27 febrero 2010

Ciclogénesis explosiva

Islas Sisargas. Fotografía Juhanal


Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,

oigo sus oscuras imprecaciones,

contemplo sus blancas caricias;

y erguido desde cuna vigilante

soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres…

Luis Cernuda, soliloquio del farero.


Como las líneas isobáricas de los meteorólogos marcan con trazo hábil la fuerza y la dirección del vendaval, así también el rugir de las entrañas de la tierra y las olas embravecidas en los cuatro rincones del orbe nos avisan de que la delgada línea del tiempo puede romperse en un abrir y cerrar de ojos.

Esos pensamientos me sorprendieron a las trece treinta horas del sábado, 27 de febrero, día en el que estaba previsto que arribara a las costas gallegas la llamada borrasca perfecta golpeando inmisericorde todo lo que le saliera al paso. Abandoné de manera expeditiva el embarcadero de la playa sur de uno de los pequeños islotes que conforman el archipiélago de las islas Sisargas, acantilados y aguas mediante, para escabullirme a través de Malpica de Bergantiños, pequeño pueblo de pescadores en la Costa de la Muerte en La Coruña, en dirección a la autopista que me alejara del desastre, rumbo al este.

Había recalado en tan inhóspito lugar con el deseo de visitar su faro, antaño escuela de fareros y que hoy cumplía sus funciones solitario con exactitud de relojero; y también con la esperanza de encontrar restos de una antigua fortificación de incierto interés que, según algunos escritos, hubo antaño en ese lugar.

Volví la vista a tiempo para ver zambullirse los pequeños islotes del archipiélago de Sisargas, uno tras otro, en un mar impetuoso al punto en que movido por un resorte pisé el acelerador. Estaba en el núcleo de un torbellino y no quería ser engullido por él.

Ningún ser vivo se atrevía a circular por Malpica cuando crucé sus calles como una ráfaga más. Puertas y ventanas habían sido tapiadas en previsión de lo que parecía iba a ser como el fin del mundo a tenor de los ecos del Apocalipsis que ya sonaban. A la salida del pueblo entreví por el rabillo del ojo un coche patrulla del que surgió un policía que manoteaba exigiéndome el alto. Hice como que no lo había visto y continué a galope tendido y entonces recordé que había olvidado mi cámara de fotos en el embarcadero.

Tras diecisiete kilómetros de deambular frenético por un piélago de carreteras comarcales accedí a la autopista y respiré más tranquilo. Poco duró la tregua porque las vías estaban cortadas en el mismo peaje. Escuché unos gritos que me urgían a abandonar el vehículo y correr a guarecerme en unas instalaciones cercanas. Un golpe de viento derribó con gran estruendo parte de la estructura de casetas, semáforos y barreras. Tras el susto y viendo que había quedado una vía libre, como movido por el irracional instinto de superviencia, lancé el vehículo a toda velocidad por la autopista entre los gritos y aspavientos de los servicios de protección civil. Escapar de allí a toda prisa era mi único objetivo para ganarle ínfulas al viento.

El gorjeo anómalo del motor me recordó que me había quedado sin combustible. Estaba como hoja a merced de un viento que rugía cada vez de forma más aterradora. Como la conducción no era segura y tampoco podría recorrer muchos metros más sin gasolina, abandoné el vehículo y busqué con la vista un lugar seguro. Pero no hay sitio seguro cuando estás en el infierno. Me convencí de que no podría escapar de la muerte. Una fuerza gigante me levantó en vilo y me lanzó a gran velocidad por entre los matojos que escoltaban la vía y fui a parar, tras unos metros interminables, junto a una roca prominente. No sentía dolor alguno. Por encima de mi pasó, como un rayo, lo que supuse sería parte de mi coche. Mi inestabilidad era máxima y al impulso de una nueva ráfaga podría ser despedido sabe Dios hacia qué lugar. Me desplacé instintivamente hacia la parte posterior de la roca y descubrí una hendidura en ella. De un salto entré por donde apenas cabía y me hallé en un espacio no muy grande pero suficiente para albergar a un par de personas. Quedé como un caracol en su concha.

El ulular del viento confería un aspecto fantasmal a mi refugio pero al menos en ese lugar estaría a salvo.


Continúa y finaliza en II...

5 comentarios:

Froiliuba dijo...

CAMPAÑA POR LA AUTORÍA EN LA RED


ANÓNIMAS ?? NO.
Todas las obras tienen autor. Triste es que circulen imágenes por la red sin autoría, como simples anónimos.
Debemos acabar con esto, por ello invito a todos los artistas a firmar sus obras y a todos aquellos que las utilizan a poner su autoría y a ser posible, el link hacia el autor.

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Leni dijo...

Por encima de un paso y a merced del viento , todo puede suceder.

Hoy en Granada hizo tanto calor, que es como si esperàramos el grito de la tierra...

Hermoso como descrisbes ,como cuentas y haces vivir.

Un beso

Eliane dijo...

Que bueno, como describes todo... uno se siente en el lugar, en tu lugar... y espero la continuación!
Muchos besos

Abuela Ciber dijo...

Leyendote.

Cariños

TERESA dijo...

Como no encontraba tu blog he dejado un comentario para ti en el mio.Tu relato ,sobre el paisaje gallego,me recuerda mi vida en galicia,ya que conozco muchos de estos lugares y me complace recordarlos.LEMBRANZAS AGARIMOSAS.TERESA