Cuando llegué a la isla determiné que cada mañana nada más despegarse el sol del horizonte, exploraría con atención la costa por si encontraba los restos de otros naufragios o por si veía aparecer el cadáver de algún aventurero derrotado. A menudo tenía la vista pendiente del mar por si emergía de las aguas algún navío aunque esto no me preocupaba tanto pues de momento no entraba en mis planes regresar al mundo que dejé antes de naufragar.
En esas cuitas entretenía mis pensamientos tras la amanecida de mi segunda mañana en la isla. La perrita Siri ensayaba quiebros con las olas y husmeaba aquí y allá, siempre del ronzal de su curiosidad sin freno. Durante la primera noche apenas pude conciliar el sueño vigilante como estaba para poder diferenciar cada ruido, pero entre sobresalto y cabezada encontré algunos instantes para reflexionar sobre el sistema de vida que habría de sobrellevar en aquella isla que iba a ser mi hogar durante no sabía cuánto tiempo. Mi intuición me señalaba que la prioridad era atender a mi sustento y al de mi compañera Siri si pretendía permanecer vivo por una larga temporada.
En esas cuitas entretenía mis pensamientos tras la amanecida de mi segunda mañana en la isla. La perrita Siri ensayaba quiebros con las olas y husmeaba aquí y allá, siempre del ronzal de su curiosidad sin freno. Durante la primera noche apenas pude conciliar el sueño vigilante como estaba para poder diferenciar cada ruido, pero entre sobresalto y cabezada encontré algunos instantes para reflexionar sobre el sistema de vida que habría de sobrellevar en aquella isla que iba a ser mi hogar durante no sabía cuánto tiempo. Mi intuición me señalaba que la prioridad era atender a mi sustento y al de mi compañera Siri si pretendía permanecer vivo por una larga temporada.
Tras mi paseo por la playa me adentré en la espesura de la isla y anduve sin descanso cada palmo mientras intentaba evaluar los medios de que dispondría para sobrevivir. Hurgando aquí y allá acerté a encontrar algunas raíces que según mis limitados conocimientos sobre árboles y plantas podrían procurarnos los nutrientes necesarios para sobrevivir en caso de apuro. Tras un minucioso estudio de las posibilidades de subsistencia de la isla llegué a la conclusión de que en esencia tendríamos que alimentarnos de raíces y peces. Nada nuevo bajo el sol. Días después descubriría otros medios que ahora no alcanzaba a columbrar en mi entorno.
Mi imaginación me volvía a jugar malas pasadas porque siempre había albergado la esperanza de encontrar algún manantial o al menos un hilo de agua de riachuelo que halagara a su paso los oídos cansados de los náufragos. Ni venero, ni río caudaloso ni mediano ni chico pude hallar en la isla a la que el infortunio confabulado con mi mala cabeza resolvió desterrarme.
Pero he aquí que en el cuidadoso recorrido por la isla llegué a alegrarme de las largas caminatas que recordaba haber pasado con mi grupo de senderistas durante las cuales también ejecutábamos algunos ejercicios rudimentarios de supervivencia. La ciencia del fuego por, ejemplo, no se me resistía y pude disfrutar desde el primer día de su acción y efecto beneficioso sobre los peces que me sirvieron de alimento y que pude pescar junto a la orilla con la sola ayuda de mis manos desnudas.
También recordaba con nostalgia mis prolongadas lecturas de libros sobre naufragios a los que era muy aficionado en los que se relataban por menudo las andanzas de náufragos y cómo los desesperados amontonaban ramas secas cerca de la costa y las dejaban preparadas para arder en fogata estrepitosa por si aparecía en lontananza algún velero al que llamar la atención de sus tripulantes con el humo de la hoguera.
Después de recorrer toda la isla pude comprobar que no era muy extensa. También me cercioré de la ausencia de vida así como tampoco encontré reliquia alguna siquiera fuese de la visita fugaz de algún grupo extraviado. Estábamos solos en un mundo inhóspito y poco amable.
Tras recorrer palmo a palmo la selva llegamos a la costa a un lugar magnífico al que bauticé andando el tiempo y debido a la espectacularidad de sus vistas como el salto del guerrero. El batir del agua contra el acantilado emitía un ruido tenebroso y lúgubre que llenaba de zozobra mi alma a la par que sobrecogía a Siri que a la sazón reculaba por miedo a despeñarse en el abismo.
Absorto en el paisaje me dejé llenar por la nostalgia de donde me sacó el ladrido afónico de Siri que a escasos metros entre la maleza parecía debatirse en lucha desigual y apurada con algo que la tenía sujeta por el hocico...
Continuará
3 comentarios:
Me voy a quedar a vivir en su blog. Me he dado cuenta de que me interesa todo lo que leo. ¿Dónde estaba usted hasta hoy?
Un abrazo
Luz
Está usted en su casa.
Muy agradecido por sus palabras, Luz, es usted muy amable.
Un abrazo.
Un placer la lectura de hoy.
Como siempre consigues engancharnos y dejarnos intrigados:-)
Buen día.
Publicar un comentario