10 septiembre 2008

Aitana III


Aún hoy, después de tanto tiempo, mi amigo Pepe y yo recordamos con satisfacción el encuentro que mantuvimos con el émulo de Alonso Quijano el de la triste figura. Fue un día de finales del milenio camino de la sierra de Aitana. Como El Campello era el punto de reunión para salir de correrías por los alrededores del Puig y Aitana, siempre que nos juntábamos para aprender de la montaña traíamos a la memoria las aventuras y desventuras de aquel soñador que había fundado una república en apenas 300 metros de una playa cercana, convencido de que si él se lo proponía, los alemanes lo iban a reconocer como república independiente.

Sin embargo hoy mi amigo Pepe me había emplazado al crepúsculo, de manera inusual… Llegamos por enésima vez una tibia tarde de primavera a los aledaños de la sierra de Aitana, paraje mágico que tantas veces nos había hecho pasar momentos memorables. Habíamos convenido en dedicarnos a explorar por las cuevas, hondonadas, gargantas y demás encrucijadas de senderos hollados por los mil pies de los buscadores del origen. Éramos conscientes de los peligros que nos acechaban porque en cualquier momento el suelo podía ceder a nuestro peso y quedaríamos atrapados en una sima de la cual sería imposible escapar sin ayuda exterior.

Me extrañó, como digo, la convocatoria; el caso es que mi amigo Pepe tenía preparadas dos sorpresas; una: por la noche dormiríamos en una casa que había en Sella a la falda de un monte cercano. La casa estaba ubicada en un lugar privilegiado, guarecida entre dos altos peñascos y rodeada de plantas aromáticas. Frente a la casa y de una pequeña roca emergía un manantial de aguas transparentes, heladas y dulces. El propietario de la hacienda que era amigo de Pepe, había hecho un mínimo trazado de obra que se encargada de dirigir cansinamente el agua desde la cueva hacia una pequeña balsa para el riego de la finca, así como para el uso cotidiano y el baño de los visitantes. Pues bien, en ese escenario incomparable no faltaba de nada: una buena chimenea para el invierno y una biblioteca cuajada de libros interesantes ubicada en la buhardilla completaban el cuadro ya de por sí paradisíaco.

Pero eran dos las sorpresas, así que cuando Pepe terminó de explicarme lo que haríamos al caer de la tarde esperé que se despachara con la segunda de las noticias: el segundo plan consistía en quedarme un par de horas solo en la sierra de Aitana con un objetivo muy concreto. Él se alejaría de allí como a unos cinco kilómetros para no estorbar mi soledad tantas veces planificada y de tan fructíferos resultados.

Sonreímos. Nos gustaba perpetrar este tipo de sorpresas y las gastábamos alternativamente. Las ocurrencias tenían por objeto romper la rutina cotidiana y “parar el mundo”, juego de palabras con el que nos referíamos a esa especial forma de suspender la rumia habitual del proceder ordinario y enfrentarnos a realidades que de tan habituales se convertían en invisibles. O al revés, que de tan invisibles pasaban inadvertidas para nosotros…

Todavía pintaba una sonrisa cuando oí alejarse el todoterreno. Y quedé solo. El último runruneo del coche dejó paso a un silencio denso apenas roto por un lejano canto de grillos. Al fondo la silueta algo fantasmal de un montículo; a la espalda otra montaña más alta; entre el uno y la otra una sima coronada por un manto de niebla que me invitaba, zalamera, a caminar sobre ella. Las nubes sólidas amenazan lluvia. Silencio y negrura por todas partes. No puede ser que tenga miedo…

Continuará

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me tienes intrigado con esta historia.

Inés de Madrid

Anónimo dijo...

Parar el mundo?

Ya... lo malo es que el mundo no se para, somos nosotros los que creemos que se "nos" para.

Además, esa idea no es suya.

Prometeo dijo...

Hola Inés; me alegro que te guste la historia.

Besos

Prometeo dijo...

Anónimo, gracias por participar con tu comentario. Luego te contesto porque es interesante lo que dices.

Saludos.

Prometeo dijo...

Voy con anónimo.

En primer lugar todas las historias que cuenta un escritor son ficción. Una historia de ficción bebe de muchas fuentes.

En segundo lugar, las ideas son de todos y para que una idea sea mía sólo tengo que asumirla como propia. No podríamos pronunciar una sola palabra si tuviéramos que hacer referencia al inventor de cada una de ellas. Eso no quiere decir renegar de quienes formularon una idea por primera vez.

En tercer lugar, efectivamente “parar el mundo” es una de las ideas centrales de las enseñanzas escritas por Carlos Castaneda. Por “parar el mundo” entiende romper la estructura de pensamiento habitual, un procedimiento mediante el cual el mundo cotidiano cesa su actividad en nosotros y se abren otras posibilidades.


Esto dice C. Castaneda sobre los procedimientos para "parar el mundo":

1- No contribuir a las reafirmaciones del mundo que nos rodea
2- Borrar la historia personal
3- Perder la importancia
4- Adoptar a la muerte como una consejera
5- Hacerse responsable
6- Volverse cazador
7- Ser inaccesible
8- Romper las rutinas de la vida
9- Estar dispuesto a librar la última batalla sobre la tierra
10- Hacerse accesible al poder
11- Adoptar el ánimo de un guerrero
12- Librar una batalla de poder
13- La última parada de un guerrero
14- La marcha de poder
15- No-hacer (lo que habitualmente se hace)
16- El anillo de poder
17- Encontrar un adversario que merezca la pena.

Saludos.

Anónimo dijo...

3. Perder la importancia.

El que sea capaz de vivir sin engordar su ego día a día.

O no?