17 marzo 2025

¿Qué ha pasado en los blogs en estos 15 años?

 

Después de 15 años regresé a mi blof “Andanzas de un Náufrago” de Blogspot (Blogger) y, cuál fue mi sorpresa, que me encontré un espacio desolado. ¿Por qué? Hay varias razones detrás de esta desolación: 

1. El auge de las redes sociales 
Facebook, Twitter, Instagram y LinkedIn han absorbido el tráfico que antes tenían los blogs. La gente prefiere compartir pensamientos en posts cortos o hilos en redes sociales en lugar de escribir largas entradas de blog. 

2. Cambio en los hábitos de consumo de contenido 
YouTube, TikTok y los pódcast han cambiado la forma en que las personas consumen contenido. Ahora se prefiere lo audiovisual sobre el texto escrito. 

3. El SEO y Google han cambiado las reglas 
Google ha priorizado en sus resultados páginas más grandes y comerciales, dejando a los blogs personales en el olvido. Antes era más fácil posicionar un blog en Blogger, pero ahora es casi imposible competir con grandes medios o blogs optimizados con estrategias avanzadas de SEO. 

4. Abandono y falta de soporte de Google 
Aunque Blogger sigue activo, Google no lo ha actualizado significativamente en años. Plataformas como WordPress han evolucionado, ofreciendo mejores opciones de personalización, integración con redes sociales y monetización. 

5. Migraciones masivas a otras plataformas 
Muchos blogueros han migrado sus contenidos a WordPress, Medium o Substack, dejando atrás Blogger. 

6. Falta de comunidad 
Antes, los blogs tenían un fuerte sentido de comunidad, con comentarios, interacciones y enlaces entre sí. Ahora, esa comunidad se ha trasladado a otros espacios. 

En definitiva, Blogspot es un superviviente de otra era de Internet, una era donde los blogs eran la forma principal de compartir ideas. Sin embargo, aunque desolado, aún tiene potencial si se reinventa y se usa de manera estratégica. ¿Estás pensando en relanzar tu blog en Blogger o prefieres migrar a otra plataforma? 

16 marzo 2025

Las palabras olvidadas


Hay palabras que alguna vez nos dieron refugio, palabras que fueron hogar y brújula en tiempos inciertos. Son esas palabras que nos enseñaron a mirar el mundo con asombro, a encontrar sentido en el caos, a sostenernos en la fragilidad de los días. Sin embargo, con el paso del tiempo, muchas de ellas se han ido perdiendo, sepultadas bajo la prisa, la inmediatez y la vorágine de un mundo que parece no tener tiempo para detenerse en los matices del lenguaje. 

Recordemos aquellas palabras que, aunque olvidadas, siguen resonando en algún rincón de nuestra memoria. Esperanza, por ejemplo, no era solo un anhelo, sino un pacto silencioso con el futuro. Compasión no era un gesto condescendiente, sino un lazo que nos unía con la vulnerabilidad del otro. Silencio, lejos de ser vacío, era un espacio sagrado donde la mente podía escucharse a sí misma. Aventura, encrucijada de los caminos de la vida. Descubrimiento, como el anhelo máximo del tiempo.

Hubo una época en que el lenguaje tenía peso, en que las palabras no eran simples etiquetas, sino vehículos de significado profundo. Se hablaba con cuidado, con intención, con la conciencia de que cada palabra podía construir o destruir, sanar o herir. Hoy, en un mundo saturado de información instantánea y frases vacías, el lenguaje parece haber perdido su profundidad, su capacidad de tocar el alma. 

 Pero aún estamos a tiempo. Aún podemos rescatar las palabras que nunca debimos olvidar. Podemos volver a decir gracias con verdadero reconocimiento, pronunciar te escucho con una presencia genuina, regalar un te entiendo que no sea solo una respuesta automática. Podemos recuperar la capacidad de nombrar lo que sentimos, de poner en palabras lo que a veces el ruido del mundo nos hace callar.

Quizás, en el fondo, este sea el verdadero sentido de la escritura: recordar, rescatar, volver a dar vida a lo que nunca debió perderse. Porque mientras haya alguien que pronuncie con sinceridad una palabra auténtica, las palabras seguirán teniendo un lugar en este mundo.

Leer no siempre es bueno (y te diré por qué)


Siempre nos han dicho que leer es bueno. Sin más matices. Como si abrir un libro fuera garantía de sabiduría, crecimiento o incluso virtud. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si leer pudiera ser tan beneficioso como peligroso? 

