ley de educación (LOGSE) que ha sido el más clamoroso fracaso de la democracia.

Pues bien, más de un cuarto de siglo después, en vez de rectificar por el caos generado, algunos van más allá y se permiten poner en crisis el consenso que permitió el tránsito de una dictadura a la democracia que ahora disfrutamos. De Maraval a Maragall y tiro porque me toca. Quienes se mofan de conceptos cardinales para una sociedad como: valores, esfuerzo, educación, lealtad, autoridad…, ¿cómo van a reivindicar esos mismos valores denostados como algo imprescindible para la salud de esa misma sociedad?

Y hoy nos encontramos con la cosecha de una educación penosa, con unos estudiantes que desconocen el propio lenguaje y a quienes les cuesta respetar al prójimo porque no saben escuchar.

La situación es grave. La perversión del lenguaje se escuda en palabras como progreso, modernidad, intelectualidad y otras por el estilo que no son más que una burda manipulación, verdadera cortina de humo o tinta de calamar que enmascara la realidad.

La educación es un asunto demasiado serio como para dejarla en manos de los políticos. Algunos están empeñados en malograr a generaciones enteras. Pero otros no nos resignamos a tal desafuero.

07 noviembre 2005

De farol


¿De qué va uno a hablar con más precisión que de las propias anécdotas?

Tenía Juanito, a la sazón, 19 años. Un día, por accidente, acudí a una cita con unos conocidos. Cuando llegué estaban enfrascados en una partida de póquer. Pidieron que me sentara a la mesa con ellos. Nunca antes (y jamás después) me apliqué a semejante juego en serio… Por esas cosas de la vida y tras una ligera explicación sobre los rudimentos del citado juego, accedí. El compañero de al lado, a quien no conocía me saludó furtivamente con una media sonrisa, de la cual, como una excrecencia, brotaba un pensamiento: ¡ya sé quién va a pagar los cubatas hoy!

Gané las tres primeras manos, perdí la siguiente y volví a ganar las tres posteriores. Cuando amontoné junto a mi unas diez mil pesetas, mis compañeros de juego se movían nerviosos; unos pensaban que me estaba quedando con ellos, que sabía jugar y simulaba ignorancia; otros, que era mi día de suerte; uno me preguntó qué sistema de juego seguía; y otro, me quería tocar la cabeza porque eso, decía, daba suerte. ¿Y yo, qué pensaba al respecto? Pues me lo llegué a creer; incluso hubo un amago de cita para la misma noche en una sala de juego, porque todo indicaba que estaba en racha. La suerte me había visitado y había que aprovecharla ¿Seré un genio para el juego? Pensé entonces.

Lo cierto es que jugaba de farol y que me aproveché de lo que llaman la suerte del novato.

Desde hace meses recuerdo la anécdota casi a diario. Tal que así es la historia política de ahora mismo…

Hasta el protagonista está sorprendido y dicen que cada mañana cuando se mira al espejo piensa: ¿a que va a ser verdad que soy un genio?

De farol, y con la suerte del novato.


06 noviembre 2005

La vie en rose

I

El humo de la calle se elevó hasta mi nariz envuelto en volutas de asfalto. En la estación, bulliciosa como corresponde a un mes de Julio en Alicante, esperaba a una joven mujer que bajaría del tren un martes por la mañana.

La conocí en un foro de debate y, por tanto, tenía de ella un conocimiento fragmentario. La nota decía: llegaré a eso de las trece treinta; nos tomaremos un café en la estación. Si me gustas y te gusto deberás olvidarte de todo tu pasado e iniciar un viaje conmigo que no tendrá final. Si, por el contrario, algo no funciona bien nos diremos adiós y regresaré en el primer tren que salga de Alicante. Ese era el pacto. Fruit morne era su nombre de guerra.

