
Trenes que exhalan su humo como un adiós;
calles que esperan húmedas; polvorientas;
miradas broncas, arrugas de aluminio,
tímidas luces en rostros de cerámica.
Estaciones de tren, abracadabras de cristal,
puertas mágicas que cierran cuando abren
con su trasiego de peregrinos y devotos,
como boca de metro en la mañana gris.
Principio y fin, encrucijada de sudores y perfumes,
de risas con lágrimas y llantos de encaje,
escaleras como plantas trepadoras
con sus zarcillos peldaño a peldaño,
acaracoladas de principio a término.
como las nubes de Azorín.
Ojos difusos, pupilas vacilantes,
seres anónimos, sonrisas de papel
que pasean su suerte y tientan al destino
con su futuro de vidriera.
Y mientras todo gira ella parece quieta,
pero también derrama sus suspiros al aire
con su entramado de cables, trastes de guitarra,
pies de acero, urdimbre de metal.
Igual que ella, próxima estación,
así, de tarde en tarde, lanzamos a volar
las palomas de nuestros sueños.
“En realidad me marcho para poder volver”