Escribir es una travesía en alta mar con un bote diminuto, un vuelo solitario a través del espacio. Herman Hesse
Cuando yo tenía 15 años jugaba con mis compañeros de clase a un juego muy peculiar. Cerrábamos los ojos e intentábamos pintar en el blanco lienzo que aparecía en nuestra mente, el objeto que habíamos mirado con atención un momento antes.
Contornos indefinidos surgían poco a poco y con desigual intensidad; matices y destellos. Y a veces conseguíamos retener el conjunto en una aparición espléndida.
Miro, intento captar la totalidad de algo, cierro los ojos y dibujo. Seguramente esta es una manera de definir la creación literaria.
Con el tiempo y la práctica asidua los objetos que imaginábamos se fueron haciendo más nítidos y la comparación con el original reflejaba cada vez más aciertos. Pero también, junto con las figuras simples como la del lápiz, el árbol y la montaña, otras imágenes brotaban de nuestra cabeza y se interponían entre la joven pizarra de nuestra mente.
Una mañana de abril alguien propuso introducir una variante en el juego: cerraríamos los ojos sin antes habernos fijado en ningún objeto. Los pensamientos se movieron a su antojo y nos presentaban, en breves trazos, figuras coloreadas con el impetuoso tinte de la adolescencia. Por aquél entonces estudiábamos a Aristóteles (entre otras cosas) que decía aquello de que nada hay en la mente que no haya pasado antes por los sentidos; de manera que en esta nueva modalidad de juego lo que hacíamos era imaginar objetos almacenados en nuestra memoria más o menos lejana. Cerca de donde escribo se halla la cuna de Azorín quien escribió: vivir es ver pasar. Vivir es ver volver (las nubes). Es posible también que esta sea otra forma de entender el arte de escribir.
¿Por qué escribo hoy yo que no soy un escritor reputado ni tengo visos de serlo y que además camino tras la libertad ilimitada de ser un desconocido?
Sólo sé que me ubico preferentemente en el camino con corazón y desde ahí intento articular palabras que desde el momento en que las utilizo son mías y forman parte de mi universo vital. El corazón es la paloma que aletea sobre las aguas; el viento que esparce la semilla; el espíritu de la simbología cristiana; el aire puro sin el cual moriremos; Orión espléndida en las noches invierno; la polar, vigía del cielo.
No escribo para ser alguien ni para conseguir que algún día, martillo y cincel, un personaje me salga redondo (lo único redondo es la muerte); ni para enseñar ninguna verdad porque la verdad es escurridiza. Y si quisiera estudiar cuerpos, hechos y costumbres me haría científico para disecar órganos, estudiar muecas, hábitos y acciones.
Cuando escribo doy vida a algo que agoniza y palpita a la vez. Lloro, río, descubro, amaso mi mundo con una pasta que no está hecha sólo de la rumia sobre lo que pasó sino que viene sazonada con los fastos del presente y los efluvios del futuro.
Escribo para pagar la factura del pasado y poder vivir. Escribo para inventar otro mundo cuajado de esperanza (uno de los mejores frutos del corazón), para salir de una realidad que a veces nos atenaza, en un viaje "fuera del cuerpo" hacia la libertad posible. Escribo porque las etiquetas me dan asco (dreno, por mi parte, la herida en el costado del mundo). Escribo para vomitar las toxinas que se nos meten por la piel y por la carne y por la sangre hasta consubstanciarnos en una vida mediocre e indigna. Escribo para rociar mi espacio vital con el agua bendita del desahogo, en un mundo en el que somos cómplices de la basura que entre todos generamos.
Y escribo bajo la sombra ¡ay! que embargaba a León Felipe al final de sus días: mis versos… balbuceos… lenguaje infantil y primario…
¿Quien soy yo? ¿Águila o sol?; ¿cara o cruz?
Cuando yo tenía 15 años jugaba con mis compañeros de clase a un juego muy peculiar. Cerrábamos los ojos e intentábamos pintar en el blanco lienzo que aparecía en nuestra mente, el objeto que habíamos mirado con atención un momento antes.
Contornos indefinidos surgían poco a poco y con desigual intensidad; matices y destellos. Y a veces conseguíamos retener el conjunto en una aparición espléndida.
Miro, intento captar la totalidad de algo, cierro los ojos y dibujo. Seguramente esta es una manera de definir la creación literaria.