Piensa en esto: hay libros que liberan la mente, pero también hay libros que la encadenan. Hay lecturas que despiertan el pensamiento crítico y otras que lo adormecen con dogmas disfrazados de verdades inapelables. Hay historias que elevan el espíritu y otras que lo intoxican con mentiras bien narradas. 

 No todas las lecturas son buenas. No todos los libros valen la pena. Pero, ¿quién decide cuáles sí y cuáles no? 

El poder de la lectura… para bien y para mal 

 Leer puede ser una herramienta de emancipación. Un libro puede ser el trampolín que te saque de la ignorancia, que te haga cuestionar el mundo, que te dé las palabras para decir lo que antes solo intuías. Pero también puede ser un ancla, una jaula

La historia está llena de libros que han servido para justificar atrocidades. Manuales de guerra, textos de propaganda, doctrinas que han alimentado el odio, la manipulación, el sectarismo y la intolerancia. Sin embargo, también está llena de libros que han cambiado vidas, que han sembrado esperanza y que han sido la chispa de revoluciones personales y colectivas. 

¿El problema es el libro o la lectura que se haga de él? 

 Libertad para leer… lo que sea 

 Si reconocemos que leer no es bueno en sí mismo, sino que depende de qué se lea y cómo se lea, surge una pregunta inevitable: ¿tenemos derecho a decirle a alguien qué debe o no debe leer? 

 Aquí entramos en un terreno peligroso. Porque si aceptamos que hay lecturas que pueden ser dañinas, podemos caer en la tentación de querer censurar, prohibir, “proteger” a los demás de ciertos libros. Y esa es una pendiente resbaladiza. 

La verdadera libertad de lectura no está en decir “lee esto porque es bueno para ti” sino en dejar que cada uno elija su propio camino. Incluso si eso significa equivocarse. Incluso si eso significa leer basura antes de descubrir la joya.

Lo que importa no es solo qué se lee, sino con qué espíritu se hace. Si se lee con sentido crítico, con curiosidad genuina, con la capacidad de contrastar ideas. No hay lectura inocente, pero tampoco hay lectura definitiva. 

Pensar desde todas las perspectivas 

La mentalidad crítica no significa aferrarse a una sola perspectiva, sino estar dispuesto a explorar todas las visiones del mundo. Leer con pensamiento crítico no es buscar confirmar lo que ya creemos, sino desafiarlo. Es darle voz tanto a las ideas que nos seducen como a aquellas que nos incomodan. Porque entender no es lo mismo que estar de acuerdo, y solo cuando nos permitimos escuchar todas las voces podemos realmente formar nuestra propia opinión. 

Leer no es bueno… pero puede ser grandioso

Así que la próxima vez que alguien te diga que leer es bueno sin más, pregúntale: ¿leer qué? ¿leer para qué? Porque leer no es un fin en sí mismo, sino una herramienta. Y como toda herramienta, puede construir o destruir. 

Y al final, lo mejor que podemos hacer no es imponer lecturas, sino compartir las nuestras. No es cerrar puertas, sino abrir ventanas. No es decir qué está bien o mal leer, sino invitar a pensar, a descubrir, a cuestionar.

Y tú, ¿lees con la mente abierta o con la mente cerrada?

15 marzo 2025

Puebla Marina XI: la carta escondida

Miguel caminaba despacio por las calles adoquinadas de Puebla Marina, sumido en esa extraña sensación de quien regresa a un lugar que siempre fue suyo, pero que ahora se muestra con matices desconocidos. El viento marino traía consigo un murmullo de historias olvidadas, de voces lejanas que parecían llamarlo desde algún rincón del pueblo. 

Se detuvo en la plazoleta central, junto a la fuente de piedra donde los niños jugaban con el agua, ajenos al paso del tiempo. Entonces lo vio. 

Un niño, de no más de diez años, lo observaba desde la sombra de un árbol. Tenía el cabello revuelto y unos ojos oscuros que brillaban con una mezcla de picardía y curiosidad. Se acercó a Miguel sin titubear y, sin decir palabra, le extendió un sobre amarillento.
 —Para ti —dijo el niño, con voz grave para su edad. 
Miguel tomó la carta con manos temblorosas. El papel estaba ajado, como si hubiera sido guardado durante décadas, pero lo que más le impactó fue ver su nombre escrito con letra menuda e infantil. 
Era su propia caligrafía de niño. 
Se sentó en un banco y, con el pulso acelerado, deslizó los dedos por la solapa y la abrió. Dentro, encontró un único folio doblado en cuatro partes. Al desplegarlo, reconoció la escritura: no era suya. Era de Sofía. 
"Miguel, Si algún día vuelves a Puebla Marina, hay algo que debes encontrar. No sé si recordarás nuestro escondite secreto, aquel lugar donde guardábamos los tesoros que nos parecían más importantes. Allí dejé algo para ti. Un día quise decírtelo, pero ya era tarde. Si lees esto, busca en la casa de la higuera, la que está en el camino a los acantilados. Siempre te he esperado aquí. Sofía."