La contemplé mientras bajaba despacio del tren. Su mirada era triste; sí, eso es, triste con un fondo de amargura. Unos diez metros nos separaban. Yo la había visto en una docena de fotos que me envió, pero ella sólo tenía de mí una imagen psicológica arduamente trabada por espacio de cuatro meses, de la misma manera que un pintor bosqueja su obra con parsimonia no exenta de pasión. Era bella. Muy bella. Quise prolongar ese tiempo de espera para poder contemplarla sin la presión de su mirada escrutadora. No sólo por fuera seducía, tenía un “dentro” de vértigo. ¿Enigmática?

Fruit morne, tras unos segundos de vacilación se acercó resuelta hacia mi. Su mirada era altanera, no me defraudó tampoco en eso. Ni el más mínimo gesto delató su sonrisa y mientras la contemplaba, el mundo entero se hundió bajo mis pies. No había duda: era ella. Me observó buscando ciertas señales.

-¿Dónde está tu equipaje?, preguntó mientras expulsaba los restos de humo de su cigarrillo americano.

-No tengo equipaje, contesté.

-Con un gesto dijo: ¡nos vamos! La seguí. Por nada del mundo habría querido perderme la presencia de Fruit morne.

- Odio el café, la oí decir en susurros mientras subía las escalerillas del tren.

II

Ese fue mi error, creer que Fruit morne tendría una personalidad compleja ma non troppo, como música que a la vez que nos embarga nos libera de un lastre pesado. El correr de los minutos y el traqueteo del tren en su avance inexorable hacia Madrid en el confortable vagón que compartíamos en solitario, fue suavizando la mirada de Fruit morne. El tibio calor de su mano enlazada a mis dedos era la levadura suficiente para transformar todo un mundo. A través del cristal se precipitaba vertiginosa la llanura manchega, solaz de ojos cansados; abierta, sencilla, interminable.

Era una bella estampa, casi un cuadro esbozado por mano diestra: Fruit morne tenia sus ojos puestos en mí y hechizaba los míos que se rindieron inermes, presas de un juego mortal del que era inútil escapar, inútil esperar sobrevivir. Acercó su cara a la mía con suavidad no exenta de provocación y pude sentir el calor que brotaba de su cuerpo palpitante y anegaba mi cuerpo y lo despeñaba en el vacío, como piedra terrera.

Dieron las cinco de la tarde y el sol seguía suspendido a poniente como mi respiración, cuando besé sus labios por primera vez. Sujetó mi barbilla con una mano y entornó los ojos como queriendo memorizar ese primer beso. Yo la miraba a hurtadillas para indagar el efecto de una caricia que podría ser la última o la avanzadilla de muchas más que vendrían después. El vértigo se adueñó de nosotros. No pude ver en qué momento las sombras cubrieron el valle, absorto como estaba en los entresijos del amor. Sí supe que los encantos de Fruit morne no tenían fin y rescataban mi espíritu de la zozobra a la manera de una barca que nos transporta de una ribera a la otra del río de la vida para, de igual modo, abandonarnos a un desasosiego mayor como el que provocan los primeros signos de una tormenta.

Mientras tanto el tren atravesaba el último tramo de la llanura como corcel desatado en una cabalgadura sin fin, perdido entre las sombras de la noche.

***

04 noviembre 2005

La atea y el devoto


Una joven atea y un anciano devoto se encontraron, debajo del Gran Árbol, al caer de la tarde.

-¿Tú en qué crees?, preguntó, curiosa, la joven atea.

-Yo creo, recitó con humildad el devoto, en las hojas que se desprenden de los árboles en otoño. Creo que esas hojas vendrán a ser alimento para que el Gran Árbol se regenere cuando cesen las lluvias. Creo, también, en los pajarillos esparciendo sus nidos entre cantos en primavera; en el trigo y el verdor, la noche y la mañana, y en el gran reloj de la naturaleza que empuja las horas cada día y completa la rueda de las estaciones.
-Y tú, ¿en qué no crees?, preguntó el anciano devoto. La joven atea se puso en pie y vertiendo su mirada al infinito empezó a decir:
-Yo no creo en un Dios inventor de universos que luego contempla, desde lejos, desdeñoso su obra. No creo en un Dios que planta la semilla y acusa a las espigas de no crecer derecho. Ni tampoco creo en el Dios que diseñó el noble y elegante galopar de un caballo y luego le recrimina por su trote.
El anciano devoto cerró los ojos y entrelazó sus dedos. Las últimas luces de la tarde caían oblicuas formando arreboles y se desparramaban por entre las montañas.
De pronto el anciano pareció salir de su letargo, se le encendió la mirada y posándola en los ojos de la joven atea le preguntó: ¿crees en el hombre?
La joven de ojos chispeantes sonrió y comenzó a desgranar su pensamiento:

-La mujer representa el paraíso perdido, mientras que el hombre querría ser una isla solitaria en su naufragio; él ansía ser un cielo estrellado, la vía láctea toda, mientras que ella tiene vocación de estela matutina.
Dirigió su mirada hacia los ojos emocionados del anciano que captó la pregunta y, con voz pausada, se explayó:

-Tú deseas ser el sorbo único, mientras que yo anhelo derramarme en lluvia impetuosa. Yo soy la escarcha de las rosas, tú eres la seda de los pétalos. El beso y el suspiro me delatan, el temblor del llanto y la
mirada te traicionan. Te amo, pero me llevo el amor conmigo. Me sueñas, pero despiertas en ti. Y en ti están todas las mujeres: las que amé, las que amo y las que amaré y aún las que no tendré. El amor con que te amo está en mí. Tú eres como un espejo donde contemplo mi amor. Más que sumergirme en ti, naufrago en mí.
Terminó de caer el velo de la noche y el anciano devoto se retiró a la montaña. La joven oteó la estrella más brillante que le hizo un guiño.

Y la joven atea y el anciano devoto se perdieron, un día más, en los pliegues de la noche.



01 noviembre 2005

Mierda de artista


Lo siento, la grosería no es mía. Resulta que un genio del siglo XX enlató el susodicho oro negro generado por su propia personita y lo puso a la venta a precio de ídem, o sea de oro. Era una manera Daliniana (esperpéntica, por tanto) de decir esa cosa tan sesuda y que se puso de moda entre los supuestamente pensantes de que arte es todo lo que hace el artista. Y tan frescos.

Me sirve a mi esto para tejer con otros hilos un traje de ahora mismo. Para muchos, progresista es todo lo que proponen los políticos llamados progresistas. Dicho de otro modo, si quien propone una medida es de izquierdas, estaremos ante una medida progresista. ¿Es, por el contrario de otro partido?, pues entonces nos encontramos ante una medida irremediablemente retrógrada. Argumento de autoridad: ¿lo propone Zapatero? Ergo es progre. Como mierda de artista, pero en soso.

Durante la transición (y aún mucho antes, claro) hablaban los precursores de desarrollar una mentalidad crítica ante (de) la realidad. Sólo se referían a allanar el acceso al poder de los afines, pero a la gente le hacían creer que se trataba de desarrollar una suerte de alerta ante los abusos del poder. Por ejemplo, ahora mismo los políticos del poder miran con desdén a todo el que critica cualquier medida o propuesta del gobierno: claro como el agua. Al poder no le interesa que la gente desarrolle una mentalidad crítica, pero pretende guardar las formas. Por eso son capaces de defender una opción y su contraria; de atacar y hacer mofa de la religión católica mientras dicen respetar y comprender las creencias y las prácticas de otras religiones como el islam.

Se les fue la mano y ahora (instalados ya en el mando de la cosa) maldita la gracia que les hace eso de desarrollar una mentalidad crítica. Y entonces tienen que decretar apagones informativos y estatutos del periodista y dedicarse con tesón a la práctica de la censura, es decir a poner puertas al campo, quién lo diría. Pero según quién lo proponga estaremos hablando de censura o de una medida necesariamente progresista.

La política y el arte producen estas concomitancias: los artistas y la mierda. Y de todo eso tenemos en abundancia, tanto enlatada como a granel, en la política de ahora mismo.