29 noviembre 2009

El sello de Salomón VIII

Puerta de la Coronería

Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación:
todo estaba ya escrito en tu libro;
todos mis días se estaban diseñando,
aunque no existía uno solo de ellos. Salmo 139, 16

Era muy tarde. Al abrir los ojos el sol pendía en el cielo cercano a la línea del horizonte y se desparramaba oblicuo entre los soportales y por sobre las aceras. “A las cinco en la catedral”. Una voz surgida de algún sitio impreciso, como un susurro tibio, me hizo recordar la visita de los dos sujetos la noche anterior. También me vino a la memoria la advertencia del deán sobre las intenciones de “los navegantes de la penumbra” y sus correrías nada inocentes. ¿Pero qué pinto yo con los dos pirados que allanaron mi habitación sin previo aviso y con su panda de amigos tan chalados como ellos? Pensé entre bostezos.


A medida que mis músculos abandonaban la quietud también las partes interiores de mi cuerpo se manifestaban; mi estómago, por ejemplo, pedía que le hiciera llegar alguna clase de alimentos para atemperar sus quejidos, llenar los huecos y atender de paso a las necesidades más perentorias de subsistencia. Miré la hora en mi teléfono: faltaban 40 minutos para las cinco de la tarde. Tenía el tiempo justo para afeitarme y darme una ducha rápida. Otra vez me había dejado llevar por una aciaga invitación que malversaba mis propios planes.


Cuando crucé el umbral del hotel Mesón del Cid rumbo a ninguna parte recordé que no había comido nada en 24 horas. Cuando esto ocurría me encontraba más liviano, sin ese incómodo sopor sobrevenido tras las comidas copiosas. Enfilé hacia la puerta de la Coronería con la intención de encontrar al deán y contarle lo sucedido durante las últimas horas. El deán no estaba. Ni tampoco otro contacto que tenía en la biblioteca de la catedral. Me entretuve merodeando por las capillas como antaño tantas veces hiciera.


De pronto escuché un estruendo en la calle. Eran las cinco en punto como indicaba el volteo de las campanas así como también la figura humana que emerge sobre la esfera del reloj de la catedral para marcar las horas. Me dirigí hacia la Plaza de Santa María por la puerta principal donde me encontré a un grupo de seis a ocho jóvenes sentados en círculo. En el centro había otro más que reconocí como uno de los dos visitantes de la noche anterior. Me vio e hizo un gesto con la mano para que me aproximara. Por alguna extraña razón le hice caso. Mientras abandonaba el centro del círculo sonreía triunfante.


- Qué tal; ¿dormiste bien?

- Sí, muy bien, fingí.

- ¿Qué hacéis aquí?,pregunté por cortesía.

- No te lo vas a creer, pero si nos acompañas hoy serás testigo de una maravilla.

- Por ahora veo a ocho personas en círculo y eso tiene un simbolismo evidente, añadí.

- Ya te dije ayer que nosotros somos gente de acción. No perdemos el tiempo con simbologías.

Me observaba curioso esperando el momento en el que mis nervios me jugarían una mala pasada. Acomodó su brazo a mi hombro con aire de confidencia:

- Amamos la acción, ya te lo dije. El tiempo es breve. –Bajó la voz- ¿Te suena de algo la historia de un tal Arnaldo de Villanova? ¿Y Simón el mago y el famoso rabino de Praga? Tal vez te quede más cercano San Alberto. Todos ellos tenían algo en común: se empeñaron en insuflar vida en lo inorgánico para crear lo que se ha llamado un Golem. ¿Te suena?

- Pues no, mentí.

- Paracelso en su Paramirum, prosiguió con una sonrisa que evidenciaba que no se había tragado mi trola-, proporciona la receta para fabricar un golem. Goethe lo introdujo en su segunda parte del Fausto y en tiempos recientes una tal Mary Shelley trivializó el fenómeno trocándolo en el monstruo de Frankenstein. Tomó aire. Hojas de un mismo árbol, concluyó su repaso.

-¿No estamos hechos a imagen de Dios? Pues debemos proceder como dioses. Se creció y añadió solemne: esta misma tarde, ese grupo que aquí ves, insuflará vida sobre un ser inanimado de nuestra creación y vivirá. Si nos acompañas serás testigo de la proeza. Su ojos brillaban.

Mi cara de asombro debió de alertarlo.

- Bueno, en realidad te habrás encontrado por la calle con más de un Golem que no has sabido reconocer… Aunque, tal vez- ahora se cubrió de desdén- cuando eso ocurrió tú estabas mirando a lo alto, hizo un gesto sin llegar a enfocar el Sello de Salomón que nos observaba desde el segundo cuerpo de la fachada.

El muy volatinero reaccionó como queriendo no perderme: aquí mismo, balbució; aquí mismo, entre esas piedras antañonas, hay algo así. El papamoscas que emerge para marcar las horas en la catedral no es sino un remedo de Golem.

A estas alturas ya el grupo se había arremolinado en nuestro derredor obedeciendo a alguna indicación que pasó desapercibida para mi.

No sabía qué decir cuando en ese instante vino en mi socorro el deán que me hacía señales desde la puerta principal.

-Tengo que irme, dije mientras me desembarazaba del grupo. Adiós.

-Vale, cada uno a lo suyo: tú a tus jueguecitos y nosotros a la acción, dijo chasqueado.

Cuando crucé la puerta, el deán me miraba con ojos incrédulos.

- Veo que sigues mis consejos, dijo con una sonrisa condescendiente.

- No pude evitarlo, fue mi torpe respuesta.


Sigue

10 comentarios:

Soledad Arrieta dijo...

Entre el manejo de diálogos impecable y raramente visto en este "blogmundo" y intensidad con la que transmitís las sensaciones creás algo muy dificl de describir con poalabras, un juego entre sensacions vívidas, algo espectacular. Le imprimís un misterio que hace que la próxima parte sea una interminable espera.
Cariños!

Prometeo dijo...

Muchas gracias, Sol. Tus comentarios hacen que uno se ponga a escribir de inmediato.

Cariños.

Eliane dijo...

Muy interesante como relatas... me dejastes con el suspenso... quiero seguir!
Un abrazo

ROSARIO GONZÁLEZ VERA dijo...

Interesante su blog.

Mis saludos cordiales.

Rosario

Carmen Montoro dijo...

Intuí que el alicantino no faltaría a la cita... a las cinco de la tarde en la catedral.

Buen tema elegiste Náufrago, la trama se amplia y las posibilidades se abren enormemente. Te imagino feliz, disfrutando junto al "horno" de tu producción.

Me hizo gracia lo del papamoscas. Cuando era una adolescente pasé una semana de vacaciones en Burgos, visitaba tanto la catedral que acabé conociendo alguno de sus secretos: el lugar donde estaba oculto el interruptor que iluminaba al papamoscas. !Lo que disfrutaba sorprendiendo a los turistas¡

Un saludo, Salado!

Prometeo dijo...

Gracias Eliane. En ello estamos.

Besos

Prometeo dijo...

Gracias Rosario.

Saludos

Prometeo dijo...

Gracias Carmen.

Saludos

Carmen dijo...

Leyendo tu relato vienen a mi memoria varias visitas que hice a Burgos. Muy bien escrito y sigues manteniendo el suspense y la intriga. Enhorabuena.
Besos

EvaonmyMind dijo...

Y me quedaré sin uñas. Si es que tienes delito, Señor Naúfrago...

Genial como siempre. Espero impaciente del desenlace. Ñam, ñam, ñam.

Besos.