Sintió que una ola de angustia atenazaba su garganta y que la luz no llegaba a sus ojos. Horacio se desplomó con estrépito sobre la banqueta del piano que cedió al peso de su cuerpo y reventó en astillas. En el último instante sintió una mano que lo asía. Era un ángel de túnica blanca y sonrisa amable.
Contempló su cuerpo desde la distancia, tirado boca arriba a todo lo largo y con los ojos perdidos. De la cabeza emergía un hilo de sangre que se desparramaba en un charco. Ahora Horacio miraba a Horacio como en una película que vio de chiquillo. Todo era muy confuso como voces en la montaña.
¿Qué ha pasado?, se atrevió a preguntar al ángel de la túnica blanca que respondió solícito:
Tranquilo, amigo. Simplemente llegó tu hora. La hora final de cada uno es un zarpazo inesperado, como sajadura de cirujano diestro. Ahora no mires, añadió el ángel que estaba pendiente de todo, te estás desangrando. La vida se extingue como el hilo de un manantial que se agota. No me pierdas de vista.
Pero no siento ningún dolor y estoy lúcido, acertó a decir Horacio en un suspiro. ¿Cómo es posible que esto esté sucediendo?, remató.
- No duele la muerte; lo que duele es la vida. Y el ángel intentó tranquilizar el ánimo de Horacio con una sonrisa y sedarlo con su voz. Todo esto que ves forma parte del ritual. ¡De alguna manera tendrías que marcharte!
Aunque el ángel utilizó un eufemismo, la pregunta de Horacio fue directa: ¿Es la muerte esto que veo? ¿Dónde estamos en este momento? ¿Y quién eres tú?
- Así es, dijo el ángel; la muerte siempre viene acompañada de un sinnúmero de preguntas. Tú ya has formulado una buena porción de ellas. Yo soy tu ángel blanco, te acompañaré por los pasadizos secretos que conducen, a través de una encrucijada de galerías, avenidas y senderos hacia otros mundos desconocidos para ti. No sólo existe tu mundo: hay mundos sobre mundos a la manera de las muñecas ensambladas unas dentro de otras. Ahora estás en un espacio personal e inviolable, provisional y secreto. Sólo tú puedes entrar en él y sólo tú puedes abandonarlo cuando lo decidas; y también tengo cabida yo que he acudido a tu llamada, para amortiguar en lo posible el frío impacto de esta tesitura.
¿Y qué hacemos aquí? Preguntó inquieto Horacio.
Ahora estas en una tierra de nadie, especial y única, donde no alcanza la dictadura del tiempo, si bien eso no te exime de tomar tus propias decisiones. Puedes permanecer aquí cuanto desees o puedes emprender un tránsito hacia otros universos; en el segundo caso te serviré de guía. El ángel blanco cruzó los brazos y exhibió su tranquilizadora sonrisa.
Veo desplazarse por sobre el devenir del viento, trastabilló Horacio, un punto que se mueve sin parar ¿qué es? Y el ángel le respondió:
Se trata de la línea del tiempo o el punto del devenir. En tu mundo manejas palabras como perchas para dejar los conceptos como se cuelga una camisa. Ya te he dicho que en ti ya no rige el tiempo ni tú te avienes a él; ahora son otras leyes las que ocupan su lugar. El tiempo es la barca en la que los habitantes del mundo navegan por el río de la vida. Puedes deslizarte a través del punto del devenir en ambas direcciones, hacia delante y hacia atrás y ver lo que ocurre en un abrir y cerrar de ojos con sólo fijar tu atención en ese trazo mágico. Es preciso morir para nacer vivo otra vez.
Me quedaré aquí un poco más, recitó para sí Horacio y ensayó un mohín que su ausencia de cuerpo se encargó de desbaratar.
Eres libre pero debes apresurarte porque en este instante entra por la puerta tu mujer que se va a llevar una sorpresa trágica, advirtió el ángel.
La vio caer de bruces sobre su cuerpo sin vida. La oyó gritar su nombre mientras las lágrimas asfixiaban su garganta. Lloraba el llanto desgarrador del desconsuelo y cuando escuchó los pasos de los hijos de ambos que acudían al griterío quiso impedirlo para evitarles el sufrimiento pero era tarde y ya contemplaban horrorizados el triste cuadro.
-Estaré aquí cuando me necesites, susurró al oído el ángel blanco, antes de desvanecerse como humo.