Miguel sintió cómo el tiempo se rompía a su alrededor. La casa de la higuera. ¿Cómo había podido olvidarla? De niños, él y Sofía solían refugiarse allí, en una vieja casa abandonada, cubierta por las ramas de una higuera inmensa que trepaba por sus muros como si quisiera devorarla. Era su escondite, su santuario, el lugar donde imaginaban mundos imposibles y prometían secretos que solo ellos conocían. 

Levantó la vista, pero el niño que le había dado la carta ya no estaba. 

La casa seguía en pie, aunque el tiempo la había convertido en un cascarón de madera gastada y piedra agrietada. Las hojas de la higuera seguían meciéndose al viento, proyectando sombras sobre la fachada como dedos largos que invitaban a entrar. 

Miguel empujó la puerta con cuidado y el chirrido del metal oxidado le provocó un escalofrío. La luz se filtraba en haces dorados a través de los huecos del techo y el aire olía a higuera y polvo antiguo.

Caminó hasta la esquina donde, de niños, cavaban pequeños hoyos para esconder sus "tesoros": canicas de colores, cartas escritas con promesas de amistad, un reloj sin manecillas que habían encontrado en la playa. 

Se arrodilló y comenzó a apartar la tierra seca con las manos. Y entonces, lo encontró. 

Un pequeño cofre de madera, cubierto por una pátina de tiempo. Lo sacó con cuidado, sopló el polvo y, con el corazón latiendo en su garganta, levantó la tapa. 

Dentro había un pañuelo de seda azul, cuidadosamente doblado. Lo desplegó y encontró una fotografía en blanco y negro. 

En la imagen estaban él y Sofía, de niños, sentados bajo la higuera. Él sonreía con la despreocupación de la infancia, pero lo que más lo conmovió fue la expresión de Sofía: una sonrisa serena, con un brillo especial en los ojos. En el reverso de la foto, había una inscripción escrita con la misma letra menuda de la carta: 

"Siempre te esperé aquí." 

Miguel sintió un nudo en la garganta. Se apoyó contra la pared y cerró los ojos. 

Puebla Marina, con su viento salado y su murmullo de historias, le había traído de vuelta un pedazo de su propia vida que creía perdido. 

Y, en ese instante, entendió que algunos regresos no eran solo físicos. Eran, sobre todo, el reencuentro con lo que uno nunca debió olvidar.

05 marzo 2025

El regreso del náufrago 2


Queridos compañeros de aventuras ¿cuántos quedarán de aquellos que antaño me leían y a los que yo leía con agrado? He comprobado que el tiempo ha hecho estragos y muchos de los blogs que seguí en su día ya no existen. Me gustaría recibir noticias de los que quedan.

Han pasado 14 años desde que las palabras en este blog fueron abandonadas, como un barco en la costa que aguarda sin prisa su destino. Este silencio largo, casi atemporal, ha sido como el lento proceso de un naufragio. Pero, como bien saben los que surcan las aguas del destino, el mar no olvida; y, en ocasiones, el regreso es necesario.

Lo que aquí compartí y ahora retomo, no son grandes relatos de epopeyas pasadas, ni crónicas que marcaron una época, sino fragmentos de una historia personal que, tal vez, se cruza y coincide con la de quien decide leer estas palabras. En este espacio, antes testigo de reflexiones sobre la vida, el trabajo y el conocimiento, quiero ahora sumergirme en lo cotidiano, en esas historias pequeñas que nos modelan y nos conforman, pero que, por lo general, no tienen cabida en los grandes relatos.

Al mirar atrás, las primeras entradas fueron mis intentos de ordenar las ideas, de navegar entre las mareas del pensamiento y las aguas del autoconocimiento. Pero la escritura es, también, un naufragio de uno mismo; cada palabra lanzada al mar es una boya que podría ser arrastrada por la corriente, un eco que se pierde en la vastedad del océano.