Con el tiempo y la práctica asidua los objetos que imaginábamos se fueron haciendo más nítidos y la comparación con el original reflejaba cada vez más aciertos. Pero también, junto con las figuras simples como la del lápiz, el árbol y la montaña, otras imágenes brotaban de nuestra cabeza y se interponían entre la joven pizarra de nuestra mente.
Una mañana de abril alguien propuso introducir una variante en el juego: cerraríamos los ojos sin antes habernos fijado en ningún objeto. Los pensamientos se movieron a su antojo y nos presentaban, en breves trazos, figuras coloreadas con el impetuoso tinte de la adolescencia. Por aquél entonces estudiábamos a Aristóteles (entre otras cosas) que decía aquello de que nada hay en la mente que no haya pasado antes por los sentidos; de manera que en esta nueva modalidad de juego lo que hacíamos era imaginar objetos almacenados en nuestra memoria más o menos lejana. Cerca de donde escribo se halla la cuna de Azorín quien escribió: vivir es ver pasar. Vivir es ver volver (las nubes). Es posible también que esta sea otra forma de entender el arte de escribir.
¿Por qué escribo hoy yo que no soy un escritor reputado ni tengo visos de serlo y que además camino tras la libertad ilimitada de ser un desconocido?
Sólo sé que me ubico preferentemente en el camino con corazón y desde ahí intento articular palabras que desde el momento en que las utilizo son mías y forman parte de mi universo vital. El corazón es la paloma que aletea sobre las aguas; el viento que esparce la semilla; el espíritu de la simbología cristiana; el aire puro sin el cual moriremos; Orión espléndida en las noches invierno; la polar, vigía del cielo.
No escribo para ser alguien ni para conseguir que algún día, martillo y cincel, un personaje me salga redondo (lo único redondo es la muerte); ni para enseñar ninguna verdad porque la verdad es escurridiza. Y si quisiera estudiar cuerpos, hechos y costumbres me haría científico para disecar órganos, estudiar muecas, hábitos y acciones.
Cuando escribo doy vida a algo que agoniza y palpita a la vez. Lloro, río, descubro, amaso mi mundo con una pasta que no está hecha sólo de la rumia sobre lo que pasó sino que viene sazonada con los fastos del presente y los efluvios del futuro.
Escribo para pagar la factura del pasado y poder vivir. Escribo para inventar otro mundo cuajado de esperanza (uno de los mejores frutos del corazón), para salir de una realidad que a veces nos atenaza, en un viaje "fuera del cuerpo" hacia la libertad posible. Escribo porque las etiquetas me dan asco (dreno, por mi parte, la herida en el costado del mundo). Escribo para vomitar las toxinas que se nos meten por la piel y por la carne y por la sangre hasta consubstanciarnos en una vida mediocre e indigna. Escribo para rociar mi espacio vital con el agua bendita del desahogo, en un mundo en el que somos cómplices de la basura que entre todos generamos.
Y escribo bajo la sombra ¡ay! que embargaba a León Felipe al final de sus días: mis versos… balbuceos… lenguaje infantil y primario…
¿Quien soy yo? ¿Águila o sol?; ¿cara o cruz?
6 comentarios:
Hola Prometeo, soy Ana. Me gusta tu blog. Además lo tienes muy bien organizado.
Un beso. A partir de ahora tienes una nueva lectora.
Muchas gracias, Ana.
Un beso para ti
Prometeo
Uffff... qué cargadas de significado que nos llegan estas pinceladas...
Me ha encantado.
Magnífico.
Es verdad que ese texto salió un poco cargado. Cada texto es hijo de su circunstancia y pesa en él mucho la situación anímica.
Un abrazo mcarmen.
Escribes porque es parte de tí,como respirar o tener sed o desear o soñar o...
Cuando yo era niña el mundo se me quedó pequeño demasiado pronto y yo me hice mayor demasiado pronto.
Escribía para ser mas libre,para evadirme.
Un día me dí cuenta de que el mundo no es pequeño y de que aún siéndolo,mi vida era grande,mi experiencia,mi historía.
Y empecé a escribir para quererme.
Es otra forma de vomitar.
Es una paloma que se llama Leni.
Yo creo que todos escribimos para volar.
Bellísimo escrito Prometeo¡
Beso a lo que eres.
Muchas gracias, paloma Leni. El tiempo vuela y tú querías vivir.
Un beso para ti.
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