15 noviembre 2008

Por encargo II



A estas alturas de la noche
, Juan Madrid, sopesaba la manera de hacer mutis y escapar por la puerta de atrás. El visitante se entretenía observando con minuciosidad los objetos en los estantes y aún habría entrado en cada uno de los aposentos a no ser porque Juan evidenciaba un nerviosismo morboso.

- Dice usted que el dueño de la casa la abandonó, dejó caer el visitante como quien no quiere la cosa mientras paseaba arriba y abajo del salón. ¿No le resulta al menos curioso? ¿Por qué extraña razón un hombre de éxito desaparece de la noche a la mañana y deja una mansión como esta en manos de un desconocido? Preguntó con una mueca que respondía a su pregunta.

Juan apenas acertó a esbozar algo así como un titubeo y luego tiró de audacia y se encaró al visitante: mire, o me dice usted a qué ha venido a estas horas o llamo a la policía. Se sorprendió de oírse decir aquello y estuvo a punto de derrapar en una sonrisa que no venía al caso.

Ricardo sonrió y sus ojos de águila brillaron como quien domina la situación. –Hágalo, estaré encantado, dijo resuelto, yo esperaré aquí. Y se dejó caer en el sillón donde solía acomodarse el dueño de la casa, dando la espalda a la puerta principal.

Esto es de locos: masculló Juan, deshecho en nervios. De pronto se recompuso y emprendió otra estrategia con ánimo de zanjar la situación de una vez: conocí a don Ernesto que así se llama el dueño de esta casa, -tanteó queriendo controlar la situación- el jueves en la presentación de mi último libro. Dijo que leía con fruición todos mis escritos, especialmente los de la serie de aventuras sobre los cárteles de la droga latinoamericanos. Y me invitó a trasladar mi estudio por unos días a esta su casa que no usaba, mientras él permanecería fuera en París para un asunto de negocios. No pude declinar la invitación ante tanta amabilidad. Eso es cuanto sé del asunto. Y ahora, ¿me va usted a decir qué significa su presencia aquí?

La excitación le había impedido percatarse de los últimos movimientos de Ricardo hasta que un fugaz destello llamó su atención. Se trataba del brillo de unas cachas de nácar de lo que no podía ser otra cosa sino un revólver Magnum 44 plateado que yacía sobre su libro, Despertar en Medellín. Éramos pocos…




De manera torpe y caótica se levantó de la silla e intentando ganar tiempo, ofreció algo de beber a Ricardo mientras él se embauló al gallete un trago largo de Macallan 1926 Whiskey que encontró en el mueble bar. Ricardo, por su parte, se administró una generosa copa que paladeó a placer en sorbos cortos y bien espaciados, como si fuera a ocupar toda la noche en amena charla.



Salir corriendo ya no serviría de nada. De manera que Juan Madrid se dejó caer en un sillón cercano al de Ricardo y observó la escena como lo haría un espectador en el cine.


Continuará en III

2 comentarios:

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Descriptivo, preciso, bien embastado...enhorabuena de azpeitia

Prometeo dijo...

Muchas gracias, azpeitia.