Cuando uno es joven está convencido de que se va a comer el mundo, que va a resolver él solito todos los enigmas y a despejar completamente las incógnitas. Las persistentes injusticias quedarán corregidas y los desafueros, reparados.
Con la rueda de las estaciones renovada cada año uno se da cuenta de que eso no va a suceder así y que el protagonismo que la vida nos tiene reservado generalmente es mucho más discreto y se refiere a una parcela muy pequeña y cercana y no a la totalidad del mundo y de las cosas y eso suponiendo que para entonces no haya hecho estragos en nosotros el escepticismo o directamente la apatía o la indiferencia.
Un peldaño en la escalera, eso somos. Lo importante es mantenerlo aseado y dispuesto para que sirva de necesario paso a los viajeros, incansables buscadores del origen. Ahí es nada. Esmerado, impecable, deslucido, gastado; pero para que haya escalera es imprescindible cada peldaño. La cara y la cruz: sólo un peldaño y nada menos que un peldaño.
Somos, pues, un escalón junto a otro escalón en continuo ascenso hacia el infinito. Concepto este que me lleva, burla burlando, a otro que los expertos en lingüística denominan un realizativo, querencia prometeica, que se refiere a la palabra o frase que un emisor concreto pronuncia en un contexto adecuado: (declaro abierta la sesión, por ejemplo). No es una frase como otra sino que en ese mismo momento se realiza lo que allí se dice. Me sospecho que cada uno de nosotros somos como un realizativo y en su virtud vamos construyendo-manteniendo el mundo.
Escalones, realizativos. No somos simple decorado ni espectadores pacientes, sino que participamos de la trama y de la acción en un mundo mágico. También en el territorio misterioso y fascinante de la literatura.
Con la rueda de las estaciones renovada cada año uno se da cuenta de que eso no va a suceder así y que el protagonismo que la vida nos tiene reservado generalmente es mucho más discreto y se refiere a una parcela muy pequeña y cercana y no a la totalidad del mundo y de las cosas y eso suponiendo que para entonces no haya hecho estragos en nosotros el escepticismo o directamente la apatía o la indiferencia.
Un peldaño en la escalera, eso somos. Lo importante es mantenerlo aseado y dispuesto para que sirva de necesario paso a los viajeros, incansables buscadores del origen. Ahí es nada. Esmerado, impecable, deslucido, gastado; pero para que haya escalera es imprescindible cada peldaño. La cara y la cruz: sólo un peldaño y nada menos que un peldaño.
Somos, pues, un escalón junto a otro escalón en continuo ascenso hacia el infinito. Concepto este que me lleva, burla burlando, a otro que los expertos en lingüística denominan un realizativo, querencia prometeica, que se refiere a la palabra o frase que un emisor concreto pronuncia en un contexto adecuado: (declaro abierta la sesión, por ejemplo). No es una frase como otra sino que en ese mismo momento se realiza lo que allí se dice. Me sospecho que cada uno de nosotros somos como un realizativo y en su virtud vamos construyendo-manteniendo el mundo.
Escalones, realizativos. No somos simple decorado ni espectadores pacientes, sino que participamos de la trama y de la acción en un mundo mágico. También en el territorio misterioso y fascinante de la literatura.
Cierto es: el primer realizativo fue el "hágase la luz". Y la luz se hizo: el ilimitado poder de la palabra.
P.D. ¿No es acaso un realizativo el cogito ergo sum, pienso luego soy de Descartes?