Hoy, tras más de una década y media, retomo este espacio con la idea de poner en orden lo que de alguna forma ya ha quedado claro: la vida es un viaje que siempre vuelve a empezar. ¿Tendrán cabida, todavía, las grandes reflexiones filosóficas y los monólogos sobre el sentido de la existencia? Sin duda, si bien creo que lo que viene ahora es más simple, más cercano y mucho más real. Son historias que habitan en mi día a día, en esos rincones que antes no encontraba el tiempo para observar, pero que hoy me llaman con mayor urgencia. Historias que, a su modo, también son naufragios, pero de las que se aprende también como de los relatos grandiosos.

Así, bajo este regreso, inauguro una nueva etapa en el blog. Dejemos que lo que se viene sea como un cuaderno de bitácora, un diario del presente que no tiene otra intención que dejar constancia de lo que soy mientras sigo navegando. En los próximos días, las historias cotidianas serán las protagonistas, esas que se escriben con la tinta del olvido, pero que cobran vida cuando uno se toma el tiempo para detenerse y mirarlas de nuevo.


Bienvenidos, una vez más, a Andanzas de un náufrago.


02 marzo 2025

El regreso del náufrago

Las mareas del tiempo me llevaron lejos de estas costas. Durante años, el náufrago dejó de escribir en la arena, atrapado en las exigencias de la vida. Pero el mar siempre devuelve lo que es suyo. Y aquí estoy de nuevo, con la tinta salada de los recuerdos y las ganas de contar nuevas historias. La última isla fue mi querida perrita Siri. Antes de que existiera la Siri de la manzana, ella ya era. 

Han pasado más de catorce años desde la última vez que escribí en este rincón, mi bitácora de reflexiones, mi isla de palabras. No fue una despedida planeada, sino un lento alejamiento, como quien se adentra en el oleaje sin darse cuenta de que la corriente lo arrastra mar adentro. La vida, con su inquietud incansable, me llevó a otros puertos: el trabajo, las responsabilidades, los proyectos que consumen el tiempo y las fuerzas. Sin embargo, en cada ocaso, el murmullo del blog me llamaba de nuevo, como el susurro de un viejo amigo que nunca se olvida.

Hoy regreso, no como quien retoma algo inacabado, sino como quien redescubre un tesoro enterrado en la arena. Este espacio sigue aquí, esperándome, con sus viejas entradas como conchas dispersas en la orilla, testigos de pensamientos que alguna vez fueron nuevos y ahora son ecos de otra versión de mí mismo. Burla, burlando, han pasado casi 15 años. ¿Qué fue de mis amigos a los que leía y me leían? Al leer ciertas entradas, sonrío. Algunas me sorprenden, otras me confrontan, pero todas me recuerdan que escribir era, y sigue siendo, una forma de existir.

Regresar no es solo volver a escribir, vivir no es sólo, como dijera el poeta (Azorín), ver volver; es también darle un nuevo rumbo a este viaje. Quizás ya no sea el mismo náufrago de antes; quizás las tempestades de la vida me han vuelto más sabio, o al menos, más consciente de la importancia de detenerse a observar el horizonte y compartir lo que se ve.

No sé quiénes seguirán por aquí donde encontré amigos entrañables, lectores y escritores de vocación quienes encontrarán estas palabras al abrir una vieja botella lanzada al mar del ciberespacio. Pero si has llegado hasta aquí, si sigues explorando estas costas, te doy la bienvenida.

A partir de hoy, Andanzas de un Náufrago vuelve a zarpar. Y esta vez, prometo no perderme del todo en la marea.

24 agosto 2011

Siri (se fue)

África a quien llamamos cariñosamente Siri

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros

cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol,

y con su pozo blanco.


Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;

y tocarán, como esta tarde están tocando,

las campanas del campanario.


Se morirán aquellos que me amaron;

y el pueblo se hará nuevo cada año;

y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,

mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol

verde, sin pozo blanco,

sin cielo azul y plácido…

Y se quedarán los pájaros cantando.


Juan Ramón Jiménez

Esta mañana se fue mi pequeña, mi compañera de aventuras en este blog tanto tiempo desarbolado por motivos de trabajo. Última foto de mi perrita, momentos antes de morir, dulce y fiel como siempre, aunque aquí está triste por la enfermedad que se la ha llevado.

Siempre estarás con nosotros. Siempre estaremos contigo, Siri, guapa. Gracias.


http://andanzasn.blogspot.com/2009/02/siri.html

http://andanzasn.blogspot.com/2008/06/el-viento-amain-y-una-cinta-de-luz-que.html

http://andanzasn.blogspot.com/2005/11/el-hombre-y-el-perro.html


















Otra de sus últimas fotos, con su lengua fuera.

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