Viento, tiempo

“Sólo se escribe por amor. Toda escritura es una carta de amor”. Gilles Deleuze

Terminar el año con un constipado del quince, a pocos pasos de necesitar respiración asistida, es un decir; con los amigos sonriendo y dando gracias por lo bajini de que por fin la voz no te salga del cuerpo y dejes de ser competencia en el arte de cantar; la situación general, digo, no es como para echar las campanas al vuelo. Pero todo fin alberga en su entraña otro principio: si ahora estoy mal sólo podré esperar ponerme bien. Pero no las tengo todas conmigo a tenor de la frase cien veces repetida por el pesimista de turno de que no hay nada tan mal que no pueda empeorar.

Mal final, pues, para un principio que en todo caso esperamos que mejore el pasado. Alma de blog. He vuelto a releer a algún autor consagrado aquello de que en literatura todo está inventado y por lo tanto no hay nada original. Hay que joderse con la rémora de pruritos de diferencia que arrastramos, de creatividad y de poner una pica en Flandes y que nos vengan los autores consagrados a reconocer esa especie de claudicación al declarar eso de que en literatura está todo el pescado vendido.

Es desolador acabar un año viejo y aprestarse a iniciar el nuevo con la conciencia de que todo lo que había que decir está dicho y toda la belleza ha sido ya contada incluso con los versos más bellos, esta noche...

Mal pinta, pues, para los blogs si todo esta dicho ya. ¿Nada queda por añadir? ¿Tal vez de ahí provenga ese deseo de reencarnarnos y de hacer viajes en el tiempo hacia épocas remotas y personajes míticos? ¿Qué seré cuando vuelva a nacer?, se preguntaba el personaje principal de Jack London en el vagabundo de las estrellas. ¿Qué seré y qué mujeres me amarán?

Hubo un tiempo en el que cuando escribía me negaba a leer. Abandonaba la lectura para no verme influenciado por los escritos de otros y ser una burda caja de resonancia, a la manera de lo que había escuchado que hacen los músicos cuando componen su nuevo “trabajo”: dejan de escuchar composiciones de otros autores para no quedar mediatizados por ellos. ¿Qué originalidad podrá parir el poeta sobre una rosa? ¿Qué comentario personal podrá surgir de nuestra pluma sobre el manido tema del amor y el desamor? ¿De qué genuina manera hablaré sobre los límpidos amaneceres y los nostálgicos arreboles de la tarde?

¡Qué parálisis atenaza al poeta cuando piensa que todo está dicho ya! Cientos de poemas a la rosa; incluso al cubo de la basura. ¿Qué diré que no haya sido dicho? ¿Qué amaré que no haya sido amado? ¿Acaso queda un solo tema sin tratar? ¿Algún sentimiento que no haya levantado cientos de ampollas, odas de pasión? ¿Tiene sentido seguir escribiendo si ya está todo expresado?

Llegados a este punto escucharé con humildad mi voz interior: escribir es accionar con la yema de los dedos el tamtan que nos trae efluvios del ayer de nuestra especie. La escritura no es una frenética lucha por la originalidad sino una actualización del sonido ancestral e íntimo de nuestra tribu, el género humano todo, con la unción y el recogimiento que merece tal hazaña. No se deja de acariciar el tamtan porque otros lo hicieron antes, sino que uno procura afinar su toque para que el recuerdo sea actualizado por oídos atentos y el sonido sea cada vez más nítido. ¿Y si del arpa del adolescente ser humano brotara un día la melodía perfecta?

Feliz 2010.